San Isidro 77: primera novillada de feria

Encastados y nobles novillos de Antonio Arribas

No tan chica como la presentó el ganadero, con un poco más de fuerza, y la novillada de Antonio Arribas habría sido, excepcional, porque tuvo casta y nobleza y la mayoría de las reses también bravura. Sólo hubo un manso, que fue el quinto, y aún ese, como todos se fue arriba en banderillas y embistió a la muleta incansable, con clase y boyantía absoluta.El séptimo se quedó sin picar. Muy entero, prendió de mala manera a Juan Ramos cuando éste cuadraba en un par de banderillas, y en el último tercio desarrolló sentido. Los dos primeros muletazos los tomaba bien, sometido y con largura, pero en ...

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No tan chica como la presentó el ganadero, con un poco más de fuerza, y la novillada de Antonio Arribas habría sido, excepcional, porque tuvo casta y nobleza y la mayoría de las reses también bravura. Sólo hubo un manso, que fue el quinto, y aún ese, como todos se fue arriba en banderillas y embistió a la muleta incansable, con clase y boyantía absoluta.El séptimo se quedó sin picar. Muy entero, prendió de mala manera a Juan Ramos cuando éste cuadraba en un par de banderillas, y en el último tercio desarrolló sentido. Los dos primeros muletazos los tomaba bien, sometido y con largura, pero en el tercero ya se revolvía e iba al bulto. Por este motivo pudo parecer el garbanzo negro entre un conjunto de seis ejemplares de sensación, pero no lo fue porque sus problemas eran los propios del toro de lidia, que habrían tenido mejor solución con una buena lidia -que jamás se le dio- y una presidencia más dispuesta a ordenarla desde el palco, con criterio de aficionado.

Plaza de Las Ventas

Primera novillada de feria. Ocho novillos. Seis de Antonio Arribas, muy justos de presentación, comodísimos de cabeza, excepto segundo y séptimo (éste, bien armado y astifino). Salvo el cuarto, que manseó en el caballo, bravos en general, y todos con gran casta y nobleza. El séptimo, insuficientemente picado, llegó al último tercio entero y desarrolló sentido. Y dos del Jaral de la Mira (primero y octavo), mansurrones, manejables aunque con genio.Luis Miguel Moro: Palmas y pitos, y salida al tercio. Escasa petición y vuelta. Chinito de Francia: Oreja. Ovación y salida al tercio. José Luis Palomar: Oreja. Aplausos y salida al tercio. Juan Ramos: Oreja con algunas protestas. Vuelta al ruedo. Presidió con generosidad orejil (y mal en los cambios de tercio) el señor Míngüez.

Porque el presidente -el señor Míngüez otra vez- estaba más que nada a Conceder orejas y eso no es presidir sino ejercer la elegancia social del regalo, para lo cual sobra el ringorango de la autoridad y se bastan público y puntillero, que también saben ser generosos cuando les parece oportuno. Verdad es que ayer les parecía oportuno tan a menudo que pudo ser la tarde del orejismo desatado. La gran nobleza de los novillos permitía a los toreros componer la figura y ligar pases, y como además los cuatro espadas venían «arrancados», dispuestos a aprovechar la oportunidad de que se encontraban en el ruedo de Las Ventas y en plena feria, el público tuvo numerosas ocasiones de complacerse y aplaudir.

Los cuatro pusieron en su labor valentía y lo mejor de su ciencia. Así, Luis Miguel Moro le hizo al jaral que salió en primer lugar (por cierto, tipo anchoa, cojo y manso) una faena de mucho mérito, pues el novillo se defendía por la izquierda, en el tercio, y en el centro del ruedo logró meterlo en la muleta para una serie de buenos derechazos. Y al quinto, de gran nobleza -como queda dicho-, le sacó excelentes pases, que tuvieron su más alta calidad en los naturales y de pecho. Mató con prontitud y entrega, lo cual es importante dato.

El Chinito ganó terreno en verónica se hizo una buena faena a su primero, rematada con hondos y torerísimós ayudados a dos manos, que pusieron la plaza en pie. Con el sexto, en cambio, no pudo; otro encastado novillo de larga y codiciosa embestida, embarcaba de maravilla el primer pase pero para el siguiente el torero ya tenía la res encima y se veía obligado a rectificar. Faltó mando. El Chinito del día de su presentación en Las Ventas, con un pavo nada fácil entonces, estuvo mejor.

A José Luis Palomar le vimos codillero con capote y muleta y por no templar se dejó ir un primer novillo extraordinario. El séptimo era el difícil, y le presentó pelea con valentía. No cortó la faena, aunque habría estado justificado, sino que porfió por ambos lados y a esta entrega correspondió el público con cerradas ovaciones. Como banderillero no pasó de vulgar, igual que su compañero Juan Ramos. Este trasteó con altibajos al cuarto -pases vulgares, junto a algún natural de excelente factura-. más las espléndidas condiciones del noviflo admitían mucho mejor faena. Un novillo que, por cierto, se rompió el cuerno derecho al estrellarse con el estribo del picador, y pese a ello tomaba el engaño con enorme suavidad y codicia. Ramos lo mató volcándose (sobre el lado del traumatismo, ojo) y tan rápido como fácil desenlace enerdeció a un sector de espectadores. El último, otro jaral, berreón y con cierto genio, resultó manejable, y el muleteo salió aseado, si bien el acusado defecto de no rematar los pases.

Es decir, que hay o puede haber madera en los cuatro diestros, pero tienen aún que madurar mucho. Moro es el más puesto y, pardójicamente, fue el único que no obtuvo trofeos. «¿Por qué?». Se preguntaba la andanada. El orejismo no hace bien de ningún tipo a la fiesta. Sobre todo cuando otorga trofeos discutibles de unas reses tan encastadas y nobles como las que Arribas mandó ayer a las Ventas.

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