Una voz de fuego y hielo

Un voluminoso libro, un documental y una colección de grabaciones inéditas recuerdan en su centenario a la soprano sueca Birgit Nilsson

Birgit Nilsson, en Turandot, en Viena en 1961.The Birgit Nilsson Foundation / Fayer

Los nacimientos reservan a veces extrañas coincidencias. Olivier Messiaen y Elliott Carter, por ejemplo, nacieron con tan solo un día de diferencia (10 y 11 de diciembre de 1908) en Aviñón y Nueva York. Diez años después, el 25 de abril y el 17 de mayo, venían al mundo en Suecia dos de las más grandes sopranos dramáticas del siglo XX: Astrid Varnay, de padres húngaros, en Es...

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Los nacimientos reservan a veces extrañas coincidencias. Olivier Messiaen y Elliott Carter, por ejemplo, nacieron con tan solo un día de diferencia (10 y 11 de diciembre de 1908) en Aviñón y Nueva York. Diez años después, el 25 de abril y el 17 de mayo, venían al mundo en Suecia dos de las más grandes sopranos dramáticas del siglo XX: Astrid Varnay, de padres húngaros, en Estocolmo, y Birgit Nilsson, en Båstad, una pequeña localidad al sur del país. El padre de esta última, granjero, quería que su única hija siguiera sus pasos, pero un músico reparó en la iglesia local en las posibilidades de su voz y decidió darle sus primeras clases de canto, plantando con ello la semilla de la que sería una de las trayectorias más excepcionales y coherentes que ha conocido el arte lírico. En el centenario de su nacimiento, varias publicaciones recuerdan, recuperan o glosan muchos de aquellos logros.

Quien quiera saber qué cantó la soprano sueca, dónde lo hizo, leer tanto las críticas aparecidas en la prensa de la época como las opiniones de sus colegas y ver centenares de fotos de su vida dentro y fuera de los escenarios, tendrá en el libro-homenaje lujosamente editado por la Fundación Birgit Nilsson —un auténtico objeto de coleccionista de casi cinco kilos de peso— la compañía perfecta para conocer a fondo su carrera profesional. El documental dirigido por Thomas Voigt y Wolfgang Wunderlich, recién aparecido en DVD, nos permite verla y oírla cantar todos sus papeles de referencia. Marilyn Horne, Plácido Domingo, Christa Ludwig, Irmgard Seefried o Jonas Kaufmann son algunos de los cantantes que hablan sobre ella con rendida admiración, aunque es el director Antonio Pappano quien protagoniza quizás el mejor comentario de todos. Tras caer rendido ante su forma de atacar un agudo en Turandot, explica gráficamente, sentado al piano, el milagro de su interpretación: “La voz: fuego y hielo, como un cuchillo atravesando la textura de la orquesta”.

Ganó mucho dinero, no tuvo hijos y creó una fundación que concede el premio mejor dotado del mundo de la música

Con una vida en la que jamás hubo cabida para los escándalos (estuvo 57 años casada con Bertil Niklasson) ni para los divismos destemplados, Nilsson logró ascender a lo más alto a pesar de la primacía tradicionalmente reservada para las sopranos líricas especializadas en el repertorio italiano. Ella cultivó este último con cuentagotas (Aida, Tosca, Donna Anna en Don Giovanni y, sobre todo, Turandot), pero fue la Isolde, la Brünnhilde, la Elek­tra o la Salome por antonomasia de toda una generación. Cantó estos papeles con su voz incandescente junto a los mejores directores de orquesta y los más grandes directores de escena en los teatros más importantes del mundo. Fue una diosa adorada tanto en Bayreuth como en Nueva York, en Londres y en Viena, en Milán y en Estocolmo, donde siempre estrenaba los nuevos papeles, cerca de los suyos.

Nilsson ganó mucho dinero, no tuvo hijos y creó una fundación que concede tras su muerte en 2005 el premio mejor dotado del mundo de la música (un millón de dólares), otorgado hasta ahora a Plácido Domingo (2009), Riccardo Muti (2011), la Orquesta Filarmónica de Viena (2014) y, en una ceremonia celebrada hace tan solo dos días en Estocolmo, Nina Stemme, otra soprano dramática sueca en la que no es difícil ver a su legítima heredera y que canta estos días el Anillo de Wagner en la Royal Opera House de Londres. La otrora granja de su padre es ahora un museo poblado de todo tipo de memorabilia y su rostro es una presencia cotidiana en la vida de sus compatriotas, porque el billete de 500 coronas lleva su imagen (Greta Garbo aparece en el de 100 e Ingmar Bergman en el de 200).

El sello Decca ha agrupado todas sus grabaciones en una caja en la que podemos verla, con casco, escudo y lanza en ristre, caracterizada como Brünnhilde, el papel que cantó en la histórica tetralogía dirigida por Georg Solti y producida por ­John Culshaw. Mayor interés tiene aún el álbum de grabaciones en vivo publicado por Sony, que contiene 12 óperas completas grabadas en vivo, algunas duplicadas (Elektra, 1967 y 1971) o incluso triplicadas (Tristan und Isolde, 1957, 1967 y 1973). Nilsson daba en escena lo mejor de sí y estos 31 discos hasta ahora inéditos son el complemento ideal de sus famosos registros en estudio.

Un solo ejemplo de su sentido del humor. Admiraba a Karajan como músico, pero le parecía insignificante como director de escena y despreciaba su obsesión por controlarlo todo. Molesta por una producción oscura e incómoda para los cantantes dirigida por el austriaco en 1967, Nilsson apareció en un ensayo con un casco de minero —con su luz encendida—, provocando las risas de todos menos las del propio Karajan, por supuesto. Años después, en 1996, en una entrevista televisiva, declaró abiertamente ante la cámara: “Karajan era un gran artista, pero un ser humano pequeño”.

Cuando la Metropolitan Opera de Nueva York celebró una gran gala para celebrar su centenario el 22 de octubre de 1983, invitó a todos los grandes cantantes que habían estado vinculados con el teatro, de Montserrat Caballé a Plácido Domingo, de Alfredo Kraus a Nikolái Ghiaúrov, de Leontyne Price a Luciano Pavarotti, pero fue a Birgit Nilsson a quien, inmediatamente después de las actuaciones de Marilyn Horne y Joan Sutherland, se le concedió el privilegio de cerrar la gala con un fragmento de Tristan und Isolde, de Wagner. Solo a ella se le permitió cantar una propina —una sencilla canción folclórica sueca— tras los atronadores aplausos del público. Un año antes había cantado su última ópera en escena: Elektra en Fráncfort. Un año después dejaría de dar recitales, porque nunca quiso mostrar en público la decadencia de su voz. “Soy yo la que tiene que saber cuándo ha llegado el momento de parar antes de que lo haga el público”, afirmó. Y en una variante aún mejor: “Cuando el miedo de salir a escena sea mayor que la dicha de cantar: ese es el momento de dejarlo”. Birgit ­Nil­sson lo hizo todo a tiempo.

Birgit Nilsson 100. An Homage. Birgit Nilsson Foundation, 711 páginas.

Birgit Nilsson. A League of Her Own. CMajor. Blu-ray y DVD, 89 minutos.

Birgit Nilsson. The Great Live Recordings. Sony, 31 CD.

La Nilsson. The Complete Decca, Deutsche Grammophon and Philips Recordings. Decca, 79 CD + 2 DVD.

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