Manzanares, De Justo y la fiesta de los toreros

El alicantino sale a hombros y el extremeño corta una oreja ante una impresentable y aborregada corrida de Daniel Ruiz

José María Manzanares, ante el quinto toro de la tarde.Sara de la Fuente

Por fin —pensará la empresa—, se abrió la puerta grande de la plaza de toros de Albacete. A la tercera fue la vencida. Lo logró José María Manzanares y a punto estuvo de hacerlo también Emilio de Justo. Y, para que se diera tal éxito, cómo son las cosas, tuvo que desaparecer el toro. Sí, el supuesto protagonista de este espectáculo.

Tras las imponentes corridas de Fuente Ymbro y Victoriano del Río, cinqueñas y de gran seriedad, Daniel Ruiz —quién si no— devolvió a Albacete a la categoría que desgraciadamente ha ostentado muchas tardes en los últimos años: tercera.

Para no romper ...

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Por fin —pensará la empresa—, se abrió la puerta grande de la plaza de toros de Albacete. A la tercera fue la vencida. Lo logró José María Manzanares y a punto estuvo de hacerlo también Emilio de Justo. Y, para que se diera tal éxito, cómo son las cosas, tuvo que desaparecer el toro. Sí, el supuesto protagonista de este espectáculo.

Tras las imponentes corridas de Fuente Ymbro y Victoriano del Río, cinqueñas y de gran seriedad, Daniel Ruiz —quién si no— devolvió a Albacete a la categoría que desgraciadamente ha ostentado muchas tardes en los últimos años: tercera.

Para no romper con la tradición, el ganadero manchego lidió un encierro muy mal presentado -salvo el cuajado segundo- y completamente aborregado que, sin embargo, hizo las delicias de toreros y público. Y seguramente también del propio criador, que consiguió su objetivo: que le cortaran las orejas.

Dos, una de cada toro, se llevó en el esportón José María Manzanares, que se reencontró con una “afición” que siempre se ha derretido ante su indudable empaque y elegancia. En el mismo primer derechazo largo y templado que ejecutó, la plaza crujió. A partir de ahí, el entusiasmo. Delante tuvo a dos ejemplares con la fuerza y el fondo justo para perseguir la muleta del alicantino sin rechistar.

Fijos y prontos, pero ayunos de cualquier atisbo de casta, fiereza o exigencia, se comportaron como los colaboradores perfectos. No importó que, por ejemplo, el quinto claudicara durante la faena en infinidad de ocasiones. Tampoco que Manzanares citara con el pico y descargara la suerte en cada muletazo. O que no ejecutara ni una sola tanda con la mano izquierda en su primer trasteo. Su temple y esa forma tan personal de acompañar la embestida con el cuerpo fueron suficientes.

RUIZ / FERRERA, MANZANARES, DE JUSTO

Toros de Daniel Ruiz, mal presentados en general, especialmente los tres últimos, mansos en los caballos y muy nobles, blandos y descastados en la muleta.

Antonio Ferrera: pinchazo, estocada atravesada y un descabello (silencio); pinchazo y estocada corta muy atravesada (silencio).

José María Manzanares: estocada contraria (oreja); media estocada (oreja).

Emilio de Justo: pinchazo y estocada caída (vuelta tras petición); pinchazo y estocada caída (oreja).

Plaza de toros de Albacete. Viernes, 10 de septiembre. 3ª de abono. Unos 6.500 espectadores sobre un aforo máximo permitido de 7.500.

De la fiesta también participó Emilio de Justo, el único que dejó destellos de buen toreo. Con el capote, para empezar, en un notable recibo a la verónica al astado que cerró plaza. O en el galleo por chicuelinas con el que colocó en suerte frente al caballo a ese mismo ejemplar. Y también en el toreo en redondo, con la diestra y la zurda, aunque su labor pecara por momentos de falta de ajuste y ceñimiento.

Frente al toreo de pierna retrasada de Manzanares, el extremeño sí citó de frente, con las zapatillas muy asentadas y los riñones encajados. Y en algún muletazo se llevó al toro a la cadera. En otros, anduvo despegado. Pronto, fijo, repetidor y noble hasta el extremo fue su primero; e igualmente bondadoso, pero aún más blando y descastado el último, que daba pena.

El único que se marchó con las manos vacías fue Antonio Ferrera. Y no solo por culpa de las dos birrias casi inválidas que le tocaron “en suerte”. Él también puso de su parte. Despegado siempre, no se puso en el sitio ni una sola vez y se limitó a pasar la tarde entre la apatía y el desencanto.

Desencanto compartido, seguramente, por los pocos aficionados que aún se resisten a bendecir esta nueva fiesta, que ya no es de los toros, sino de los toreros.

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