Cada vez habrá menos plazas de toros

Según impresiones recogidas en diversos círculos de influencia de la capital donostiarra hay serias dificultades para la construcción de la plaza de toros de San Sebastián. Volveremos más a fondo sobre este tema concreto, para advertir ahora que el problema se inserta en un marco general de liquidación de diversos cosos taurinos, sobre todo aquellos que se encuentran situados dentro del casco urbano de las poblaciones y en los que se celebra un corto número de espectáculos. La especulación del suelo es el enemigo peor de las plazas, a la cual favorece la trasnochada estructura del negocio taur...

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Según impresiones recogidas en diversos círculos de influencia de la capital donostiarra hay serias dificultades para la construcción de la plaza de toros de San Sebastián. Volveremos más a fondo sobre este tema concreto, para advertir ahora que el problema se inserta en un marco general de liquidación de diversos cosos taurinos, sobre todo aquellos que se encuentran situados dentro del casco urbano de las poblaciones y en los que se celebra un corto número de espectáculos. La especulación del suelo es el enemigo peor de las plazas, a la cual favorece la trasnochada estructura del negocio taurino.

En realidad es muy poco defendible la pervivencia de una plaza, no digamos su construcción de nueva planta, para permanecer cerrada todo el año excepto unas pocas fechas coincidentes con las fiestas patronales, en las que se dan acaso dos o tres corridas de toros, otras tantas novilladas, una becerrada cómica y un par de espectáculos de cante. Este caso es muy común en numerosas localidades de nuestro país. No, por supuesto, en San Sebastián, donde era tradicional la Semana Grande en la que se celebraba feria con carteles del máximo interés durante ocho días consecutivos. Pero quizá este panorama tampoco sea suficiente para justificar de pleno la inversión que supondrá construir el nuevo coso.Hay dos soluciones, independientes o combinadas: hacer plazas polivalentes, aptas para la lidia pero también para otro tipo de espectáculos, y promover una más continuada celebración de festejos taurinos. Este último caso es el tema crucial del momento presente en la fiesta, porque la cuestión está en si puede reavivarse la afición a los toros que hubo en tiempos en España. Es cierto que el crecimiento de la población no se ha reflejado en un mayor aforo de las plazas y aumento del número de festejos, lo que revela que el espectáculo ha perdido garra. Lo que habría que ver ahora es si esa merma del interés del fenómeno taurino se debe a que la fiesta atrae sustancialmente menos o lo que no atrae es esta fiesta que habitualmente se nos ofrece ahora, en tantos aspectos distinta a lo que era hace cuarenta años.

En la década de los años treinta había un plantel de toreros de gran categoría, el toro tenía una pujanza hoy apenas entrevista, las características de los diestros respondían a diversas escuelas, en las que eran especialistas consumados, con repertorio amplio, y existían estilistas del capote, las banderillas, la muleta y la espada en sus diversas modalidades, lo cual deleitaba, creaba competencia en todos los tercios, despertaba pasión. Abundaban asimismo los lidiadores, maestros en su oficio porque dominaban la técnica. Con estos elementos el curso de la fiesta marchaba pujante y los españoles la entendían, la seguían y la tenían por el mejor recurso para llenar su ocio.

Si este planteamiento del toreo siguiera hoy con los resultados de desatención que son palpables, estaría claro que el espectáculo taurino había entrado en decadencia y por su naturaleza -acaso por anacrónico- tendía a desaparecer.

Pero no es así. La fiesta de hoy es muy distinta, no hay maestros en el oficio, los estilistas del capote y la muleta son contadísimos, el tercio de banderillas sólo lo dominan algunos subalternos, el toro pujante no es habitual, desapareció la competencia. La herida por la que sangra el mundo de los toros se la ha producido él mismo, quienes lo gobiernan, no el ambiente que lo rodea.

Una política taurina inteligente sería rescatar los valores perdidos, hay medios abundantes para ello, y poner el espectáculo en el nivel máximo que tuvo. Es difícil porque los empresarios poderosos tendrían que desmontar el conjunto de intereses que han creado con sus monopolios. Cuarenta años de triunfalismo en todos los órdenes, también por supuesto en los toros, han producido el desaguisado que hoy contemplamos, porque esta fiesta, que podría seguir su curso en convivencia con cualquier otro tipo de manifestaciones, incluidas las deportivas, y que resiste perfectamente el paso del tiempo -se desarrolló en progresión ascendente durante siglos- no soporta en cambio el más mínimo recorte a su autenticidad.

De todas maneras durante la temporada anterior asistieron a los toros en España más de 15 millones de personas, aproximadamente la mitad del censo de población. Lo que quiere decir que aún hay clientela, y no debería perderse.

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