¡Ese chaval, el novillero Marco Pérez, está loco…!

En el inicio de la feria de Santander, en un ruedo enfangado por la lluvia, fue zarandeado dramáticamente por dos novillos, y ofreció una ejemplar lección de pundonor

El novillero Marco Pérez, durante la lidia de su segundo novillo, ayer, en Santander.(Imagen cedida por Lances de Futuro)

La foto que ilustra estas líneas puede ser considerada políticamente incorrecta e, incluso, herir la sensibilidad de algunas personas; pero no es turbia ni escabrosa, sino la imagen real de un loco.

Se llama Marco Pérez, hasta el mes de octubre no cumple los 17 años, salmantino, de cuerpo menudo, con cara de imberbe, considerado ...

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La foto que ilustra estas líneas puede ser considerada políticamente incorrecta e, incluso, herir la sensibilidad de algunas personas; pero no es turbia ni escabrosa, sino la imagen real de un loco.

Se llama Marco Pérez, hasta el mes de octubre no cumple los 17 años, salmantino, de cuerpo menudo, con cara de imberbe, considerado un niño prodigio de la tauromaquia, novillero con caballos desde octubre del año pasado, y en quien están depositadas muchas esperanzas para el futuro de la fiesta de los toros.

(La normativa taurina española —artículo 6 del Reglamento Nacional, actualizado el 21 de septiembre de 2001— permite torear en público con 16 años cumplidos. De hecho, José Miguel Arroyo Joselito tomó la alternativa cuando aún no había cumplido los 17; Espartaco y El Juli tuvieron que emigrar a México ante la prohibición para poder torear en España hasta que no tuvieran la edad reglamentaria y el propio Marco Pérez retrasó su presentación en los ruedos por el mismo motivo).

Este sábado triunfó por la mañana en la plaza francesa de Mont de Marsan, y tras una larga travesía por carretera, a las 18.15 de la tarde, estaba en el patio de cuadrillas de la plaza de Santander que inauguraba su feria de julio. Iba vestido con un impoluto traje de luces blanco y plata, serio el semblante, como corresponde, y abierto a una sonrisa ocasional ante la presencia de sus admiradores.

Una hora y algo después, su imagen era esta otra, la mirada perdida, desgreñado el cabello, la nariz posiblemente rota, sangre propia en los labios, perdidos los brackets de la dentadura, levantada la uña del tercer dedo de la mano derecha, el cuerpo entero dolorido, descolorida la camisa blanca, roja la manga derecha por sangre ajena, enfangada la taleguilla y aún le quedaba una posterior herida en un pie producida por el descabello.

En un ruedo convertido en un lodazal a causa de una persistente lluvia, había citado a su primer novillo en un quite por gaoneras, con el capote a la espalda, y, en una de ellas, el animal se le acercó a galope tendido, con los ojos fijos en el cuerpo del muchacho, lo atropelló con una fuerza descomunal, lo levantó del suelo como si fuera una hoja de papel, se lo echó a lomos, le dio una vuelta de campana y lo estrelló contra el suelo; cuando Marco intentó recuperarse, el novillo volvió a empitonarlo por el glúteo, lo elevó de nuevo por encima de la altura de la cabeza del animal y lo lanzó con enrabietada furia contra el fango. Marco cayó de bruces con una violencia inusitada, todo él contraído, quebrado, roto e inmóvil.

Sus compañeros lo trasladaron a la enfermería entre la consternación general, sin saber si estaba vivo o muerto, inconsciente o simplemente magullado, pero todos con el alma sobrecogida por tan dantesca voltereta.

Por fortuna, las primeras noticias fueron alentadoras, y Marco salió a lidiar su segundo toro, quinto de la tarde, con el dolor en los bolsillos y el compromiso de una admirable determinación. El caprichoso destino aún le guardaba dos sorpresas más: en la segunda tanda de unos largos y hondos naturales, ese otro novillo volvió a voltearlo de mala manera, lo buscó con saña en el fango y lo pisoteó a placer, e instantes después, un giro violento del descabello le produjo una herida en el pie.

Le concedieron una oreja por su entrega, y Marco, como un eccehomo en miniatura, aún tuvo fuerzas para dar la vuelta al ruedo y esbozar una sonrisa.

Lo dicho, un loco.

Hay seres humanos que nacen locos, como otros son genios desde la cuna y muchos, más de la cuenta, son tontos toda su vida.

Los toreros son locos por un sueño que al resto le parece, con toda la razón, irracional. Pero así son y así es este chaval que este sábado se sobrepuso a la que ha sido, sin duda, la experiencia más dramática de su vida.

Si es verdad que no maduramos con los años, sino con los daños, Marco Pérez superó con gallardía la dura ceremonia que lo convirtió en un hombre. Porque hizo lo más grande: levantarse después de caer.

Hoy es el día en que no podrá ponerse en pie. O quién sabe si desde primera hora está ya con los engaños en las manos para espantar los malos recuerdos. Eso sí, antes deberá someterse a pruebas médicas para comprobar el estado de los huesos de su nariz, comprar unos brackets nuevos y curar la uña de la mano y la herida del pie.

Políticamente incorrecta la imagen de Marco Pérez, sin duda; pero real y ejemplar, una referencia para quien persiga un sueño. Pero, ya se sabe, para eso hay que estar loco…

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