Gótico sureño

La truculenta historia de los Louvin Brothers, el emblemático ‘dúo country’

Ira (izquierda) y Charlie Louvin, en una imagen de 1956.Michael Ochs Archives (Getty Images)

Jeff Jones es, seguramente muchos lo saben, el actual jefe de Apple Corps, la empresa que gestiona ese manantial de oro que son los derechos de los Beatles. Culpable, entre paréntesis, de esa política comercial que coloca las cajas deluxe a precios siderales… que un año después bajan casi a la mitad. Pero antes, Jeff dirigió el sello Legacy, que explota el inmenso catálogo de Sony Music. Amante del jazz, fue el responsable de los memorables álbumes que recuperaban casi todo lo grabado por Miles Davis en su época eléctrica.

En 2005, presidió la convención mundial de Legacy en Lond...

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Jeff Jones es, seguramente muchos lo saben, el actual jefe de Apple Corps, la empresa que gestiona ese manantial de oro que son los derechos de los Beatles. Culpable, entre paréntesis, de esa política comercial que coloca las cajas deluxe a precios siderales… que un año después bajan casi a la mitad. Pero antes, Jeff dirigió el sello Legacy, que explota el inmenso catálogo de Sony Music. Amante del jazz, fue el responsable de los memorables álbumes que recuperaban casi todo lo grabado por Miles Davis en su época eléctrica.

En 2005, presidió la convención mundial de Legacy en Londres. Uno de los speakers quiso hacer una gracieta y proyectó la portada de Satan Is Real, un LP de los Louvin Brothers. Vestidos de blanco, los hermanos gesticulan frente a la silueta de un demonio con su tridente, entre llamas. Un chiste de chico moderno: “Vean qué paletos”. Un chiste que salía barato: Satan Is Real fue publicado en 1959 por la competencia, Capitol Records.

Jones, un señor muy educado, no pudo evitarlo y saltó de su asiento: “No hagan bromas, ¡es un disco formidable!”. Cierto, cierto. E influyente: su invisible forma de empastar las voces incluso entró en el vocabulario del rock, gracias a la devoción de Gram Parsons, que cantó sus temas con The Byrds, los Flying Burrito Brothers o Emmylou Harris. Parsons se identificaba con el drama interno de los Louvin: la atracción por el pecado contradecía sus creencias en el cristianismo fundamentalista.

Sale ahora la autobiografía de Charlie Louvin, inevitablemente titulada Satán es real (Es Pop Ediciones). Un libro redactado por un profesional, aunque conserve el tono coloquial de Charlie. Cualquier cantante de música popular, en cualquier latitud, podría firmar un libro similar. Pero quizás no resultaría tan desgarrador, tan revelador. Comienza con una visita de los hermanos a la casa familiar, en las profundidades de Alabama. Ira Louvin, que ha estado bebiendo durante el viaje, insulta a su madre; su hermano le da “una somanta de palos” y los dos emprenden la huida, temerosos de que aparezca el padre, el verdadero señor de la furia.

Portada del libro 'Satán es real'.

Estamos en el territorio del southern gothic literario, con sus familias torturadas, su racismo ancestral, su Caín y su Abel. También nos sitúa en los inicios del country, cuando conviven las folclóricas baladas homicidas llegadas de Gran Bretaña y los primeros productos industriales salidos de Nashville y Los Ángeles. Los hermanos aprenden a cantar en casa y en los servicios del Arpa Sagrada, donde se interpretan los himnos de modo comunal.

Su vocación es la música religiosa pero descubren que no da para comer (de hecho, “se parecía a la mendicidad”), así que lo alternan con canciones profanas. Tampoco resuelven así sus problemas económicos: se aferran a empleos convencionales mientras entran en la jungla del negocio musical con una inocencia total. Ya han pasado por varias discográficas cuando descubren en Capitol que existe una remuneración llamada royalties.

Si esto fuera la biografía de un rockero sabríamos que lo siguiente sería la crónica de una ascensión, una caída y una redención. Pero los Louvin no llegan al estrellato: el circuito del country todavía es modesto y frecuentemente su calendario de bolos les obliga a recorrer 500, 1.000 kilometros en un día, con Charlie conduciendo sin más ayuda que alguna anfeta. Resultaría tolerable —”mejor que recoger algodón”— si no hubiera que computar las meteduras de pata de Ira. Una noche, se dirige a Elvis Presley como “puto negro de piel blanca”; Elvis, hasta entonces admirador, decide no grabar temas de los Louvin Brothers.

Ira Louvin fantasea con convertirse en predicador a tiempo completo. Mientras tanto, ejerce como bronquista, borrachuzo, mujeriego. Durante una pelea con su tercera esposa, intenta estrangularla con el cable del teléfono; ella saca una pistola de señorita y le mete seis balas. El cabrón sobrevive.

No voy a destripar el resto de la historia: dicen que hay una película en preparación, con Ethan Hawke como Ira. El libro de Charlie Louvin degenera un poco cuando se pone en plan mis-encuentros-con-los-famosos. Y tampoco revela mucho sobre el negocio del country, lo que concuerda con su papel de intrusos en un mundillo que, a pesar de sus escandalosas vestimentas, aspiraba a cierta mundanidad. Felizmente, su música sigue disponible y suena límpida, ascética, trotona, Libre de la purpurina de Nashville.

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