Tribuna

Catedral de Burgos. Un ángel contra la Puerta del Perdón

Los autores abogan por sustituir elementos dañados del siglo XVIII en la seo burgalesa por otros modernos y obra del artísta Antonio López

La Catedral de Santa María de Burgos se comenzó a construir en 1221 siguiendo el estilo gótico francés. Sufrió modificaciones en los siglos XV y XVI, de cuando datan las agujas de la fachada principal, la Capilla del Condestable y el cimborrio del crucero, aunque las últimas obras pertenecen al siglo XVIII. El estilo predominante es el gótico pero también tiene elementos renacentistas y barrocos en su interior.Gonzalo Azumendi
José Ramón González de la Cal / Josefa Blanco / Jorge Morín

Hay monumentos vivos, habitados, que perduran; y muertos, los que inútiles para el devenir de la vida se convierten en huella de la memoria, condenados a ruina eterna, a su momificación o desaparición polvorienta. Entre vivos y muertos se desarrolla la partida de la historia, el futuro.

El reciente informe sobre las nuevas puertas de la fachada de Santa María, o Puerta del Perdón, de la catedral de Burgos, emitido por ICOMOS ―arcángel guardián del patrimonio― se opone a la propuesta de renovación. Advierte además de la posible exclusión de la lista de Patrimonio de la Humanidad al cabil...

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Hay monumentos vivos, habitados, que perduran; y muertos, los que inútiles para el devenir de la vida se convierten en huella de la memoria, condenados a ruina eterna, a su momificación o desaparición polvorienta. Entre vivos y muertos se desarrolla la partida de la historia, el futuro.

El reciente informe sobre las nuevas puertas de la fachada de Santa María, o Puerta del Perdón, de la catedral de Burgos, emitido por ICOMOS ―arcángel guardián del patrimonio― se opone a la propuesta de renovación. Advierte además de la posible exclusión de la lista de Patrimonio de la Humanidad al cabildo catedralicio, que promueve y encarga a Antonio López, pintor y escultor de prestigio, unas puertas nuevas, en un inusual arrebato contemporáneo. Hecho que recupera el olvidado mecenazgo cultural y es un soplo de vida y modernidad.

La catedral, Bien de Interés Cultural, tiene el mayor nivel de protección y tutela, lo que nos obliga a velar por su conservación y comprometernos con su salvaguarda. Conservar es preservar, pero también mejorar, hecho igual de importante.

El estudio y conocimiento del bien, el respeto por su memoria, la conservación de su volumen y espacio, la prohibición de reconstrucciones falsarias, lo reconocible de los añadidos, la supresión de elementos discordantes, la protección del entorno próximo, incluso la posibilidad de nuevos elementos contemporáneos que lo mejoren, son los límites que determina la ley para poder actuar en el BIC. Con este sentir, aun sin leyes que lo regularan, se actuó hasta los siglos. XVI y XVII, habiendo asumido la catedral transformaciones importantes como el coro renacentista que sustituye y traslada del presbiterio a los pies de la nave la vieja sillería gótica. Nada de todo esto puso en peligro el actual bien patrimonial.

Este debate nos lleva al cuattrocento, al concurso para las puertas del Baptisterio de Florencia, cuando Fillipo Brunelleschi es descartado por moderno frente a la propuesta conservadora de Lorenzo Ghiberti. En nuestro caso, no es Antonio López frente a Louise Bourgeois, o a Anselm Kiefer, o a Cristina Iglesias, es nuestro ínclito Antonio López frente a una deslucida carpintería de puertas de cuarterones del siglo XIX, carentes de valor artístico excepcional, corroídas por el cierzo y el solano.

Los agentes atmosféricos que azotan secularmente la fachada sur y periódicamente la amenazan de ruina, llevaron al cabildo a encargar al arquitecto Fernando Gómez de Lara en 1790 el arreglo de la Puerta del Perdón. El proyecto a espaldas de la tutela de la Academia de San Fernando derivó en la transformación de la puerta ojival gótica. La intervención eliminó el parteluz mariano para ampliar el vano con una nueva embocadura neoclásica, a la moda de la época, y con sencillos portones de cuarterones ―los que ahora se pretenden sustituir―. La obra, poco afortunada, sería objetivo continuo de los románticos e historicistas que clamarán por su repristino. Similar controversia parece resurgir ahora, revestida de neoclasicismo romántico.

La misma acción de la naturaleza llevó en los años noventa a los arquitectos Dionisio Hernández Gil y Pío García-Escudero a reconstruir la fachada del Perdón, que hoy reclama el arreglo de los viejos portones castellanos. El debate está entre reponerlos en estilo neoclásico o bien, continuando el discurso de un edificio vivo, optar por una propuesta contemporánea que signifique los 800 años de la Seo.

Las pesadas puertas de bronce llevarán a cuestas parte de nuestra reciente historia del arte en la iconografía propuesta por Antonio López, representante máximo del realismo madrileño. Un desmesurado, hierático neopantocrator en el centro; a su derecha, la anunciación en una virginal María; y a su izquierda, un niño Jesús en movimiento que tiene por trono una humilde silla custodiada por dos figuras femeninas al fondo; escenas ambas en un jardín-huerto terrenal. Discurso y técnica hacen uso de recursos del arte de herencia romana clásica. No se aleja Antonio López de la temática y simbología del arte cristiano, interpretado en clave natural, quizá panteísta.

ICOMOS califica la propuesta de “alteración de los valores excepcionales de la catedral”. Deberíamos preguntarnos sin embargo si la amenaza para el patrimonio son las nuevas puertas o el general culto a lo antiguo y a la ruina.

Es obligación de las instituciones la custodia del patrimonio, la conservación y protección, así como su mejora con aportaciones de su tiempo.

En la renovación de las puertas se hace difícil apreciar una pérdida de valores patrimoniales. La Puerta del Perdón será testigo y fruto de un tiempo de incertidumbre para el conocimiento y de importancia para la civilización, para el arte, para la cultura, que históricamente nos han guiado, liberado y redimido del mayor de los pecados: la exterminadora ignorancia.

José Ramón González de la Cal (arquitecto), Josefa Blanco Paz (arquitecta) y Jorge Morín de Pablos (arqueólogo),


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