Tribuna:

Atención al déficit exterior agrario

Las cifras del comercio exterior agrario han tomado en años recientes una dirección altamente peligrosa.En efecto, el sector agrario español -que ha constituido tradicionalmente un reducto tranquilizador en los fabulosos déficit de la balanza comercial de nuestro país- parece alejarse cada vez más de su posición netamente exportadora o al menos, discretamente deficitaria, contribuyendo así a agravar la situación desesperada en la que se encuentra el sector exterior de la economía.

Ya se produjeron en los años 1965 y 1969 sendos toques de atención de cómo podrían dispararse los saldos ne...

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Las cifras del comercio exterior agrario han tomado en años recientes una dirección altamente peligrosa.En efecto, el sector agrario español -que ha constituido tradicionalmente un reducto tranquilizador en los fabulosos déficit de la balanza comercial de nuestro país- parece alejarse cada vez más de su posición netamente exportadora o al menos, discretamente deficitaria, contribuyendo así a agravar la situación desesperada en la que se encuentra el sector exterior de la economía.

Ya se produjeron en los años 1965 y 1969 sendos toques de atención de cómo podrían dispararse los saldos negativos y cómo se necesitaba urgentemente una cuidadosa planificación de la política agraria en relación con este tema. Pero es a partir de 1971 cuando los déficit se han agrandado de un año para otro a ritmos realmente preocupantes hasta llegar a la cifra de casi 80.000 millones de pesetas en el pasado año con una previsión no mucho más favorable para el presente.

La política de importaciones agrícolas ha registrado desde tiempos inmemoriales una lucha de intereses que han sido fuente de innumerables conflictos. El agente importador -el Estado en el pasado y, en muchos casos, los grupos privados en la actualidad-, el agricultor, el ganadero y el consumidor defienden posiciones a menudo conflictivas a la hora de determinar la política a seguir. Ni qué decir tiene que existen importaciones que benefician a todos (caso del cacao o del café): pero la mayoria de ellas provocan consecuencias negativas para los intereses de uno o varios de los grupos citados. La importación de carne argentina a cambio de algunos camiones españoles perjudica a los ganaderos y puede favorecer -no siempre lo hace-, a los consumidores. Las avalanchas de maíz y sorgo americano permiten abaratar los costes de producción a los ganaderos pero ejercen una competencia «desleal» contra los correspondientes productos españoles (alguna vez habrá que evaluar el disparate de fomentar una ganadería industrial a toda costa, olvidando las posibilidades de una bien planeada ganadería extensiva en nuestro país). En fin, también existen importaciones que no favorecen a nadie como son las derivadas del inoportuno contrato que nos obliga a comprar azúcar cubano a precios de escasez cuando, aquí va está sobrando. Resulta ya tópico pedir que las acciones importadoras respeten los calendarios de producción interior y las perspectivas de oferta nacional a medio plazo.

A todo esto, según la Hermandad Nacional de Labradores y Ganaderos, cada año aumenta el volumen de importaciones agrarias innecesarias, no existe reunión o manifestación de agricultores donde no se exijan frenos a tales importaciones y yo he presenciado el desconcierto del vendedor de una partida de pavos al ser informado de la repentina baja de su precio en el mercado como consecuencia de una masiva importación de conejos chinos. Es necesario indicar que los agricultores -que gozan, por lo general, de un sentido común envidiable- no pretenden desterrar globalmente las prácticas importadoras sino sólo aquellas que, aún de poca entidad, provocan efectos negativos en el mercado que resultan desproporcionados con los pretendidos beneficios. No hace falta recordar por otro lado, que son numerosos los casos en los que ha habido que destruir partidas enteras de carne importada por haberse deteriorado en almacenes estatales a la espera de su utilización.

Por su parte., el panorama de las exportaciones de productos agrarios no parece pueda compensar las partidas deficitarias a corto plazo. La presencia de Italia en el Mercado Común limita en parte las posibilidades de los productos españoles, la integración de Inglaterra en la Comunidad ha significado una quiebra importante; la falta de normalización, calidad v control de algunas de nuestras exportaciones reduce a menudo sus mercados y, por último, el continuo aumento de la demanda interior ejerce también su influencia negativa.

Ante tal, situación. poco o nada valen objetivos generales, como los enunciados en años pasados por las autoridades agrarias. No se trata de decir que hay que equilibrar la balanza agraria. Se trata de empezara trabajar sobre el tema: hay que estudiar la necesidad de las importaciones producto por producto contar con información al día sobre los mercados internacionales (recuérdese que hay agregados agrónomos a las embajadas españolas en muchos países), ayudar seriamente a los esfuerzos aislados de algunos de nuestros exportadores privados. acabar con la subordinación de los intereses agrarios o los del comercio y la industria (en algún momento de irritación los agricultores han pedido la abolición del Ministerio de Comercio) y, en fin. elaborar una política de producciones de largo alcance en la que se tenga en cuenta este problema antes de que los costes de la ausencia de una tal política se hagan insoportables.

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