SAN ISIDRO 77: QUINTA CORRIDA DE FERIA

El público, al presidente: "¡Que se vaya!"

Para quienes tengan impaciencia por saber qué hicieron los toreros en la corrida de ayer, nos apresuraremos a decir que hubo detalles del Viti en un torillo que era una babosa, Paula se asustó, y Ruiz Miguel no existió, oscurecido por una tarde absurda de broncas y ganado que no era de recibo.Pero el protagonismo no lo tuvieron en absoluto los toreros, como se supone debiera ser, con el toro, sino el presidente, y no para bien, sino para convertirse en el objetivo de las iras de un público que ya tiene más que agotada la paciencia.

Lo del señor Míngüez ayer, funcionario del Cuerpo Gener...

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Para quienes tengan impaciencia por saber qué hicieron los toreros en la corrida de ayer, nos apresuraremos a decir que hubo detalles del Viti en un torillo que era una babosa, Paula se asustó, y Ruiz Miguel no existió, oscurecido por una tarde absurda de broncas y ganado que no era de recibo.Pero el protagonismo no lo tuvieron en absoluto los toreros, como se supone debiera ser, con el toro, sino el presidente, y no para bien, sino para convertirse en el objetivo de las iras de un público que ya tiene más que agotada la paciencia.

Lo del señor Míngüez ayer, funcionario del Cuerpo General de Policía, se pasa de la raya. Su pasividad ante la condición lamentable del tercer animalito de la tarde, no cojo, sino inválido, o gran inválido -en términos de seguridad social, vaya- rebasa todo lo imaginable. El público, un buen público que aguantaba el tostón de la corrida, frío, viento y humedad suficientes como para que el festejo se hubiese suspendido horas antes, y que había pagado la entrada a unos precios que en muchos casos llegan a astronómicos, no podía dar crédito a lo que estaba viendo: la pobre res rodando por la arena, incapaz de recorrer dos metros sin derrumbarse, mientras el señor Míngüez permanecía impertérrito, sordo a la bronca, y dejaba discurrir aquel remedo de lidia como si no ocurriera nada.

Plaza de las Ventas

Quinta corrida de feria. Toros de Lisardo Sánchez, desiguales de presencia, escobillados o romos, renqueantes, con poca casta. Varios, protestados, la invalidez del tercero provocó un fuerte escándalo.Rafael de Paula. Pitos. Bronca. El Viti. Palmitas. División de opiniones y saludos. Ruiz Miguel. Silencio. Silencio. El público se indignó con el presidente, por negarse a devolver al corral el tercero.

No podrá argüir que el torito se inutilizó en el ruedo: salió renqueante y las primeras protestas ya pudieron oírse antes de que entrara al caballo. Entonces, ¿qué razón hubo para que lo mantuviera hasta el final? ¿Qué es lo que puede impedir que un presidente cumpla lo que el reglamento ordena con claridad meridiana, que acalle su inquietud de aficionado -si es que lo fue alguna vez- y que no prevenga el conflicto de orden público que su actitud puede originar? No lo entendemos ni lo entenderemos nunca. Ese resorte insólito que hace blanda a la presidencia cuando el público pide la oreja y dura cuando lo que pide es que sea sustituido un toro, es lo que alguien tiene que investigar, y no seremos nosotros quienes lo hagamos, porque no nos corresponde de ninguna de las maneras.

Pero no es lo peor el grave incidente del toro inválido. Lo peor es que casi todos salieron cojos, y pues hubo reconocimiento previo, como es preceptivo, los veterinarios tuvieron que detectarlo. Y casi todos, escandalosamente astillados, o romos, o ambas cosas a la vez, según se pudo apreciar ya en la Venta del Batán, para lo cual no era preciso el respaldo de ningún título facultativo. Y el presidente, que participa, con la autoridad de que está investido, en el reconocimiento, debió apreciarlo a su vez, sin necesidad de estudios periciales de ningún tipo, con una ojeada bastaba, y echar por este motivo la corrida para atrás.

Y no fue así, está claro: se lidió entera, a trancas y barrancas, a pesar de las protestas, sin ninguna consideración hacia este público de Madrid, que es santo, o para tal va, al que obligan a pasar por todo. Pero que reaccionó ayer y, harto, le gritó al presidente: «¡Que se vayal». Miles de gargantas, a una, en unánime manifestación de lo que le importa este palco. Por supuesto que, con tales atropellos, la fiesta, que ya está en un mírame y no me toques, se va al foso. Pero no por anacrónica, no por la muletilla esa de que «la gente lo que quiere es meterse en el utilitario e irse al campo a tomar el sol» -que dice el empresario poderoso-, sino porque la empujan hacia el vacío, sin otro miramiento que el negocio de hoy, millonadas a espuertas, aunque mañana, donde hubo plaza con historia, haya una torre de cristal para multinacionales.

Era El Viti la figura del cartel. Su primer toro se rompió un cuerno al derrotar en tablas y lo quiso torear por el lado sano. Ignora El Viti que un toro con semejante traumatismo ya no es toro, sino res malherida a la que debe darse pronta muerte. El otro no tenía trapío, pese a su descaradita cabeza. Babosa de las que van y vienen, le hizo una faena con detalles y destellos. Hubo un gran pase en redondo; los de pecho, que prodigó, eran superiores; dos ayudados por bajo y un cambio de mano llevaban el sello del Viti que fue en su época de mayor autenticidad. Pero nada más: derechazos y naturales le solían salir tropezados o los remataba con la mano alta, quizá para evitar que el animalito se le viniera abajo. Le aplaudió mucho una extraña claque vitista congregada en el tendido del 4. «El resto de la plaza acogió con reservas el aseado muleteo.

Ya queda dicho que Paula se asustó. Sufrió desarmes y puso pies en polvorosa cuantas veces los toros le hicieron fú. Y no era para tanto. Ruiz Miguel tuvo que despenar el torito inválido de la bronca y otro grandote y cojo que se le quedaba corto. Y eso es todo. Sólo queda añadir que si comparamos la casta de los lisardos con la de los méndez del día anterior, éstos parecían el Jaquetón, que ya saben los eruditos en tauromaquia que es paradigma de toro bravo a carta cabal.

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