Emilio de Justo y el triunfo de la pasión

El extremeño desoreja un toro de Domingo Hernández de gran fondo y abre de nuevo la puerta grande de Madrid

Emilio de Justo, con las dos orejas del quinto toro de la tarde.Plaza1

Entre gritos de “¡torero, torero!” dio la vuelta al ruedo Emilio de Justo tras la lidia del quinto toro de la tarde. En cada una de sus manos, apretadas bien fuerte, paseaba dos orejas. Estaba exultante. Y no era para menos. Por tercera vez, iba a salir a hombros por la puerta grande de Madrid. La segunda consecutiva, tras la conseguida el pasado 4 de julio.

De Justo es el nuevo rey de Madrid. De este nuevo Madrid. Una plaza que lo aplaude todo y que se vuelve loca por nada. Y su triunfo fue el triunfo de la pasi...

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Entre gritos de “¡torero, torero!” dio la vuelta al ruedo Emilio de Justo tras la lidia del quinto toro de la tarde. En cada una de sus manos, apretadas bien fuerte, paseaba dos orejas. Estaba exultante. Y no era para menos. Por tercera vez, iba a salir a hombros por la puerta grande de Madrid. La segunda consecutiva, tras la conseguida el pasado 4 de julio.

De Justo es el nuevo rey de Madrid. De este nuevo Madrid. Una plaza que lo aplaude todo y que se vuelve loca por nada. Y su triunfo fue el triunfo de la pasión, esa que arrebata sentimientos y atropella la razón y la lógica. Una pasión desbordante, compartida por público y torero, en la que la exigencia ya no ostenta un papel protagonista.

¿Estuvo bien el extremeño? Sí. ¿Tanto para despertar semejante entusiasmo? No. La faena a su segundo, un manso de 623 kilos que sacó un gran fondo en el último tercio, fue tan arrebatada como desigual. Comenzó muy bien, con el diestro doblándose por bajo y corriendo la mano con gran mando y templanza. E igualmente majestuoso fue el epílogo, con un puñado de pases del desprecio preñados de gusto e inspiración.

Hernández y Garcigrande / El Juli, de Justo, Ortega

Toros de Domingo Hernández y Garcigrande (2º y 4º), bien, aunque desigualmente presentados, cornalones y grandes; y de manso y descastado juego en conjunto. Destacó el 5º por su gran fondo en la muleta.

El Juli: estocada ligeramente trasera y atravesada y un descabello (oreja); media estocada tendida y tres descabellos (silencio).

Emilio de Justo: _aviso_ pinchazo hondo y ocho descabellos (silencio); estocada (dos orejas).

Juan Ortega: pinchazo, pinchazo hondo, pinchazo y estocada caída casi entera (silencio); estocada algo atravesada, descabello _aviso_ y otro descabello (saludos).

Plaza de toros de Las Ventas. Sábado, 2 de octubre. 5ª de la Feria de Otoño. Lleno de “no hay billetes” (sobre un aforo máximo permitido del 50%).

Fue en las tandas en redondo, con la diestra y la zurda, donde hubo de todo. Desde el toreo más ortodoxo ejecutado de frente; hasta ese otro ayuno de reposo y verticalidad. En una misma tanda, De Justo instrumentó muletazos ceñidos y otros en los que anduvo despegado. Ligó mucho y todo cuanto hizo despertó el clamor en los tendidos, pero la pasión secuestró otras virtudes fundamentales como el temple, la hondura y la cadencia.

Mató de una buena estocada y la plaza se tiñó de blanco. Y como la locura ya estaba desatada, hasta se le pidió la vuelta al ruedo al toro… ¡Qué exageración!

Mucho menos, por no decir nada, había podido hacer con el mansurrón y descastado segundo.

El Juli también se aprovechó de esta ola triunfalista que ha calado en los cimientos de Las Ventas. Se valió de ella, y de su indudable inteligencia, para cortarle una orejita al noble primero, un borrego frente al que anduvo sobrado. Fácil -tendría delito si no-, lo fue embarcando en la muleta a base de mando y, pese a que casi siempre descargó la suerte y no se colocó en el sitio, convenció a la mayoría de la parroquia.

Más bruto y deslucido resultó el grandón y feo cuarto, probablemente el ejemplar de Garcigrande más serio y cornalón de todos los tiempos. Un hito.

La tarde terminó con una lección. La impartió Juan Ortega ante el manso y rajado sexto. Aunque se había mostrado incómodo y apático ante su soso y desagradable primero, el sevillano enseñó a qué sabe el toreo cuando se realiza sobre las bases de la elegancia y la naturalidad. Siempre asentado y encajado, muleteó con primorosa suavidad dejando algunos pasajes, sobre todo al natural, llenos de gusto.



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