Final de temporada. Antes del cambio de tercio de agosto, conviene hacer limpieza. La carpeta de Posibles temas rebosa de noticias aparcadas, con la perspectiva de ser desarrolladas, aptas para sacar punta. El problema reside en que la mayoría del material de base sugiere conclusiones desoladoras, vuelos de pájaros de mal agüero. Vean una muestra.
1. La desaparición de las revistas musicales. Cada poco, llega otra defunción, incluso en mercados donde parecían seguras. Entre...
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Final de temporada. Antes del cambio de tercio de agosto, conviene hacer limpieza. La carpeta de Posibles temas rebosa de noticias aparcadas, con la perspectiva de ser desarrolladas, aptas para sacar punta. El problema reside en que la mayoría del material de base sugiere conclusiones desoladoras, vuelos de pájaros de mal agüero. Vean una muestra.
1. La desaparición de las revistas musicales. Cada poco, llega otra defunción, incluso en mercados donde parecían seguras. Entre las más llamativas, la de Q, cabecera londinense que protagonizó el cambio de paradigma en la prensa musical británica: de los semanarios a los mensuales. Llegó a vender 200.000 ejemplares; ahora se quedaba en la décima parte. No ha soportado el gancho al hígado que supuso la desaparición de la publicidad, durante los primeros meses de la peste, en un panorama mediático marcado por la abrasadora competencia de internet. Su hermana menor, Mojo, perteneciente al mismo grupo editorial (alemán), empieza a manifestar síntomas preocupantes.
2. El pudor de los conversos. En las redes sociales, detecto el giro ultra de antiguos compañeros de aventuras. Habituales de Rock Ola que entonces celebraban las primeras medidas de los socialistas en La Moncloa –”es lo menos que se merece Ruiz Mateos”- y que hoy corean el discurso de la derecha extrema. No me asombra tanto su evolución ideológica como el hecho de que en todo momento eviten mencionar a Vox. Ejemplo: alguien pregunta quién convoca las caceroladas. La respuesta es evasiva: “No sé, lo leí en Twitter”. Ecos del Manual de supervivencia social de los ochenta: hay ciertos detalles que no se pueden confesar.
3. Casi prefiero a los desaforados. Estoy pensando en el disquero que jalea a los políticos de Vox como si pertenecieran a la estirpe de Camarón o Curro Romero. Este caballero siempre pierde la oportunidad de callarse. Dando lecciones de ética, nadie imaginaría que se trata de un profesional del saqueo, que se concedía un amplio margen de actuación. Ante los reproches, se ponía en modo Scarlett O’Hara: “Juro que mis hijos no van a pasar hambre”.
4. La ley de la ‘omertá' todavía funciona en la industria musical. Revisando entrevistas con grandes figuras del negocio, resulta pasmoso comprobar cómo todos se cubren entre sí. Lo que en algunos países está penalizado como delito (payola), aquí se considera parte de la curva de aprendizaje, una pillería más. Con el detalle silenciado de que el peaje corría principalmente a cargo de un tercero, el artista. Cuarenta años después, algunos compositores deben conformarse con el 25%, incluso el 12,50%, de sus derechos de autor.
5. Los Beatles siguen arrasando. En todo el mundo, se reproduce el dato de Nielsen que atribuye al cuarteto de Liverpool el título de máximos vendedores del primer semestre de 2020 en Estados Unidos. El subtexto viene a ser: “Por lo menos, todavía triunfa la buena música”. Nadie explica que la cifra de un millón de álbumes despachados –que incluye formatos físicos más su equivalente en streaming o descargas- también serviría para ilustrar un (relativo) desinterés general en la música.
6. Mientras nos entretenemos con estas batallitas, Elon Musk pretende diseñar el futuro. Ya habrán leído algo sobre Neuralink, un interfaz que, según el fundador de Tesla, podría canalizar música directamente al cerebro. Con argumentos filantrópicos: se pretende combatir el Parkinson y los trastornos hormonales. No son necesarias tales excusas, Elon: estoy seguro de que habrá numerosos candidatos a convertirse en cíborgs.