Rafaelillo, de resiliencia y oro
El diestro murciano cortó una oreja en su reaparición ante toros dificultosos de Victorino Martín
Consciente de su destino, Rafaelillo no buscó el alivio en su reaparición tras 20 meses de paro forzoso después de la gravísima cogida que sufrió el 14 de julio de 2019 en los Sanfermines, cuando un toro de Miura lo estrelló contra las tablas y a punto estuvo de acabar con su vida.
Se vistió de resiliencia y oro, en palabras de Verónica de Haro, profesora de Periodismo en la Universidad de Murcia y seguidora del torero, y se enfrentó a una corrida cinqueña, seria, dura, correosa y complicada de Victorino Martín, ante la que demostró que, por encima de contratiempos y pandemias, destacan...
Consciente de su destino, Rafaelillo no buscó el alivio en su reaparición tras 20 meses de paro forzoso después de la gravísima cogida que sufrió el 14 de julio de 2019 en los Sanfermines, cuando un toro de Miura lo estrelló contra las tablas y a punto estuvo de acabar con su vida.
Se vistió de resiliencia y oro, en palabras de Verónica de Haro, profesora de Periodismo en la Universidad de Murcia y seguidora del torero, y se enfrentó a una corrida cinqueña, seria, dura, correosa y complicada de Victorino Martín, ante la que demostró que, por encima de contratiempos y pandemias, destacan la entrega, la firmeza, la vocación y el compromiso de un torero de una pieza.
Emocionante fue la cerrada y rotunda ovación con la que el público recibió a Rafaelillo cuando se rompió el paseíllo. No era para menos después de tan larga y dolorosa rehabilitación. Y el torero, que es todo corazón, respondió con una encomiable actitud de valor y exigencia ante un lote que no le facilitó en modo alguno su vuelta a los ruedos.
Se plantó ante su primero, exigente, dificultoso y complicado, que se revolvía en un palmo de terreno e impidió el reposo necesario para hacer el toreo. Rafaelillo demostró que la experiencia y el oficio son cualidades que no se olvidan, como tampoco su impericia con los aceros.
Poca fortaleza guardaba su segundo toro, que se desplomó en un par de ocasiones, y al que el torero no pudo más que robarle algún natural aislado. Cuando mató de una estocada caída paseó una oreja cariñosa, un buen recuerdo inolvidable para el torero, que volvió a la vida después de que un toro estuviera a punto de arrebatársela.
MARTÍN/RAFAELILLO, PINAR, LAMELAS
Toros de Victorino Martín, todos cinqueños, bien presentados, mansos y dificultosos; muy noble el quinto, al que se le concedió la vuelta al ruedo.
Rafaelillo: tres pinchazos, estocada que hace guardia _aviso_ y un descabello (ovación); estocada caída (oreja).
Rubén Pinar: estocada que hace guardia y tres descabellos (silencio); cinco pinchazos y un descabello (silencio).
Alberto Lamelas: pinchazo y estocada (oreja); pinchazo y bajonazo _aviso_ (vuelta al ruedo).
Plaza de Jaén. 27 de marzo. Alrededor de dos mil espectadores. Casi lleno, de acuerdo con la normativa sanitaria.
El mejor victorino le tocó a Rubén Pinar en quinto lugar, noble y colaborador, que permitió al torero relajarse para lucirse a su manera por ambas manos, aunque la faena no alcanzara las cotas artísticas que exigía la humillada embestida del animal. Mató mal y todo se oscureció. Tanto es así que el presidente sacó el pañuelo azul para que se le diera la vuelta al ruedo al toro, pero el aviso pasó desapercibido para los mulilleros, que ‘hurtaron’ el premio al galardonado.
Nada pudo hacer Pinar con su primero, que acudió largo en banderillas para que se luciera Ángel Otero en dos buenos pares, y a renglón seguido cursó en pocos segundos un doctorado en mala condición, y ahí acabó todo.
A Alberto Lamelas se le debe reconocer su disposición y sus deseos de triunfo; recibió a sus dos toros con sendas largas cambiadas de rodillas en el tercio, los veroniqueó voluntarioso y los muleteó sin descanso, pero se le nota en exceso su falta de rodaje y la escasa consistencia de su concepción taurina.
Su primero desarrolló casta en el inicio del último tercio, y Lamelas lo toreó con más voluntad que acierto; y acompañó al sexto en sus muchas embestidas, pero su faena resultó embarullada y desordenada.
A fin de cuentas, la corrida de Victorino Martín no fue un plato fácil; a su veteranía de los cinco años cumplidos hay que unir su dificultad, su mansedumbre, y su exigencia de toreros de amplios conocimientos, valor y templanza.