Entrevista:

"La guitarra y yo siempre nos hemos unido magistralmente"

Andrés Segovia presenta en Londres el primer tomo de su autobiografía

EL PAIS: ¿Dónde halló usted la guitarra?Andrés Segovia: En casa de mis tíos, que me prohijaron, había una guitarra flamenca, que en realidad nunca me atrajo, y que fue usada, entonces, para calmar el llanto que me produjo el hecho de que mis padres me dejaran con mis tíos. Mis amigos advirtieron en mí una profunda vocación musical. Ellos me ayudaron a buscar partituras para guitarra y así empecé yo a tocar el instrumento siendo, al mismo tiempo, mi maestro y mi discípulo. La guitarra y yo siempre nos hemos unido magistralmente y seguimos adelante. La guitarra flamenca quedó atrás...

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EL PAIS: ¿Dónde halló usted la guitarra?Andrés Segovia: En casa de mis tíos, que me prohijaron, había una guitarra flamenca, que en realidad nunca me atrajo, y que fue usada, entonces, para calmar el llanto que me produjo el hecho de que mis padres me dejaran con mis tíos. Mis amigos advirtieron en mí una profunda vocación musical. Ellos me ayudaron a buscar partituras para guitarra y así empecé yo a tocar el instrumento siendo, al mismo tiempo, mi maestro y mi discípulo. La guitarra y yo siempre nos hemos unido magistralmente y seguimos adelante. La guitarra flamenca quedó atrás y yo meconvertí en un concertista de música clásica.

EL PAIS: ¿Cúál ha sido su mayor contribución a la guitarra como instruniento clásico?

A.S.: Cuando yo llegué a la guitarra, lo que habían hecho por ella Fernando Sor, el magnífico compositor catalán, y Tárrega, parecía en el olvido. Tárrega tuvo algunos discípulos pero todos, menos Miguel Llovet, eran linfáticos. Los críticos y los músicos compartían el desden por la guitarra, que se hallaba paralizada. Ahora hay en casi todo el mundo discípulos míos a los que yo no he dado talento, porque eso no se da, sino entusiasmo e interés por el instrumento. Ahora, la guitarra se enseña en universidades y en conservatorios y es, con el piano, el instrumento de concierto preferido por los músicos. Entre los discípulos que yo citaría, para hacer una breve lista de la guitarra de hoy, estarían el californiano Christopher Parkening, el belga Guillormo Fierenzs, Chucho Silva, que es mexicano.

EL PAIS: ¿Comparte usted su falta de interés por la guitarra flamenca con el desinterés por la guitarra moderna y, en general, por toda la música reciente?

A.S.: Creo que la música moderna está fuera de lo que yo llamo mi tiempo. Casals ha rechazado toda la música moderna. Apurando las cosas se podría decir que yo la interpreto, excepto cuando está compuesta de ruidos. A mi me gustaría ver una evolución de los experimentos que ahora se hacen, de modo que la cadencia que empieza siendo simplemente ruidosa sea luego sonido y, finalmente, música.

EL PAIS: De nuevo sobre la guitarra flamenca: ¿Por qué le tiene usted tan póca estima?

A.S.: Porque el flamenco de hoy ha roto completamente con la noble tradición del flamenco. En el cante jondo, las bailarinas sólo se llevan la pelambrera a los ojos y hacen gestos violentos. Y el baile flamenco ha de ser apasionado, pero no obsceno. Antes, el toque de la guitarra flamenca se limitaba a expresar lo que el concertista tenía que decir. Ahora es el comercio el que maneja el sentimiento del tocaor. Falla, Zuloaga y Fernando de los Ríos organizaron, en 1920, en Granada, un concurso para revitalizar la guitarra flamenca, para proclamar la necesidad del respeto a la tradición. Esa proclamación hace hoy más falta que nunca.

EL PAIS: Usted se marchó de España cuando ya había comenzado la guerra civil, y regresó en 1952, aunque nunca fue un exiliado-político. ¿Cómo recordará usted en su autobiografía esos años?

A.S.: Salí, exactamente, el 28 de julio de 1936. Vivía entonces en Barcelona, durante esos días del principio de la guerra; fue el único período de mi vida en que estuve sin tocar la guitarra. Cuando volví, a coger el instrumento, mis dedos estaban blandos y los dolores fueron tremendos. Fue un periodo dramático de mi vida, como de la de todos los españoles. Yo no estaba en ningún bando, tenía amigos en todos, y en el extranjero seguí llevándome bien con todos. Por eso nunca me sentí en el exilio y por eso también, hasta que regresé, fui una especie de aglutinante de los que no compartían los mismos sentimientos políticos.

EL PAIS: ¿No le interesaba a usted la política? ¿Qué piensa, en cualquier caso, de la España en la que ahora vive, cuando no está en Europa o en América dando conciertos?

A.S.: No, nunca fui un político, de hecho, a mí la guerra civil me dejó aturdido, nunca llegué a entender el enfrentamiento. Una anécdota lo ilustra: ensayaba con una orquesta en París, en el periodo de la guerra. En un momento determinado le pedí al director que ordenara a los músicos que se pararan. «Aquí falta algo», dije. «Sí, claro, Segovia: falta usted, que no está tocando. » Pero, con respecto a lo que usted me pregunta, la situación actual de nuestro país me ha apasionado como español. Siento que se vaya torciendo la democracia que con tanto trabajo se ha instalado.

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