Cartas al director

¿Guerra de idiomas?

He leído con interés el excelente artículo de mi querido y admirado amigo Carlos Santamaría, acerca del renacer del cultivo y de la enseñanza de la lengua vasca. Precisamente por razón del conocimiento del tema, que en él se manifiesta creo que debo formular una pu ntualización rectificando una opinión muy discutible del autor sobre un determinado extremo, que el lector podría dar por buena al verla expuesta en un trabajo de tan alta calidad.Dice Santamaría que la persecución de que fue objeto el vascuence en los años que siguieron a la guerra civil «ha resultado a la larga muy beneficiosa par...

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He leído con interés el excelente artículo de mi querido y admirado amigo Carlos Santamaría, acerca del renacer del cultivo y de la enseñanza de la lengua vasca. Precisamente por razón del conocimiento del tema, que en él se manifiesta creo que debo formular una pu ntualización rectificando una opinión muy discutible del autor sobre un determinado extremo, que el lector podría dar por buena al verla expuesta en un trabajo de tan alta calidad.Dice Santamaría que la persecución de que fue objeto el vascuence en los años que siguieron a la guerra civil «ha resultado a la larga muy beneficiosa para la vida de nuestra lengua», por lo que los amantes de esta última deben agradecer a sus perseguidores el «revulsivo» así apl"do.

Hay en esto una gran equivocación. La persecución -que, como bien dice el autor, fue injusta, errónea y estúpida- constituyó una calamidad cuyos frutos siguen siendo calamitosos. En primer lugar, porque frenó en seco el movimiento expansivo, de cultivo y enseñanza de la lengua vasca, haciéndole perder un tiempo y un terreno considerables y que, en parte, no ha recobrado. Y además porque, siendo un desafuero que se cometió con espíritu sectario ha provocado el brote de un sectarismo contrario que rivaliza con el anterior en injusticia, errores y estupidez. Alude Santamaría a la «seriedad y la profundidad de la acción» que hoy se realiza con un propósito «de extensión, de fijación, de actualización, de unificación y de escolarización» del idioma vasco. Tiene razón en lo que respecta al trabajo de los académicos, de los lingüistas, de muchos profesores y maestros concienzudos y abnegados y de otras personas que, a semejanza de ellos, actúan con sentido de responsabilidad. Es razonable suponer que, aun cuando no hubiese habido una persecución antivascuence, la mayoría de esas personas habría realizado su labor, y sin duda lo habría hecho en con diciones más favorables que las impuestas por la adversidad de que ese idioma ha sido víctima durante tanto tiempo. Pero hay, además, la otra cara de la moneda. Y es que sopla hoy, en ciertos ambientes irresponsables de Vasconia, y con frecuencia entre quienes conocen mal, o poco, la lengua vasca, un espíritu vehemente de revancha lingüística, de traza inconfundiblemente bélica, que constituye una reacción caracterizada, injusta, errónea y estúpida, contra las injusticias, los errores y las estupideces antes imperantes. No creo aventurado afirma, y me atrevo a hacerlo, que este preocupantísimo fenómeno no se habría producido si, a lo largo de los lustros inmedia tamente posteriores a la guerra civil, no hubiera tenido lugar aquella lamentable persecución. Y si, ahora, la sensatez y la cordura no fue ran capaces de sofocar los primeros brotes del incendio que está empezando aprender, el País Vasco está llamado a desgarrarse en un conflicto en el que los idiomas, con vertidos en armas arrojadizas por obra y gracia de los sectarismos enfrentados, van a ser utilizados sin contemplaciones en una incivil guerra lingüística cuya duración puede ser larga, y que sólo a los enemigos del pueblo vasco será ca paz de contentar.

No hay, por consiguiente, ni el asomo de un motivo para estar agradecidos a los funestos perseguidores del vascuence.

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