Crítica:CINE / UNA SOMBRA EN EL PASADO

Una muestra de biografía musical

Por un azar de distribución, y de éxito también, coinciden este verano en nuestra pantallas nada menos que tres filmes de Ken Rusell, cada uno de ellos significativo en su obra, a su manera. Si Mujeres enamoradas supone su consagración como realizador en lo que a producción y crítica se refiere, Una sombra en eÍ pasado es buena muestra de su forma de tratar ciertos temas o, por mejor, decirlo, cierto tipo de biografías musicales. En cuanto, a Tommy es, por hoy, su última obra entre nosotros, a la espera de Lisztomanía.Actor, director teatral, pintor aficionado y alu...

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Por un azar de distribución, y de éxito también, coinciden este verano en nuestra pantallas nada menos que tres filmes de Ken Rusell, cada uno de ellos significativo en su obra, a su manera. Si Mujeres enamoradas supone su consagración como realizador en lo que a producción y crítica se refiere, Una sombra en eÍ pasado es buena muestra de su forma de tratar ciertos temas o, por mejor, decirlo, cierto tipo de biografías musicales. En cuanto, a Tommy es, por hoy, su última obra entre nosotros, a la espera de Lisztomanía.Actor, director teatral, pintor aficionado y alumno de una escuela de ballet, quizás esta última vocación frustrada venga a explicar su pasión por las historias musicales, ya le trate de adaptaciones de comedias del género o biografías más o menos fieles. Así, tras de Tchaikowsky, y antes de Liszt, viene este Mahle, de vida atormentada, que se nos narra a lo largo de un viaje de vuelta a su país, en busca de los días perdidos, más acá y más allá del Atlántico. La narración -en realidad, puesta en imagenes de los temas principales de Mahler-, nos lleva a través de numerosos saltos atrás, a unos cuantos momentos, cruciales que explican otros tantos capítulos clave de la vida del artista, la formación de su estilo o el camino del éxito. Viendo tales biografias fílmicas, y leyendo otras no fílmicas también, se diría que el ocio, el tiempo inútil, vano, vacío, no existió nunca para los genios. Todo conspiró desde su infancia para alzarle o destruirle por encima o a los pies de los demás mortales. Así, nada falta aquí sobre Mahler, su infancia y juventud, su conversión interesada al catolicismo, sus sinfonías y sus canciones inspiradas en los niños. Todo se nos explica a lo largo de una serie desecuencias poéticas o satíricas que van desde el humor de buena ley, hasta la gracia tontorrona, cuando el artista pide silencio y la mujer hace callar a vacas, campesinos y campanas. La historia y sus interminables referencias al pasa do llegan a cansar a veces, sobre todo en la segunda parte del viaje. Aunque se nos intente animar con el señuelo de una posible huida de la mujer de Mahler, en brazos de un amigo, o con la próxima muerte del compositor, es su vida lo que nos importa, su juventud en los ambientes judíos de sus padres, fielmente evocados; sus primeros estudios o sus esfuerzos por sacar la familia y la carrera adelante. Su escuchar a la naturaleza, su viajar en sueños, a lomos de un caballo blanco por el bosque, o las explicaciones bucólico-filosóficas de su amigo de la infancia, nos dicen menos sobre su personalidad que las relaciones con su mujer, muy bien interpretada por Georgina Hale. Ella y Robert Powell, en el papel del artista, acaban por dar forma a una pareja inolvidable que perdura en el espectador cuando la historia concluye.

Una sombra en el pasado

Escrita y dirigida por Ken Rusell. Fotografía, Dick Bush. Música de Gustav Mahler, dirigida por Bernard Haitinck. Intérpretes: Robert Powell, Georgina Hale, Richard Morant, Lee Montage, Rosalie Cruichley. Inglaterra, 1974. Musical, dramático. Local de estreno: Cinema Amaya.

Con una ambientación extraordinaria y servida por actores excelentes, virtudes habituales y comunes a los últimos filmes ingleses, éste se inicia con un claro homenaje a Visconti y su muerte en Venecia; incluye la consabida secuencia con técnica de cine mudo y concluye con un final semifeliz en el que sólo se insinúa el verdadero, desenlace. Y es que Rusell, por encima de su supuesto afán de escándalo, más allá de su buen o mal gusto, converso en cierto modo como Mahler y realizador de un trabajo sobre Lourdes, mira siempre a su público, que le sigue fiel a lo largo de sus farsas poéticas, esa ventana dorada de sus sueños donde refugiarse, espejo sin fondo de un especial y trasnochado romanticismo puesto al día.

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