Ganar sin que nadie pierda

La asociación argentina El Caballito de Palermo promueve el ajedrez educativo como herramienta de paz

Marina Rizzo, en 2015, en la Plaza de Santa Veracruz, de Ciudad de México, frente a la estatua del escritor ecuatoriano Benjamín Carrión.Fundación Kaspárov Iberoamérica

Marina Rizzo tenía diez años en 1975, cuando el grupo parapolicial terrorista Triple A destruyó con una bomba su casa en Concordia (Entre Ríos, Argentina). Se refugió en el ajedrez, que jugaba desde los cinco, pero le incomodaba que sus triunfos dependiesen de la derrota de otros. Así nació (Buenos Aires, 1992) El Caballito de Palermo, un remanso de paz, cultura y educación de calidad que visité recientemente. Y salí de él pens...

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Marina Rizzo tenía diez años en 1975, cuando el grupo parapolicial terrorista Triple A destruyó con una bomba su casa en Concordia (Entre Ríos, Argentina). Se refugió en el ajedrez, que jugaba desde los cinco, pero le incomodaba que sus triunfos dependiesen de la derrota de otros. Así nació (Buenos Aires, 1992) El Caballito de Palermo, un remanso de paz, cultura y educación de calidad que visité recientemente. Y salí de él pensando que la idiotez colectiva, a la que camina buena parte del mundo, no es inevitable.

“Las ideas no matan, pero hay quien se dedica a matar a quien las tiene, por el mero hecho de tenerlas”. Así explica Rizzo aquel momento terrible, en un periodo muy convulso de Argentina, del que ella y su familia salieron vivos de milagro. En aquella casa no había televisión, por elección propia, y sí mucha lectura, ajedrez, piano, guitarra, danza, pintura, naturaleza… y política. Demasiada cultura para no convertirse en objetivo militar de los terroristas de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA). Parte de la familia fue perseguida y discriminada, y el resto huyó a Buenos Aires. Marina vio que el ajedrez le permitía expresar su creatividad sin hablar, y se dedicó a él con pasión.

En la faceta deportiva le fue muy bien: jugó tres Olimpiadas de Ajedrez con la selección argentina, un Mundial Juvenil, torneos internacionales en América y Europa… Pero algo no terminaba de encajar, algo que Rizzo describe así en su muy recomendable charla TED: “Yo no quería sentarme para ganarle a otro, y que mi triunfo dependiese de que otro perdiera”. Ella conecta esa idea con la bomba, y cree que se refugió en el ajedrez “porque permite la confrontación de ideas opuestas en un ámbito seguro”.

Una de las habitaciones de El Caballito de Palermo, destinada a los niños.L.G.

Tenía solo 23 años cuando comprendió que la alta competición no era lo que ella quería, por el riesgo de obsesión que acecha a buena parte de los jugadores: “Jamás he tenido duda alguna de que el ajedrez desarrolla mucho la atención, concentración, que ayuda a tomar las mejores decisiones y un larguísimo etcétera. Pero también veía que, con frecuencia, los ajedrecistas no logran transferir a su vida normal lo mucho que aprenden del ajedrez. Necesitaba encontrar otro paradigma; pasar del ajedrez para la guerra al ajedrez para la paz”.

Y así, desde la convicción de que ganar a otro no debe ser lo más importante, nació El Caballito de Palermo, con actividades dirigidas a niños (desde los cuatro años), adultos y empresas, y el concepto de “preajedrez” (juegos basados en el ajedrez, pero mucho más sencillos). Hoy, 27 años después, la asociación tiene tal fuerza que ya no necesita a Rizzo, quien está terminando una estancia de cinco meses en un centro budista cerca de Liverpool.

El 'Potrero', juego que mezcla el ajedrez y el fútbol, creado por Héctor Canteros.L.G.

He sido compañero de Rizzo en seminarios de la Fundación Kaspárov Iberoamérica durante largas giras por México. Cuando ella sale al escenario, el ambiente cambia, y los espectadores comprenden que están ante una persona especial, de sensibilidad extraordinaria. Sentí algo similar cuando, hace un mes, entré en El Caballito de Palermo para disfrutar durante un par de horas de una especie de microclima maravilloso, de fantasía pedagógica, rodeado de niños y de los discípulos de Marina: Luciano, Diego, Sebastián, Malena, Isabel, Anabel, Gabriel, Facundo…, cuyo factor común es la pasión por la creatividad y la educación de calidad.

Tableros gigantes o mesitas enanas; piezas de colores fabricadas con una impresora 3D; teatro de títeres; juegos que mezclan ajedrez y fútbol, como el “Potrero”, inventado por Héctor Canteros; y muchos más recursos, dirigidos a que personas de toda edad y condición desarrollen, mientras se divierten jugando, valores y habilidades tan diversos -según las edades- como psicomotricidad, memoria, respeto por las normas, autocrítica o pensamiento flexible, por citar solo unos pocos.

Teatro de títeres con guión basado en el ajedrez y animado por música de flautaL.G.

Hace cinco años, Rizzo explicó así la filosofía de El Caballito de Palermo en un artículo para la revista argentina Nuestro Círculo, dirigida por Roberto Pagura (1927-2017): “El sistema educativo que aún impera en gran parte del mundo, basado en premios y castigos, no ayuda a los niños a creer en sus propias posibilidades. Los estamos forzando a ingresar en una dimensión controlada por adulos que saben y deciden. Pero los niños saben naturalmente muchas cosas que los adultos hemos olvidado”, razona aquella niña de diez años a quien una bomba terrorista llevó al ajedrez, y este hacia la sabiduría y la paz: “El ajedrez enseña a pensar no solo en las jugadas del tablero, sino de la vida, con una mirada siempre reflexiva, observadora y activa. Nos enseña a crear la posición ideal para que nuestros sueños se realicen”.

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