Crítica:Ligera

La hora de los guitarristas

Está clara, en todos los mercados discográficos del mundo, la enorme presión de la industria norteamericana que impone a sus ídolos, no sólo por la fuerza expansiva del show bussiness, sino también por la evidente experiencia de los hombres que lo componen, y la capacidad que tienen para adaptarse a muy variados públicos. También se observa el lógico hecho de que en los momentos en que la creatividad de los artistas anglosajones disminuye, la sola industria no puede imponerse absolutamente; queda entonces un hueco feliz, hueco por el que surgen los artistas nacionales. A veces el sitio ...

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Está clara, en todos los mercados discográficos del mundo, la enorme presión de la industria norteamericana que impone a sus ídolos, no sólo por la fuerza expansiva del show bussiness, sino también por la evidente experiencia de los hombres que lo componen, y la capacidad que tienen para adaptarse a muy variados públicos. También se observa el lógico hecho de que en los momentos en que la creatividad de los artistas anglosajones disminuye, la sola industria no puede imponerse absolutamente; queda entonces un hueco feliz, hueco por el que surgen los artistas nacionales. A veces el sitio por cubrir es tan amplio que cabe toda una corriente musical, más que un sólo artista.En España se ha advertido últimamente este tipo de acontecimeinto discográfico con el fenómeno de la explosión de los guitarristas flamencos, o mejor dicho, de los guitarristas, porque en ellos se admiran más sus cualidades generales como formidables instrumentistas, que el particular hecho de tocar flamenco. En este segundo caso habría surgido un paralelo movimiento hacia los cantaores y no ha sido así. Nos dejaremos algunos en el tintero, pero con alto nivel promocional están: Paco de Lucía (Phillips), Manolo Sanlúcar (CBS), Victor Monge «Serranito» (Columbia), Paco Cepero (BASF). Y el lujo llega hasta un intérprete británico que aquí aprendió: Ian Davies (Hispavox).

Este bloque de artistas demuestra, que por vez primera en muchos años, un guitarrista español no necesita ir al extranjero a buscar el reconocimiento a su técnica y sensibilidad, como era habitual en tiempos anteriores, e incluso como sigue ocurriendo con el gran maestro de los tiempos modernos del flamenco, el gitano navarro Sabicas. Y resulta curioso cómo a esta generación, o al menos a los tres primeros nombres, nos las han mantenido los públicos: estadounidense, británico, japonés y francés, por este orden. Si la sequía de grandes músicos americanos e ingleses ha permitido al público español echar una mirada a nuestros propios valores, detengámonos un momento a pensar sobre lo que realmente han admirado de estos músicos. El proceso ha sido claro: primero un asombro complacido ante la extraordinaria técnica de estos hombres. Pero luego, la admiración ante lo circense ha dado paso al sentimiento; y entonces se ha podido admirar la capacidad de expresión, de comunicación que éstos poseían. Por eso, también, el primero que ha conseguido triunfar ha sido Paco de Lucía, imposible de citar como el mejor, pero sin ninguna duda el más expresivo de todos.

Como es lógico, fueron los flamencos, porque lo tenían más cerca, los que comenzaron a crear en torno a estos hombres las primeras aureolas de la popularidad, aureolas que acompañan paralelamente a un deseo de protagonismo que la guitarra flamenca viene sintiendo en los últimos tiempos. Y, precisamente la capacidad de expresión es la que le ha dado el espaldarazo definitivo, en esta clara posibilidad de tutear al cante.

Los flamencos han dejado de admirar al sólido guitarrista de acompañamiento, cuando se fueron dejando llevar por la magia de las falsetas. Y hay que rendir homenaje en este sentido a Diego el del Gastor, guitarrista ya desaparecido, que creó el más reciente círculo de fans de la guitarra expresiva. Y si por él se incubó en catacumbas este movimiento, han sido los jóvenes genios los que han sabido coger el relevo. La guitarra ya no deja sus mejores ecos encerrada en el cuarto, en una juerga hasta el amanecer por las tierras andaluzas; ni se queja, rodeada de ojos oblicuos en una gran sala de conciertos japonesa. Nadie puede dudar de que en la música ligera española ha llegado la hora de los guitarristas.

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