Reportaje:MUSICA

El festival santanderino celebra su XXV aniversario

El festival santanderino ha cumplido veinticinco años. Su historia va ligada al escenario popular, convencional y casi abierto de la plaza Porticada. Lo que, en principio, supone un tanto negativo. Un cuarto de siglo es demasiado tiempo para que, a estas horas, no esté levantado un auditorio de nueva planta, eficaz y moderno, que resuelva las indudables carencias de la antigua plaza de Velarde. Sin salir de nuestras fronteras, parece seguro que para el año próximo quedará terminado el Auditorio Manuel de Falla, en Granada, operación en la que desplegaron su entusiasmo y colaboración...

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El festival santanderino ha cumplido veinticinco años. Su historia va ligada al escenario popular, convencional y casi abierto de la plaza Porticada. Lo que, en principio, supone un tanto negativo. Un cuarto de siglo es demasiado tiempo para que, a estas horas, no esté levantado un auditorio de nueva planta, eficaz y moderno, que resuelva las indudables carencias de la antigua plaza de Velarde. Sin salir de nuestras fronteras, parece seguro que para el año próximo quedará terminado el Auditorio Manuel de Falla, en Granada, operación en la que desplegaron su entusiasmo y colaboración varios municipios. No creo exista causa justificada para que Santander, ciudad sin teatro, después del derribo del ochocentista Pereda, no haga un esfuerzo análogo al de los granadinos.Por lo demás, el Festival del XXV aniversario parece simbolizar lo que han venido siendo las ediciones anteriores. Se trata de un festival de estrellas, un poco al modo del de Lucerna. Es indiscutible que en esta ocasión no han faltado las figuras. Recordemos: Paul Tortelier, Teresa Berganza, André Watts, Narciso Yepes, Alicia de Larrocha, Tamas Vasary, Cristina Bruno y Mariona Trifau (Premio Paloma O'Shea, 1975). En géneros de cámara: el conjunto inglés, con José Luis García Asensio, Cuarteto de Priaga y las Trompas y órgano de Esteban Elizondo. Dos orquestas sinfónicas, la Nacional y la de Londres, dirigidas, respectivamente, por Frühbeck y Aronovitch, más una sesión de jazz, por el Trío Loussier, completan la parte musical.

En el terreno del ballet, cuatro formaciones de distinto signo y procedencia desplegaron un no meno variado repertorio: las Estrellas de la Danza (ballet clásico), el Teatro de Danza de Londres (contemporáneo), el Nacional de Serbia (popular) y el de Festivales de España, español en las vertientes popular y culta, de inspiración folklorística. En fin, dos obras teatrales reclamaron la atención de los asiduos a la Porticada: Julio César, de Shakespeare, y Sombra y quimera de Larra, de Nieva. Como espectáculo divo, la presencia de Plácido Domingo sirvió para desplegar la teoría belcantista de los Donizzetti, los Bizet, los Puccini, los Giordano y los Verdi.

Todo ello dentro de una línea continuista de la que nos da fiel testimonio el libro recordatorio, tan bellamente impreso por Información y Turismo, que recoge el resumen de los veinticinco programas que han hecho la historia del Festival.

La música contemporánea ausente

La gran ausente de los festivales santanderinos viene siendo la música contemporánea, española y extranjera. Esto aun entendiendo el término en un sentido lato. Su presencia, sobre todo si nos referimos a la creación actual, fue ligada a ocasiones excepcionales: el encargo hecho a Ernesto Halffter con motivo del veinte aniversario del festival y las obras escritas por Luis de Pablo, Cristóbal Halffter y Miguel Alonso para la conmemoración oficial de los veinticinco años de paz.Tal ausencia ha sido confirmada en esta ocasión, en la que ni siquiera se produjo el encargo que parecía aconsejable. Con todo y suponer que la orientación de los programas responde a los gustos del denominado «gran público», no tengo tan corta opinión de éste como para prescindir de la expresión musical de nuestro tiempo, dentro de la cual se han producido obras cuya aceptación y aplauso masivo están más que demostrados.

Dos aniversarios y un concurso

Atendió la vigésimo quinta edición santanderina a dos centenarios: el de Pablo Casals y el de Manuel de Falla. Homenaje preciso y precioso a nuestro gran violoncellista ha sido el concierto de Paul Torteller y María de la Pau, a través de un programa Beethoven, Bach, Schubert, es decir, tres grandes dedicaciones del músico de Vendrell. En cuanto a Falla, por una parte, fueron representados los ballets El amor brujo y El sombrero de tres picos; por otra, Frühbeck con la Nacional, el Orfeón Donostiarra, Enriqueta Tarrés y un grupo cualificado de solistas vocales, más la colaboración de Lucero Tena, puso en pie su brillante versión de La vida breve, precedida por las Noches, que protagonizó al plano Alicia de Larrocha. Teresa Berganza cantó las Siete canciones populares, y Yepes incluyó el Homenaje a Debussy.Capítulo importante que otorga al Festival otra dimensión: el concurso pianístico Paloma O'Shea, al que concurrieron veintiséis intérpretes de catorce países, y cuyo primer premio conquistó el turco Huseyn Sermet, al que conocí con ocasión del Concurso Ravel de la UER, en el que fue distinguido con uno de los galardones.

Clausura con la Sinfónica de Londres

He aquí un magnífico ejemplo de autogestión musical: la Sinfónica londinense. Vive -y vive bien- de lo que vale y trabaja. Ya es conocido el alto nivel de la profesión musical británica y, más concretamente, el largo y brillante historial de esta orquesta, que no cuenta con dependencias ni subvenciones. Bajo la inteligente y fogosa batuta de Yuri Aronovitch, los dos conciertos de los ingleses han constituido un cierre «en punta» del festival «bodas de plata». Aunque el maestro de Leningrado posea las aludidas condiciones temperamentales, sería equivocado medir su personalidad desde ese único parámetro. Se trata de un excelente profesional y de un músico nato. La mejor prueba, a mi juicio, la dio en la siempre comprometida Sinfonía, de César Franck, expresada desde un «encantamiento» interior, cantada con una continuidad melódica de primer orden y contrastada en todos sus valores. No hubo, a lo largo de la partitura, vano alguno y cada pasaje, perfectamente relacionado en lo sucesivo y lo simultáneo, poseyó su pensada y medida tensión. De la Cuarta, de Tschaikowsky, poco he de decir: conviene tanto a la naturaleza de Aronovitch que su versión provocó una reacción explosiva del auditorio, lo que sucedió con la obertura de Rienzi, o los bises (Dvorak y Berlioz).Dos excelentes pianistas colaboraron con la Sinfónica: Tamas Vasary y la española Cristina Bruno. Vasary, que hizo su fama como traductor de Chopín, lució muy bellas calidades y técnica ágil y transparente en la Rapsodia-Paganini, de Rachmaninoff. Cristina Bruno se adentró, una vez más, en el, mundo schumaniano del Concierto en la menor, para extraer hasta la última gota de sustancia musical. El sentido poético de Cristina es tan hondo como depurado en esa su característica fusión de valores temperamentales e intelectuales. Equilibrio desde el que podríamos definir la entera personalidad de Schumann.

Hacia el futuro

Cerrado con saldo positivo el primer cuarto de siglo del Festival, importa ahora su futuro: un replanteamiento de lo que los cielos deben ser, de los fines culturales y sociales que se persiguen y, como premisa, la de «encontrar casa». Creo que la Porticada ha cumplido con creces su misión. iniciada por Ataúlfo Argenta y mantenida por los distintos directores de los festivales, desde Riancho a Enterría. Parecía decidida, o casi, la construcción del auditorio detrás del Casino, en el Sardinero. ¿Ha quedado abandonado el proyecto? ¿Está sólo interrumpido? ¿Se mantendrá, indefinidamente, la solución provisional? Cuando el Festival comenzó su entonces problemática andadura, ninguno de los que fuimos testigos habríamos osado afirmar, que pasados veinticinco años, todo seguíría igual. Sin embargo, así es. Haga Santander un local del último cuarto del siglo XX, para un festival del último cuarto del siglo XX.

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