Mansos miuras con olor a enfermería

Plaza de La Maestranza. Duodécima y última corrida de feria. Seis toros: cinco de Eduardo Miura, de gran romana y trapío, muy serios, mansos,difíciles. El primero, devuelto por romperse un cuerno; el sobrero, deViento Verde, lidiado en cuarto lugar, serio, con cuajo, manso, pero manejable.Manolo Cortés: Aviso y bronca. Aviso y pitos. Ruiz Miguel: Vuelta al ruedo. Silencio. Currillo: Silencio en los dos.

La feria de Sevilla se cerró con peligro y sustos. Un contrasentido, pues la han caracterizado las facilidades, y el ganado ha sido por lo general, de poco fuste (o de muy mal fuste, dep...

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Plaza de La Maestranza. Duodécima y última corrida de feria. Seis toros: cinco de Eduardo Miura, de gran romana y trapío, muy serios, mansos,difíciles. El primero, devuelto por romperse un cuerno; el sobrero, deViento Verde, lidiado en cuarto lugar, serio, con cuajo, manso, pero manejable.Manolo Cortés: Aviso y bronca. Aviso y pitos. Ruiz Miguel: Vuelta al ruedo. Silencio. Currillo: Silencio en los dos.

La feria de Sevilla se cerró con peligro y sustos. Un contrasentido, pues la han caracterizado las facilidades, y el ganado ha sido por lo general, de poco fuste (o de muy mal fuste, dependió de los días), desde que entramos en «farolillos». Una vez más los taurinos pretenden salvar el prestigio de plaza, feria y fiesta con una corrida de las de ,aquí te espero, naturalmente para los que no son figuras. A las figuras, bien servidos platos de ternerita blanca, no se les vaya a indigestar; a los demás, huesos, y duros de roer.Así fueron los miuras: huesos duros de roer; trenes miura, y mansos. Sus romanas aparatosas (a bastante más de seiscientos kilos de media salieron), no tenían el reflejo en grasaza y figuras orondas y rechonchas sino en unas anatomías altas de agujas, largas, agalgadas, escurridas, ágiles y zancudas. Y luego, la gaita famosa de la leyenda, que más que cuello parecía brazo con Inverosímiles articulaciones, el cual se movía en lo dos los sentidos para atrapar al torero.

Menos mal que los toreros, ya que no artistas (ni se les pasó por la imaginación semejante posibilidad), estuvieron vivos con cien ojos, la zapatilla ligera para que el pitonazo no llegara a alcanzarles. De este modo Ruiz Miguel, que toreó bien al segundo, con mucha valentía tenía que estar atento a embarcar con temple y en el remate a quitarse de en medio, porque el miura estiraba la gaita, se le revolvía, se le venía encima. Manolo Cortés, en el único miura que mató -un animal de tremenda casta, que tuvo una agonía larguísima, queriendo embestir, y murió de pie-, fue más expeditivo y sencillament no lo quiso ni ver, ya que la fiera cortaba terrino y se quedaba en el «centrodelasuerte». Lo malo es que tampoco quiso ni ver el sobrero, manso a conciencia en varas, pero manejable en la muleta. Mas distingamos: otra muleta que no fuera la del diestro de Ginés, ya que la utilizó para ponerla en la cara deítoro y hacer que derrotara en ella. Cortés se pasó de listo

Mandaron los miuras sobre el albero. ¿Quién podía exigir el domingo en La Maestranza que les dieran naturales de primor? Pero dominarlos, sí. Y en cambio, matadores y cuadrillas, aunque individualmente valerosos, no tuvieron orden ni visión para encauzar la lidia como hubiese sido más práctico. Terminado el segundo tercio, solían llevar el toro a un burladero cercano a chiqueros. Malas proximidades son ésas. El matador lo sacaba a los medios, pero, naturalmente, a los pocos pases ya estaban toro y enemigo en terreno más o me nos inmediato a toriles. Ruiz Miguel, en el quinto, por querer rebañar a la trágala unos naturales, cayó en la trampa: a los pocos minutos estaba dentro de la querencia del manso, en la que éste se hizo fuerte, y donde ya no eran posibles naturales ni nada; casi ni matar.

Lo mismo le sucedió a Curri¡lo en sus dos enemigos: por intentar el derechazo y el natural, terminó en el mismo lugar. El sexto incluso llegó a asomar gaita y cabezota por encima del portón para explorar el terreno, por si era posible la huida al corral. Fue un regalito; echaba la cara arriba cada vez que el torero intentaba meterle la espada. Miura malo, coco. De salida, en el segundo lance, pegó una terrible encabezada al bulto y Currillo, visto y no visto, se tiró de cabeza al callejón, en el salto del ángel.

Sin gloria acabó la corrida y la feria. Felicitémonos de que, al menos, ha concluido con bien. Cortés, Ruiz Miguel y Currillo hicieron la hombrada de ponerse frente a unos toros de leyenda que estaban de malas.

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