Fuente Ymbro, un derroche de trapío… y mansedumbre
Daniel Luque y Juan Leal cortan sendas orejas de poco peso a una infumable corrida de Ricardo Gallardo
Como una enorme y preciosa escultura de cartón piedra hueca por dentro. Así resultó la corrida de Fuente Ymbro que abrió la feria de Albacete: tan bella, seria e imponente, como mansa y ayuna de casta brava. Un desfile de animales de preciosas hechuras y ofensivos y descarados pitones sin un ápice de bravura en sus entrañas. Una corrida podrida que solo tuvo fachada.
Y así, los aplausos y muestras de admiración y respeto con los que fueron recibidos tras su salida de chiqueros, se tornaron en decepción y bostezos conforme pasaban los minutos y se desarrollaba la lidia. Sueltos y distraí...
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Como una enorme y preciosa escultura de cartón piedra hueca por dentro. Así resultó la corrida de Fuente Ymbro que abrió la feria de Albacete: tan bella, seria e imponente, como mansa y ayuna de casta brava. Un desfile de animales de preciosas hechuras y ofensivos y descarados pitones sin un ápice de bravura en sus entrañas. Una corrida podrida que solo tuvo fachada.
Y así, los aplausos y muestras de admiración y respeto con los que fueron recibidos tras su salida de chiqueros, se tornaron en decepción y bostezos conforme pasaban los minutos y se desarrollaba la lidia. Sueltos y distraídos en los saludos capoteros, la mayoría rehuyó la pelea ante el caballo y dio muestras de querer rajarse en el mismo tercio de banderillas. Y como el que va a la guerra provisto de un arma de fogueo, llegaron a la muleta rendidos, exhaustos y acobardados.
No hubo lucha, ni combate, ni siquiera una riña de colegio. Y de eso se aprovecharon los tres matadores. Sobre todo, Daniel Luque y Juan Leal, que, gracias a la nula exigencia de un público jaranero (y un palco cómplice), cortaron sendas orejas de escasísimo peso.
Luque, uno de los nombres propios de esta atípica temporada, echó mano de oficio y no se despeinó con ninguno de sus oponentes. Al margen de la buena media verónica con la que abrochó el quite por verónicas que ejecutó frente al segundo, la suya fue una actuación tan fácil como vulgar e insulsa.
Unas veces perfilero y otras directamente despegado, ligó -o, más bien, encadenó- los muletazos más entonados de la tarde en la faena a ese segundo, el mejor (por no decir, el menos malo) del sexteto. Un astado noble y manso, pero que, hasta que se rajó, embistió con cierta transmisión. Ante el descastadísimo quinto, ni eso pudo hacer.
FUENTE YMBRO / FINITO, LUQUE, LEAL
Toros de Fuente Ymbro, de impecable presentación por su gran seriedad y armónicas hechuras, pero de pésimo juego. Todos resultaron tan nobles como mansos y descastados.
Finito de Córdoba: pinchazo en los bajos y tres descabellos (pitos); _aviso_ estocada trasera y caída (saludos con algunas protestas).
Daniel Luque: estocada trasera y un descabello (oreja); estocada y dos descabellos (saludos).
Juan Leal: estocada tendida (oreja); pinchazo, estocada atravesada _aviso_ y dos descabellos.
Plaza de toros de Albacete. Miércoles, 8 de septiembre. 1ª de abono de feria. Alrededor de media plaza sobre el setenta y cinco por ciento del aforo permitido.
Desprovisto del oficio y madurez de su compañero, Juan Leal tuvo que utilizar el único recurso que posee: el valor. O, mejor dicho, el tremendismo. Frente a un lote rajado casi de salida, blando y parado, el francés despertó a los tendidos a base de pases cambiados por la espalda, circulares por detrás, arrucinas y (des)toreo de cercanías.
Porque el toreo es otra cosa: la ejecución de templados naturales de mano baja, con la suerte cargada, rematados en la cadera. Por ejemplo. Los arrimones ante un animal sin la más mínima agresividad que lleva pidiendo la muerte diez minutos son otra cosa. Y nada bonita, por cierto.
Como telonero, la función que lleva ejerciendo desde hace ni se sabe los años, actuó Finito de Córdoba. ¿Y qué pasó? Pues lo que era previsible. A su primero (que algún extraño le debió hacer) ordenó masacrarlo en varas, no lo quiso ni ver con la muleta y lo mató como malamente pudo. Sí se confió -sin excesos, no fuera a ser- ante el noble cuarto, que salía siempre con la cara alta, y por allí anduvo, aseado, dejando algún muletazo de gusto en un conjunto largo y carente de emoción. Con tales esfuerzos bien puede tirarse otros 30 años…