Los últimos juglares

La primera vez que vi a Carmen Heymann y Servando Carvallar recitaban un fragmento del Mío Cid. Llamaba la atención la pronunciación intencionalmente fiel de los sonidos medievales, la reproducción de aquellas consonantes perdidas en la historia, y lo bien que sonaba a nuestros oídos, hechos a este castellano nuestro, infinitamente más duro. También, esa manera sabia de subrayar la atención y la compresión, con el gesto y, con la pirueta, de tal manera que giros y palabras que ya no son vigentes, eran perfectamente comprensibles. «Llevamos catorce anos estudiando, además de los textos, la gram...

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La primera vez que vi a Carmen Heymann y Servando Carvallar recitaban un fragmento del Mío Cid. Llamaba la atención la pronunciación intencionalmente fiel de los sonidos medievales, la reproducción de aquellas consonantes perdidas en la historia, y lo bien que sonaba a nuestros oídos, hechos a este castellano nuestro, infinitamente más duro. También, esa manera sabia de subrayar la atención y la compresión, con el gesto y, con la pirueta, de tal manera que giros y palabras que ya no son vigentes, eran perfectamente comprensibles. «Llevamos catorce anos estudiando, además de los textos, la gramática histórica, la fonética medieval, los mecanismos expresivos y plásticos del medievo», me dice Servando. «Y llevando nuestro teatro por los pueblos de España, de Portugal, de Europa».El lunes, en el Ateneo de Madrid, presentaron su Teatro popular de muñecos y máscaras, con textos del Arcipreste de Hita, Lope de Rueda, un cartelón de Ciegos, y el «Retablillo de don Cristóbal», de Lorca. Carmen y Servando, ecuatoriana ella, gaditano él, se conocieron en Madrid, en la Escuela de Arte Dramático, y el matrimonio, y ocasionalmente su hijo Vandy, forman una insólita compañía, de guiñol: juglares, goliardos y bululú a un tiempo. En su repertorio, los clásicos medievales, desde Berceo al Arcipreste de Talavera, el Romancero, la canción y la poesía tradicional, la literatura, popular, que pasa invariablemente por los textos progresivos de nuestros Lorcas -hacen, por ejemplo, el «Poeta en Nueva York», con proyección en diapositivas de los dibujos del propio Federico- o de Larra, el montaje que están preparando ahora.

Y es que Carmen y Servando, con sus trajes, estilizados y sugerentes («en realidad, más que medievales, parecían los del siglo XV») con la selección que hacen de los textos, y la gracia de sus puestas en escena, nos dan una visión infinitamente vital, profundamente carnavalesca de nuestra tradición. Esa realidad festiva que se nos ha enterrado tras la cortina de puritanismo de nuestra cultura oficial.

-¿Habéis tenido problemas con la Administración?

-No. A veces los hay con los derechos de los autores que hacemos. Los herederos son, como en el caso de Lorca, muy exigentes en el terreno artístico, y cuidan mucho a quién le dejan las sus cosas. Otras, como los de Valle, tardan en ponerse de acuerdo..., en general nos ha ido bien con todos. Con el Larra, nos temíamos algo, pero la censura ha pasado. Muchas veces, claro, oficialillos de provincias nos han dado algún disgusto, ya sobre la marcha de las representaciones. Pero como hacemos clásicos...

-Los muñecos, las máscaras, los trajes -me dicen- son el resultado de un esfuerzo, serio por encontrar nuestras raíces. Y las canciones, y la pronunciación. Hemos sido los primeros en darnos cuenta de la alegría y la fuerza que tenía, de lo importante que era toda la tradición española: sacarla de los libros, del mundo de los eruditos y las bibliotecas, y llevarla a la gente, que es para lo que está hecha. Y llevarla de la manera más parecida posible a como la llevaban ellos.

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