Crítica

¿Es Ashley Nicolette Frangipane la nueva Madonna?

La joven gran diva neoyorquina exhibe un gran magnetismo escénico, pero el cetro de la Ciccone aún le queda a años luz

Ashley Nicolette Frangipane en una actuación en 2017.Getty

¿La nueva Madonna? Cualquier artista de nuevo cuño vendería su alma porque el mundo validara semejante definición, pero los milagros no acontecen con tanta frecuencia. Y aún no podemos acreditarlos, sinceramente, en el caso de la neoyorquina Halsey, cuyo debut madrileño se aguardaba este lunes en La Riviera con absoluta avidez y el papel agotado desde muchas semanas atrás.

Ashley Nicolette Frangipane demostró andar sobrada de magnetismo y coraje, encontrarse en condiciones de competir con cualquiera en...

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¿La nueva Madonna? Cualquier artista de nuevo cuño vendería su alma porque el mundo validara semejante definición, pero los milagros no acontecen con tanta frecuencia. Y aún no podemos acreditarlos, sinceramente, en el caso de la neoyorquina Halsey, cuyo debut madrileño se aguardaba este lunes en La Riviera con absoluta avidez y el papel agotado desde muchas semanas atrás.

Es adorable, pero le falta el pequeño detalle de las canciones.

Ashley Nicolette Frangipane demostró andar sobrada de magnetismo y coraje, encontrarse en condiciones de competir con cualquiera en cuanto a embrujo y temperamento. Y no, no es fácil suscitar a los 23 años una adhesión tan inquebrantable como la evidenciada aquí, con un griterío ininterrumpido durante 84 minutos y la inmensa mayoría de la audiencia desgañitándose con cada verso de un repertorio que amenizaría las clases de cualquier academia de inglés. Pero la Ciccone no transigiría, ni siquiera en sus años más bisoños, con un cancionero tan reiterativo como el de Halsey; tan ajustado siempre al mismo patrón (esos estribillos ascendentes e idénticos) como en una academia de corte y confección de bajo coste.

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Halsey es, eso sí, arrolladora. Desarrolla un vigor y arrojo que encaja a la perfección con eso que ahora se llama empoderamiento, un término seguramente bastante menos hermoso que la realidad descrita. Nuestra heroína demuestra tanta capacidad de seducción ("aunque no esté aquí, es como si estuviera") como de vulnerabilidad. Por eso se muestra horrorizada por encontrarse (ejem) a un suspiro de cumplir los 24 o nos pregunta si alguna vez nos sentimos "tristes, vulnerables o atemorizados". Es adorable, pero le falta el pequeño detalle de las canciones. Y, ya puestos a pedir, el de los músicos: tiene algo de grotesco presentar como "mi increíble banda" a un teclista y un batería, relegados cada uno en un extremo del escenario como criaturas desamparadas.

Inalcanzable por ahora el cetro de la Ambición Rubia, la división que ocupan Chvrches o Lana del Rey parece, a día de hoy, el objetivo más razonable para Frangipane. Que canta con tanta clase como linealidad y que, a falta de mayores recursos escénicos, se conforma con una escalinata de la que brotan cascadas de hielo líquido y con la puntual irrupción de una bailarina mulata y de escueta cabellera dorada. 1.500 almas saltaron como si les fuera en ello la vida durante Castle o alzaban los brazos hasta acariciar el cielo con Heaven in Hiding. El gran himno LGTBI de la temporada, Strangers, se descorcha quizá demasiado pronto, pero sirvió para una coreografía bella y sinuosa en la que danzarina y cantante rozan los labios. A muy escasos milímetros, que habría dicho el one hit wonder televisivo aquel.

Lo mejor, en esta exhibición de poderío, es constatar la presencia de un público de neta y fabulosa mayoría femenina, con abundantes chicas que achuchaban a chicas, chicos que les dedicaban carantoñas a otros muchachos, desembarco en el escenario de media docena de espectadores durante Hold me down e importantes desembolsos en tinte capilar. Fue, definitivamente, una noche negra para eso que dicen del heteropatriarcado. Pero el sueño de Madonna Louise Veronica Ciccone no se alteró ni un poquito. Aunque Halsey bien podría ser su hija, de momento se encuentra muy lejos de aspirar al trono.

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