China se ha puesto de pie

Un ensayo de Julio Aramberri concluye que la eventual democratización anunciada por muchos para el gigante asiático parece improbable

Mao Zedong (izquierda) y Deng Xiaoping, en 1959.BETTMANN ARCHIVE

De ser un continente remoto y desconocido para los más de los españoles, China se ha convertido en las últimas décadas en algo familiar y consuetudinario para muchos de ellos. Aunque las estadísticas no son muy fiables, habida cuenta de la entrada de inmigrantes irregulares, podemos suponer que hay más de 300.000 chinos viviendo en nuestro país, y que nos visitan muchos de los 100 millones de turistas de esa nacionalidad que salen al extranjero cada año. Un paseo por cualquiera de los establecimientos de moda en nuestras ciudades sirve para comprobar empíricamente la abr...

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De ser un continente remoto y desconocido para los más de los españoles, China se ha convertido en las últimas décadas en algo familiar y consuetudinario para muchos de ellos. Aunque las estadísticas no son muy fiables, habida cuenta de la entrada de inmigrantes irregulares, podemos suponer que hay más de 300.000 chinos viviendo en nuestro país, y que nos visitan muchos de los 100 millones de turistas de esa nacionalidad que salen al extranjero cada año. Un paseo por cualquiera de los establecimientos de moda en nuestras ciudades sirve para comprobar empíricamente la abrumadora presencia de clientes chinos en los comercios, sobre todo en los de lujo, atendidos por compatriotas suyos de segunda y aun tercera generación, nacidos y nacionalizados españoles. Su bilingüismo convive con una integración absoluta en nuestras costumbres sociales sin desmerecer el respeto por las tradiciones del país de Confucio. Hay desde hace años ciudadanos de origen chino candidatos a las elecciones municipales, existen diversas publicaciones periódicas editadas en España destinadas a su comunidad y es cada vez más abrumadora la presencia de sus estudiantes en muchas de nuestras universidades. Pese a estas circunstancias y al hecho de que China se ha convertido en el principal competidor tecnológico y económico de Estados Unidos, no es muy abundante la producción ensayística, y ni siquiera la información en los medios, sobre una sociedad en la que vive el 20% de la población mundial y que aspira a constituirse en uno de los líderes, si no el principal de ellos, de la globalización.

Xi Jinping ha seguido el ejemplo de Putin en Rusia y ha logrado acumular tanto o más poder que el propio Mao Zedong

Por eso es de agradecer la publicación de La China de Xi Jinping, libro en el que Julio Aramberri trata de descubrirnos algunas de las claves de la evolución política y económica del país. Aramberri fue un luchador temprano contra el régimen franquista desde sus años de estudiante en la Complutense. Traductor de Mandel al castellano, profesor durante años en la Universidad norteamericana, acabó impartiendo clases durante dos lustros en la China contemporánea, gracias a una carambola existencial que él mismo narra en el prólogo de la obra. Eso le ha permitido asumir un conocimiento casi exhaustivo de los intríngulis y pormenores de la evolución política del país desde el incipiente mandato de Mao. Su descripción, repleta de datos y análisis documentales, le lleva a elaborar una tesis, a su ver irreductible: la eventual democratización anunciada por muchos, fruto de la extensión de la economía de mercado y de la apertura a Occidente que los chinos han llevado a cabo en las últimas décadas, parece improbable. Aunque en cierta medida el autor deja espacio para el debate al respecto y permite incluso intuir que no es imposible del todo, pero sí harto difícil.

Aramberri describe de forma detallada la evolución del régimen desde la muerte del Gran Timonel hasta nuestros días y realiza una crítica severa y provocadora de los entusiasmos que las perspectivas futuras del país despiertan entre empresarios e intelectuales occidentales. Todo, claro está, a partir de las reformas emprendidas por Deng Xiaoping a finales de la década de los setenta. Yo acompañé, junto con otros periodistas españoles, al rey Juan Carlos en su viaje a Pekín en 1978, y pudimos compartir muchas horas de confidencias y comentarios sobre el contenido de sus conversaciones con aquel hombrecillo de escaso metro cincuenta de altura que cambió el devenir histórico de su país. En aquella época, él y su equipo parecían convencidos de que se acercaba el estallido de una nueva guerra mundial, y acusaban de instigarla a las políticas imperialistas del Kremlin. Rusia ha sido una obsesión permanente para los chinos, al menos desde la fundación de su Partido Comunista en 1921. En el libro que comentamos se pone de relieve la preocupación que en los últimos años han padecido porque pudiera producirse entre ellos un fenómeno parecido al de la era Gorbachov, cuando la perestroika y la glásnost, experimentos aperturistas desde el poder, acabaron en la fragmentación del antiguo imperio soviético. Para evitarlo, piensan que el mejor antídoto es el mantenimiento de un Partido Comunista sólido y disciplinado, dictador de todas las decisiones fundamentales que atañen a la convivencia. Frente a los optimistas, entre los que me encuentro, que contemplaron la era de Deng Xiaoping como la aurora de una liberación, Aramberri pone de relieve la continuidad de las políticas de dureza del régimen, la responsabilidad del mítico líder en la brutal represión tras las manifestaciones en la plaza de Tiananmen y la incontrovertible decisión del propio Deng de fortalecer al partido como árbitro superior de todas las decisiones políticas y económicas.

Este poder casi total del Partido Comunista, que conocen bien los inversores y comerciantes extranjeros que operan en el país, es apenas bien entendido por muchos analistas políticos. Pero se encuentra en el eje de la discusión. Para numerosos académicos y politólogos occidentales, la apertura al sistema capitalista, que Aramberri define con acierto como un capitalismo de Estado, o un capitalismo de rojos, acabará fragmentando la sociedad y desembocando en un régimen de corte liberal. Esta es una amenaza para la oligarquía integrada por los gerentes de las principales empresas públicas, muchas veces deficitarias, pero controladoras de todos los sectores estratégicos del país, hasta el punto de que son capaces de orientar la actividad de las compañías privadas y mixtas sin violentar en exceso las leyes del mercado. Si llegara la democracia, las prebendas de sus ejecutivos junto a las de los funcionarios del partido, que cuenta con 90 millones de afiliados, estarían condenadas a desaparecer. El prestigio que figuras como Putin adquieren a los ojos del propio Xi Jinping se basa en su ejemplo de cómo acumular el mayor número de puestos de poder posible, a fin de que nada escape a su vigilancia y decisión. De modo que ha logrado acumular tanto o más poder que el propio Mao Zedong. Probablemente más, habida cuenta de la apertura al mundo del país y de los sueños de liderazgo mundial que Aramberri llega a comparar con el famoso sueño americano.

He tenido la fortuna de ser testigo directo de los profundos cambios generados en China en los últimos 40 años. Entre todos los del mundo, probablemente este es el país que más y mejor se ha transformado. Fui por lo mismo admirador temprano de dos libros que me parecen de los mejores ensayos que sobre él se han publicado nunca: China. Después de la Revolución Cultural, de Maria Antonietta Macciocchi, y China, de Henry Kissinger. El de Julio Aramberri no desmerece en nada de la calidad de ambos y resulta lectura imprescindible para quienes se interesen por cómo es la nación llamada a convertirse en primera potencia mundial en el plazo de pocos años. No necesariamente a fin de estar de acuerdo en todo lo que dice y predice, sino para participar en el debate y tratar de despejar las incógnitas que sugiere.

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Autor: Julio Aramberri.


Editorial: Deliberar (2018).


Formato: tapa blanda (336 páginas).


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