Oliver Laxe incendia el festival de Cannes con su película sobre un pirómano

El cineasta presenta la esperada 'O que arde', el primer filme en gallego en el festival, en la sección Una cierta mirada

Oliver Laxe, en Cannes.Daniele Venturelli (WireImage)

Tras 10 años viviendo en Marruecos, Oliver Laxe vuelve a casa, a Galicia. "Es mi casa y a la vez no lo es, porque un cineasta siempre es extranjero, debe poseer una distancia para filmar", cuenta en Cannes tras el estreno de su tercer largo, O que arde. Laxe, por filosofía y por recorrido vital, ha reflexionado sobre eso: nacido en Francia, donde sus padres habían emigrado, la familia retornó a su pequeño pueblo de Lugo cuando él cumplió los cinco años. Y su última década —ahora tiene 37 años— la ha pasado en Marruecos. Hoy vive, de ...

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Tras 10 años viviendo en Marruecos, Oliver Laxe vuelve a casa, a Galicia. "Es mi casa y a la vez no lo es, porque un cineasta siempre es extranjero, debe poseer una distancia para filmar", cuenta en Cannes tras el estreno de su tercer largo, O que arde. Laxe, por filosofía y por recorrido vital, ha reflexionado sobre eso: nacido en Francia, donde sus padres habían emigrado, la familia retornó a su pequeño pueblo de Lugo cuando él cumplió los cinco años. Y su última década —ahora tiene 37 años— la ha pasado en Marruecos. Hoy vive, de nuevo, en Lugo. Puede que Cannes sí sea su casa: con su primera película, Todos vosotros sois capitanes (2010), ganó uno de los premios Fipresci de la crítica internacional. Con la segunda, Mimosas (2016), obtuvo el Gran Premio de la Semana de la Crítica. Ahora sube de sección y presenta O que arde, la primera película en gallego en el certamen, en Una cierta mirada.

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En su tercer largo, Laxe muestra, con cierta narrativa, la vuelta a casa, tras cumplir su condena, de Amador, un pirómano que, como dicen a su lado, "casi quema medio Lugo". En el pueblo le espera Benedicta, su madre, tan mayor como llena de energía. La inclusión de Amador es compleja y más cuando estalla un nuevo incendio. O que arde tiene una potencia visual exuberante y un sonido, tanto el de ambiente como la música, cuidadísimo. El uso que hace, por ejemplo, de Suzanne, de Leonard Cohen, es prodigioso. "Cada vez cuento con más medios, se nota. También maduro, crezco. Soy un cineasta de imágenes, aunque en esta ocasión me parece que el filme es más clásico. Y al mismo tiempo, vanguardia. Hay varias dicotomías: es clara y a la vez oscura; simple y sin embargo compleja". Para Laxe no se puede perder vista al espectador: "Hay que ser generoso con él, pero es que la película es polisémica". Y por eso explica que para revelar algo hay que quitar el velo, "con lo que primero se oculta".

En esa zona oculta, está el pirómano. El cineasta dice que él siempre sospecha cuando todo el mundo juzga algo. "Yo no justifico al pirómano, sino que creo que hay mundos difíciles, que debemos cortar la cadena del dolor. Por eso no hay dialéctica, el espectador intentará entender a todos". Y como explicación del cine que defiende, subraya el diálogo que tienen el protagonista y una veterinaria sobre Suzanne:

"Hemos rodado en el lugar en que nació mi madre. Diría que me he hecho cineasta allí, y por eso el rodaje ha sido una bendición"

—¿Te gusta?

—Sí, pero no entiendo la letra.

—Para que te guste algo no hace falta entenderlo.

"Eso vale también para el cine. Somos muy cartesianos, queremos entenderlo todo y eso no tiene sentido", asegura Laxe.

Galicia —"para bien o para mal"— siempre ha estado en el interior de Laxe. "Hemos rodado en el lugar en que nació mi madre. Yo voy allí a escribir un par de meses al año, diría que me he hecho cineasta allí, y por eso el rodaje ha sido una bendición. Sentí que había cumplido mi objetivo ya en la filmación": Laxe quería invocar a sus antepasados, honrarlos: "Cuando volvimos de Francia, ni siquiera había carretera. Tengo 37 años y siento que conocí la Edad Media. Mis abuelos tenían unos valores... mira, hablaban de los infortunios con desapego. Me marcó su aceptación de la realidad, su humildad, su sentirse pequeños". O que arde está llena de esos pequeños gestos como el corte del pan, el encendido de la estufa-cocina. "Echo de menos lo de mojarme, llegar a casa, cambiarme y hacer unas castañitas al fuego". Son sensaciones que él califica de "epidérmicas", que quiere trasladar al espectador, aunque probablemente sean más telúricas. Laxe respira y dice: "Una vez acabada, me va a tocar hacer otra peli cañera, de aventuras".

Laxe habla de Robert Bresson, Aki Kaurismäki y Andréi Tarkovski como el padre, el hijo y el espíritu santo. "Y amén". El rodaje se dividió en cuatro etapas y una coda final. "Primero fue el incendio sin actores, porque quería cubrirme, nunca se ha rodado un fuego así. Después llegaron los rodajes de invierno, de verano. Y finalmente el último día —la vida me da lecciones, y cada vez acepto más esos regalos— de nuestra producción, en un octubre ya acabado y tras un verano sin fuego, hubo un incendio y pudimos meter ahí a los brigadistas primerizos. La coda fue la filmación de la secuencia final del helicóptero".

Ahora Laxe quiere alejarse un poco del cine: habla de "disolverse" en esa zona gallega. ¿Para hacer el qué? "Bueno, quiero trabajar en y para esa comunidad. El cine ayuda a entender tus neurosis, a comprender por qué pides amor... En realidad lo hacemos todos los seres humanos, ¿no? Cuando maduras te das cuenta de que no necesitas pedirlo, que ya estás rodeado de amor. En fin, sigo siendo un idiota. Me gustaría ser menos idiota a cambio de ser peor cineasta".

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