Crítica:

La vuelta de los héroes

El ciudadano occidental vive sumido en la zozobra perpetua, neurotizado por sus fantasmas, reprimido por toda clase de. poderes, incitado al consumo indiscriminado y sometido a las presiones inevitables de una existencia gris y sucia, donde el derecho a los más simples placeres se convierte en una aspiración culpable y, censurabie.

Las diferencias temperamentales, los niveles creadores y las sublimaciones se nivelan, insensiblemente, en una mediocridad general donde, fantasía e imaginación son los únicos escapes posibles frente a las cadenas tangibles, y también simbólicas, del entramad...

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El ciudadano occidental vive sumido en la zozobra perpetua, neurotizado por sus fantasmas, reprimido por toda clase de. poderes, incitado al consumo indiscriminado y sometido a las presiones inevitables de una existencia gris y sucia, donde el derecho a los más simples placeres se convierte en una aspiración culpable y, censurabie.

Las diferencias temperamentales, los niveles creadores y las sublimaciones se nivelan, insensiblemente, en una mediocridad general donde, fantasía e imaginación son los únicos escapes posibles frente a las cadenas tangibles, y también simbólicas, del entramado de todos los días, en un mundo mal hecho y difícil de reformar.El arte es, puede ser, una forma de huír de este entorno miserable, una manera de proporcionar una coartada a los más sensibles, los más débiles los más imaginativos. El arte tradicional -desde las grandes construcciones cosmogónicas primitivas hasta las más populares creaciones de la literatura decimonónica- se apoya en estas carencias para ofrecer una apoyatura mítica sobre la que proyectar las necesidades reprimidas de los lectores. No es raro que, incluso en nuestra civilización (?) supertecnificada, los resortes de la sublimación sean los mismos que los de nuestros abuelos, y tampoco es ninguna sorpresa que los héroes de siempre obtengan en nuestros días un éxito aún mayor que en el momento de su aparición.

Está claro, sin embargo, que el canal es decisivo. La reaparición del conde de Montecristo, en la persona de Richard Chamberlain, ha pasado prácticamente inadvertida en nuestro país, por haberse presentado en una película, escasamente valorada por la propia distribuidora y con una publicidad nula, aunque el producto, paradójicamente, tenia toda la apariencia de un serial televisivo, remontado para su aprovechamiento cinematográfico. El renacimiento de Sandokan, el viejo personaje de Emilio Salgari, ha representado uno de los éxitos más espectaculares de los últimos tiempos.

Sandokan

Encontrar las razones de este triunfo es relativamente fácil después de haberse dado, pero predecirlo antes de producirse, ya es algo más serio. El tigre de Mompracén ha sido llevado, repetidamente, a las pantallas, pero ésta es la primera vez que se produce un impacto tan rotundo en todos los espectadores, y no sólo en los más pequeños. La oculta necesidad de heroísmo emblemático puede explicar bastante el arraigo de la serie, así como su entronque con aspiraciones más serias, con una desesperada aspiración a la simplicidad y a la sencillez. El héroe profesional no es, nunca, un hombre concreto sino una idea encarnada, un mito andante que conecta con la sensibilidad más profunda del ser humano. Los héroes pueden presentarse inmutables, ajenos al cambio de los tiempos -como el enésimo conde de Montecristo, realizado por David Greene- o acomodarse a las modificaciones socioculturales de cada época, como en, este Sandokan de Sergio Sollima, que conserva en apariencia sus características originarias (en la subespecie de justiciero exótico, la misma a la que pertenece el capitán Nemo, de Julio Verne pero con sutiles modificaciones én el entorno histórico y en el tratamiento de los problemas.

Ni el mismo Salgari -escritor mediocre, pero con una capacidad de fabulación espléndida- podía imaginar una versión más digna de su personaje más célebre. Tres empresas de televisión se han unido para este fabuloso proyecto, rodado con un elevadísimo presupuesto en los mismos escenarios reales, con un espléndido equipo de intérpretes que ponen en pie la vieja historia con una dignidad desusada en este sistema de fabricación. En la base de la idea está, desde luego, un, gran creador, capaz de dar nueva vida a un héroe tan cansado y sobrepasado como el viejo Tigre de la Malasia. Sergio Sollima tiene en su haber varias producciones interesantes, dentro del género «spaghetti western», pero su obra maestra es, sin duda, la revitalización de Sandokan, en la vía del justiciero inaccesible, presente en los textos de Salgari, pero en un contexto distinto, que desvela con sutileza e inteligencia, las manipulaciones imperialistas, el racismo y el control económico de las grandes potencias sobre los pequenos estados. Las concomitancias entre aquella época y la nuestra son evidentes, pero el director y su equipo de guionistas han sabido mantenerse dentro de un exquisito equilibrio, sin viciar los datos originarios con un mensaje progre que sería escasamente efectivo. El objetivo conseguido es mucho más importante: hacer compatible la visión romántica del héroe tradicional con un tratamiento serio y responsable de los problemas políticos y económicos del momento, sin descuidar la calidad formal de las imágenes y sonidos.

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