¡Maldito Roca Rey!

Con la plaza dividida y apasionada, el torero, embarullado y atropellado, se jugó la vida con una sinceridad apabullante

Roca Rey, ayer, en la plaza de Las Ventas.Alfredo Arévalo

¡Menuda se armó ayer en la plaza de Las Ventas con la eléctrica actuación de ese ciclón vestido de luces llamado Roca Rey! Una parte del tendido 7 criticaba con dureza lo que consideraba una actitud tremendista y populista del torero mientras este se encaraba con los discrepantes y el resto de la plaza respondía con gritos de “torero, torero”.

La verdad es que Roca salió dispuesto a dejarse allí la vida tras su paso insípido por la ...

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¡Menuda se armó ayer en la plaza de Las Ventas con la eléctrica actuación de ese ciclón vestido de luces llamado Roca Rey! Una parte del tendido 7 criticaba con dureza lo que consideraba una actitud tremendista y populista del torero mientras este se encaraba con los discrepantes y el resto de la plaza respondía con gritos de “torero, torero”.

La verdad es que Roca salió dispuesto a dejarse allí la vida tras su paso insípido por la feria de San Isidro, y se mostró tal cual es: entregado, atrevido, pundonoroso y heroico ante dos toros que no le ofrecieron facilidades. Y el torero, a diferencia de la inmensa mayoría de sus compañeros, se jugó el tipo sin cuento; sin toreo hondo y profundo, es cierto, pero con una sinceridad apabullante.

¿Hay que premiar a un torero heroico? ¿Ha habido a lo largo de la historia figuras reconocidísimas solo por su valor y entrega? ¿Es digno de elogio quien enardece a una plaza con una entrega fuera de lo común? Sí, claro que sí.

Todo ello sucedía en el contexto de la nueva tauromaquia, en la que los espectadores transgreden las más elementales normas taurinas, aplauden a los picadores que no pican, abroncan al palco presidencial por enviar un reglamentario aviso o piden trofeos en proporción al precio que han pagado por la entrada.

Pero en el ruedo había un torero, guste más o menos, embarullado, desordenado, fuera de sitio, quizá, y con la razón atropellada, pero dispuesto a morir a costa de un triunfo. Y esa actitud extraterrestre no puede ni debe pasar desapercibida.

Por fortuna, en la diversidad de criterios reside la grandeza de la fiesta. La pasión y la división de opiniones debieran ser obligatorias, pero no para engrandecer la nueva tauromaquia, sino para mayor gloria de los auténticos héroes. Y un apunte más: ayer, la plaza de Las Ventas colgó el cartel de ‘no hay billetes’. Si solo hubieran acudido los aficionados, no se hubiera ocupado ni un cuarto de plaza.

No es este un asunto baladí. Ese público triunfalista y orejero es el que hoy mantiene con vida la fiesta. No se olvide: es la tauromaquia la que está en plena evolución, pero viva, y ese detalle es, sin duda, el más importante.

Ayer, por unos momentos, la fiesta de los toros volvió al pasado, a una de esas tardes polémicas y apasionadas con las que disfrutaban nuestros abuelos y que tanto se echan de menos en estos tiempos. Y todo porque un maldito torero, a la sazón Roca Rey, se empeñó en ir contra las normas establecidas y colocar al borde de la locura a miles de personas.

Hay que ser exigente siempre, pero no intransigente.

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