Christos Papadopoulos: bailar la profundidad desde la fuerza de lo pequeño (y lo colectivo)
El coreógrafo griego acierta con su último espectáculo ‘My Fierce Ignorant Step’ en el que explora nuevos lugares creativos
Entonces, hacia la mitad del espectáculo (que dura 55 minutos), dos de los diez bailarines se miran por primera vez. Más tarde, en una de las diagonales que estructuran lo espacial, al fondo a la derecha, uno de esos intérpretes (Georgios Kotsifakis, que también es el asistente de la coreografía y destaca en la cabeza del pelotón de una manera deslumbrante) toca por primera vez a una compañera. Y esos dos pequeños gestos, el de mirarse y tocarse, tan comunes en la danza grupal, se sienten en My Fierce Ignorant Step (Mi paso feroz e ignorante) como una auténtica sacudida. Como el zarandeo de un susurro.
En los espectáculos del coreógrafo Christos Papadopulos (Grecia, 43 años) los intérpretes suelen clavar la mirada al frente, hacia el público. Son bailarines que se revelan como inquietantes sujetos, casi deshumanizados, en una atmósfera de intriga y rito. Se desplazan en sincronía (entre ellos y con la música) sin apenas rozarse en un discurso corporal que va in crescendo, también desde lo mínimo y sin prisa. Aspectos que dicen mucho de la confianza y el compromiso del coreógrafo con su propia búsqueda y que se agradece como se hace con la verdad. Por eso, algo tan común como mirarse o tocarse supone en My Fierce Ignorant Step un verdadero punto de inflexión: tanto en la propia coreografía presentada este viernes en los Teatros del Canal de Madrid, como en la totalidad del discurso del creador griego, que en solo 10 años de trayectoria se revela como uno de los más reclamados en carteleras internacionales.
De la programación del 43 Festival de Otoño, donde está en cartel, se alzaba como la joya de la corona y anoche lo constató. El pasado verano ya conquistó el festival Grec de Barcelona.
Pero hay más elementos que hacen que esta obra de Papadopoulos suponga una mutación en su credo. Como esa conciencia en los bailarines de saber dónde están, por qué y qué están haciendo. Es decir, de bailar juntos sabiendo que bailan. Como colectivo, pero también como individuos, sincronizados por el contagio del grupo. Humanizados por el esfuerzo, que aquí no se disimula ni se contiene. Expandidos en un movimiento libre, descubierto en toda su amplitud, los bailarines hacen uso de cada parte del cuerpo, que en ocasiones también es instrumento musical a través de la respiración o con palabras del jefe Kotsifakis (con micro de diadema muy discreto) que se deshacen antes de recibir su significado. La fuerza que parece mover al conjunto, y que en montajes anteriores es absoluta protagonista, aquí compite con la fuerza individual de cada miembro.
Se cuenta en el programa de mano y ha explicado Papadopoulos en diversas entrevistas que esta obra nace de los impulsos vitales de la adolescencia, cuando uno cree en el mundo que tiene por delante. Y alude a la esperanza como un acto de resistencia y al optimismo como una misión de paz. Pero no se queda en la mera celebración abstracta, sino que la plantea como una búsqueda necesaria y concreta ubicada en el contexto político y social que se vive. “¿Cómo no sentir ira, cómo soportar esta realidad?”, se pregunta en el texto que acompaña a esta obra en su web. Y denuncia el genocidio y el auge del fascismo. Y recrea un viaje a la esperanza sin olvidar la situación y su denuncia.
La música original de Kornilios Selamsis, que es clave en la obra pues convive de una manera indisoluble con la danza, construyéndose la una a la otra, y las luces, que narran desde lo mínimo, incluso en el uso de las estroboscópicas, que aparecen solo como un breve resplandor, también contribuyen a remarcar ese marco sombrío de la actualidad. En escena se recrea la alegría de las primeras veces, pero no se olvida de dónde viene la necesidad de recuperarla.
Todo lo demás que caracteriza el lenguaje artístico de Papadopoulos está en este trabajo: la fuerza del detalle, de lo grande escondido en lo minúsculo, el bucle infinito del gesto, el suelo como soporte de una verticalidad perpetua, la pulsión simétrica entre movimiento y música, unos intérpretes sobresalientes y la posibilidad de engancharte a todo ello como público, sin esfuerzo. La revolución artística que Papadopulos viene firmando, especialmente los últimos cinco años en la escena internacional, pasa por el hecho de despojar sus creaciones de extras o suplementos, para hacer eso tan complicado de confiar en lo corporal por encima de todo y entregarse al movimiento antes que a cualquier otro aspecto. Según se acercaba el clímax final (que al coreógrafo le gusta dejar bien arriba y sin remate) se podía ver entre el público cómo algunas espaldas se inclinaban hacia adelante seducidas por la fuerza del grupo.
My Fierce Ignorant Step y Calentamiento (última creación de Rocío Molina, en el Centro de Danza Matadero hasta este domingo) firman una de las semanas más exultantes de 2025 para la danza. Lástima que esta disciplina siga siendo tan desconocida.
My Fierce Ignorant Step. Concepto y coreografía: Christos Papadopoulos. Bailarines y colaboradores: Themis Andreoulaki, Maria Bregianni, Amalia Kosma, Georgios Kotsifakis, Sotiria Koutsopetrou, Tasos Nikas, Spyros Ntogas, Ioanna Paraskevopoulou, Danae Pazirgiannidi, Adonis Vais. Asesor de dramaturgia: Alexandros Mistriotis. Música original: Kornilios Selamsis21 y 22 de noviembre. Teatros del Canal (Madrid). Sala Roja. 43 Festival de Otoño.