El Holocausto, como jamás se ha contado en el cine
Un documental en el festival de Venecia junta fragmentos de 3.000 películas y series sobre la peor tragedia del siglo XX para preguntarse si es posible narrarla desde la ficción
Cada ser humano tiene sus ideas. Las expresa en casa o en el bar, con moderación o furia, consigo mismo o en debates. Los directores de cine, además, las vuelcan en películas. De ahí que haya temas que se vuelvan recurrentes en la pantalla, porque preocupan en ese momento a la sociedad. En esta edición del festival de cine de Venecia, por ejemplo, muchos largos analizan la paternidad, o la esclavitud que ha impuesto el trabajo capitalista. En otros años, fue la política, la identidad o la migración. Y así. Un asunto, sin embargo, permanece como constante en el séptimo arte occidental desde hac...
Cada ser humano tiene sus ideas. Las expresa en casa o en el bar, con moderación o furia, consigo mismo o en debates. Los directores de cine, además, las vuelcan en películas. De ahí que haya temas que se vuelvan recurrentes en la pantalla, porque preocupan en ese momento a la sociedad. En esta edición del festival de cine de Venecia, por ejemplo, muchos largos analizan la paternidad, o la esclavitud que ha impuesto el trabajo capitalista. En otros años, fue la política, la identidad o la migración. Y así. Un asunto, sin embargo, permanece como constante en el séptimo arte occidental desde hace décadas: el Holocausto. Ya se sabe todo, pero las preguntas ―y los filmes― no cesan. Tal vez porque resulte imposible explicar tamaño horror. O incluso retratarlo con una cámara. Hoy, en la Mostra de Venecia, otro documental se ha sumado al intento: Holofiction, de Michal Kosakowski. Con una propuesta, eso sí, inédita. No se parece a ningún filme visto hasta ahora. Y, a la vez, los engloba a todos.
“La ficción es transgresión. Creo que la representación de ciertas cosas está prohibida”, sentenció el director Claude Lanzmann en 1993, a raíz del estreno de La lista de Schindler, de Steven Spielberg. Por eso, la única forma que halló el cineasta francés fue un documental de nueve horas, en el que trabajó durante 11 años: Shoah, referencia de cualquiera que pretenda abordar en el cine la mayor tragedia del siglo XX. Y precisamente de esa frase partió Kosakowski. Estudió hasta 3.000 películas y series que han afrontado el argumento, desde 1938 hasta nuestros días. Y las mezcló para componer todo el metraje de Holofiction: lo que se ve, pues, es el Holocausto tal y como lo ha contado el cine. Fragmentos de El paciente inglés, Julia, Una bolsa de canicas, Malditos bastardos, la española El fotógrafo de Mauthausen o La vida es bella, una de las más denostadas por Lanzmann. Y muchísimas más. Solo imágenes, y música. Ninguna palabra. Salvo las conversaciones que espera suscitar tras la proyección.
El documental arranca con un plano de un tocadiscos. Y otro. Y otro más. Kosakowski ha organizado su collage por bloques cronológicos, pero también temáticos. Al principio, se ven alegría, fiestas, familias felices. Pronto los sustituyen estrellas amarillas, tiendas destruidas, hogueras de libros. Por la pantalla de Holofiction desfilan decenas de miradas incrédulas y asustadas, que parecen vislumbrar su destino. Aparecen los campos de concentración, el gas, maletas abandonadas, cadáveres devorados por hormigas. Del júbilo inicial, por supuesto, no queda nada. Salvo para los nazis. Ellos sí ríen, descaradamente. “Trato de exponer e interrogar los patrones iconográficos que persisten en las representaciones cinemáticas del Holocausto. […] Busco examinar cómo las nociones de autenticidad son construidas y repetidas en nuestra memoria visual de los eventos históricos”, apunta Kosakowski en una hoja promocional de su filme.
Su repaso junta obras celebérrimas como El pianista o Tiempos de amar, tiempos de morir con filmes polacos o soviéticos prácticamente ignotos; comedias como la oscarizada película de Roberto Benigni o JoJo Rabbit, y dramas como La zona de interés, la más reciente, de 2023, que apostaba por mostrar a los verdugos en sus casas, antes y después de su turno de trabajo como exterminadores. Hay filmes independientes, como Pascualino: siete bellezas, y superproducciones, como tres entregas de la saga X-Men. Aparecen incluso actores por partida doble: Harvey Keitel, Donald Sutherland o Horst Buchholz, que hizo de jerarca en La vida es bella y prisionero en Y los violines dejaron de sonar. Cambian país de origen, género, tamaño o época, pero ciertas imágenes se repiten inevitablemente. Con buena paz de los negacionistas: así sucedió, no hay dudas.
Sobre todo lo demás cabe reflexionar. Tal vez tanto cine solo haya contribuido a frivolizar. Puede incluso que no haya manera de contar tal tragedia con la dignidad que merece. Incluso el artista mejor intencionado y documentado, además, se ha beneficiado con fama y dinero por narrar millones de vidas truncadas. Uno de los mayores historiadores del Holocausto, Raul Hilberg, señalaba que siempre se había contado a través del relato de los supervivientes, cuando solo podía narrarse a través de los muertos. “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”, afirmó el filósofo alemán Theodor W. Adorno en 1966.
O quizás, al revés, las películas sí sirvan para difundir, conmocionar, recordar y evitar que los errores se repitan. Más simples que tratados y manuales de historia, de acuerdo, pero también más inmediatas y fruíbles. Debates que, curiosamente, han atravesado la Mostra de Venecia estos días también por otro asunto trágico: la masacre de Israel en Gaza. Que los famosos y sus filmes se posicionen resulta naíf, cínico, egoísta, importante o necesario, según a quien se pregunte.
El propio Kosakowski subraya sobre Holofiction: “Espero alcanzar especialmente al público más joven, que a menudo siente que su conocimiento de estos temas es limitado, particularmente en un mundo moldeado por las transformaciones y radicalizaciones en marcha en la sociedad”. Así que su guante está lanzado. Ya puestos, puede recogerse también para cuestionar a su propio filme. El formato del proyecto convierte a las películas en una masa única, cada una con sus fragmentos, pero todas aparentemente iguales. Existen, sin embargo, matices. Poco comparten, a priori, el extremo rigor de El hijo de Saúl o Kapó con los malísimos nazis de Indiana Jones y la última cruzada. Sucede también en otras disciplinas, como la literatura. El tema de Si esto es un hombre o Sin destino es el mismo de la reciente oleada de novelas que usan Auschwitz como gancho en el título. Ni hace falta explicar las diferencias. El público sabe juzgar perfectamente. La historia, también.