Tribuna:

Comentario sobre el Partido Comunista

ANTONIO TOVAR

No vamos a regatear nuestro aplauso al Gobierno Suárez por su decisión de legalizar al Partido Comunista de España. En el momento actual sería injusto excluir de la legalidad a uno de los partidos de más importancia, y, por otra parte, un trato de persecución y clandestinidad perjudicaría, más que a un partido acostumbrado a ambas, a la general valoración de la política sinceramente liberal y democrática de la Monarquía y al conjunto de los partidos hasta ayer proscritos. Con reconocer al Partido Comunista el Gobierno no hace sino abrir los ojos a una realidad que sería ne...

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ANTONIO TOVAR

No vamos a regatear nuestro aplauso al Gobierno Suárez por su decisión de legalizar al Partido Comunista de España. En el momento actual sería injusto excluir de la legalidad a uno de los partidos de más importancia, y, por otra parte, un trato de persecución y clandestinidad perjudicaría, más que a un partido acostumbrado a ambas, a la general valoración de la política sinceramente liberal y democrática de la Monarquía y al conjunto de los partidos hasta ayer proscritos. Con reconocer al Partido Comunista el Gobierno no hace sino abrir los ojos a una realidad que sería necio desconocer.Lo que quisiéramos en estas líneas es cumplir una obligación que pesa

sobre los que tenemos experiencia, la amargura. si se quiere, de la experiencia. No es inútil trasmitírsela a las generaciones jóvenes. Para nosotros, los que hemos vivido la guerra civil, un partido comunista no es la novedad que ha sido para las generaciones surgidas a la vida en los largos años del franquismo.La gente de mi edad despertó a la conciencia política con el eco de la revolución de 1917. Me acuerdo haber leído en mi primera infancia, con horrorizada curiosidad, los asesinatos de la familia imperial de Rusia. Los nombres de bolcheviques o maximalistas y las Figuras de Lenin y Trotsky nos fueron familiares muy pronto. Y en la España de los años veintitantos corrían ediciones de la Historia de la Revolución rusa del propio Trotsky, que nos familiarizaban con los grandes episodios de octubre y con la mitología del ejército rojo, de los soviets de soldados y obreros. Al descrédito, entonces en el ambiente, de la democracia parlamentaria contribuía, evidentemente, el prestigio misterioso, como rodeado de prohibiciones y cordones, sanitarios, de la revolución rusa.

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Y de esto se benefició Mussolini. El fascismo tenía en común con el bolchevismo un desprecio cínico por la libertad tal como la entendía el parlamentarismo civilizado. Su régimen, que inventó la fórmula demagógica de compensar con un revolucionarismo verbal la alianza con la derecha, daba una cierta satisfacción a los que se sentían revolucionarios, pero no bastante radicalmente. El secreto del éxito de los partidos de cuño fascistas entre los jóvenes de diferentes países no cabe duda que fue favorecido por esto, en el generalizado clima de debilitación de la fe en el pluralismo parlamentario.

En realidad el invento político de Mussolini consistió en utilizar con signo contrario la creación bolchevista, maximalista, de Lenin. El jefe de la revolución de 1917 radicalizó la estrategia y la táctica y reclamó la dictadura, basándola en un partido único, el suyo. Tal era la reivindicación maximalista, que es lo que quiere decir bolchevique. Se separó así del socialismo que actuaba en todas partes dentro del parlamentarismo, como un partido más y sin pretensiones de dictadura. El antiguo socialista Mussolini aprendió esta lección y reclamó para sí, como antagonista, la dictadura y todo el poder para un partido único, el suyo.

Mussolini se alió con la derecha y puso sus escuadras al servicio de ella, pero, en realidad, no era de derechas del todo. Quienes hemos militado en partidos de corte fascista sabemos esto muy bien y entendemos mucho de la geografía equivocada que cree que los verdaderos fascistas son de extrema derecha. El inventor del partido único, de la represión de los no conformistas, de la negación de derechos a quienes no militan en el grupo vencedor, se llamó Lenin. Mussolini fue, con signo contrario, un imitador. El pluralismo, los partidos, la colaboración del poder con la oposición, esa hermosa invención del parlamentarismo británico, ha estado desde entonces amenazada, y muy generalmente suprimida, por fuerzas políticas que se creen dueñas de su verdad y en nombre de ella se sienten capaces de aplastar y eliminar al disconforme. Dominados por esa ceguera, los partidos únicos creen tener enfrente siempre a un partido también único. Los fascistas o fascistoides castigan como comunista al más pacífico liberal o al más moderado socialdemócrata, mientras que los comunistas en el poder eliminan como fascista al mismo democristiano o socialista parlamentario motejado de menchevique.

No es que antes de esa invención del partido único no hubiera violencia en la política. Déspotas absolutistas, generales reaccionarios, poderes oscurantistas, habían sido maestros de represión y violencia, pero revoluciones, constituciones, instauración de sistemas parlamentarios con división de poderes, fueron generalizándose, y en ese mundo, no lo olvidemos, fue posible la crítica del capitalismo y la constitución de órganos de lucha del proletariado. Un consensus general, acompañado, claro es, de todas las hipocresías y mentiras que se quiera, pero contra el que nadie se atrevía, dividía antes de 1917 los sistemas políticos en presentables y no presentables, en civilizados o no civilizados.

La invención de e y la imitación con signo contrario contenían desde el principio posibilidades espantosas, quizá nunca vistas en la historia, o quizá sólo engrandecidas por el progreso tecnológico, que alcanzaron en Hitler y Stalin su mayor altura.

Los que hemos vivido aquella época con plena conciencia, contemplamos con esperanza la vuelta a un ideal de pluralismo, respeto y no violencia, en el que encaja tanto el reconocimiento del Partido Comunista de España como las declaraciones de los dirigentes del mismo, favorables al pluralismo y a la no violencia.

Pues, en verdad, qué mejor que una sociedad perfecta (con la perfección que les contiene a los defensores y beneficiarios de tales perfecciones) es una sociedad abierta a la crítica, que deja publicar las obras de disidentes y disconformes, de quienes, como en su tiempo Marx, descubren los engaños y fraudes sobre los que se fundan los privilegios económicos y políticos.

Por eso la vuelta de España a un régimen de libertad no era compatible con la supresión de ningún partido. Nuestra felicitación, pues, al Gobierno, que no se ha arredrado ante las dificultades que se oponían. a la concedida legalización.

En medio de los conflictos y problemas que amargan la vida ' es una esperanza ver que en alguna parte, y precisamente en España, se pone fe en un sistema político pluralista, liberal, que no excluye a nadie, que cree que de la cooperación de los distintos grupos puede salir no sólo la paz y la armonía, sino -no lo olvidemos- la eficaz gestión de los negocios comunes, de la cosa pública que nos interesa a todos.

Es cierto que todo sistema autoritario, que rechaza la crítica, naufraga en la corrupción y la ineficacia. La moralización hay que esperarla de la crítica libre, de la publicidad en los asuntos públicos. En las distintas esferas administrativas, desde la municipal hasta la nacional, la libertad de información y discusión y la autonomía de la justicia, son la única garantía contra los arraigados vicios del peculado, el cohecho y toda clase de negocios fáciles que se le brindan al poder político incontrolado.

Por otra parte la política nacional está inscrita en la política mundial. Es evidente que la hegemonía compartida de las dos superpotencias no funciona sin fricciones. Ahí está ahora, por ejemplo, el conflicto en las fronteras de la «comunista» Angola y el «capitalista» Zaire, y las nubes de guerras que parecen inevitbles entre blancos y negros Rodesia y países vecinos. La intervención en el corazón Africa no sólo de la URSS y en Francia, sino de Cuba, China, Marruecos y otros países más o menos autónomos, puede degenerar en un nuevo Vietnam, Vietnam distinto, quizá, por pronto, sin Estados Unidos.

La misma línea de conflicto que por la minas de cobre de la antigua Katanga pasa por todo los otros puntos vivos del planeta por ejemplo, por Madrid y Barcelona. Mientras la política no amenace con convertirse en violenta, la presencia abierta y clandestina de las fuerzas que simpatizan con una u otra de las dos superpotencias debe ser considerada normal. No hay que exagerar el papel de las organizaciones secretas y las fuerzas ocultas. Sin negar que existe si funciona una CIA sin respeto a la soberanía de los países, que Lockheed y toda clase de grandes empresas compran y venden políticos y administradores, es evidente que una determina propaganda ha conseguido presentar las cosas como para encubrir la actuación de las fuerzas espionaje y de intervención que la otra superpotencia necesita, sin duda, para subsistir.

Un partido comunista legal público es un contrapeso necesario para los manejos del dinerorien de los poderes del dinero. Y, a vez, la publicidad y legalidad d Partido Coniunista es un coi prorniso del i-nisniopartido pa ser otra cosa que el ¿¡gente (te ti i de las dos superpótencLis.

Tai es, nos parece, el punto vista liberal, que no clerra los o.i ante los peligros, que no los n1e ni se liace ninguna Ilusión, que i divide el inundo en buen().% nialos, pero que cree que en ti¡ sociedad adefantada, culla, e( un cierto bienesta r econóni ico

el que los heneficios debe] e tenderse a todos los cludadam hay que hacer todos los esfuerz por niantener líts'rcgits dejue que hacen Jibre y abiert

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régirnen político.

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