Columna

‘Operación Triunfo’, una ventana abierta en TVE

'OT' se ha revitalizado con gracia, inteligencia, alma y conectando con el espectador

Raoul y Agoney, en la gala del pasado lunes.

En este espacio que algún loco me concedió, un servidor escribió en septiembre, llevado por la euforia columnista, un texto titulado Operación ¿triunfo?, donde cuestionaba la vigencia del formato y preveía el fracaso de un espacio “repetido, innecesario y poco novedoso”. Pues bien, me equivoqué. OT ha regresado cual fenómeno. Se ha revitalizado con gracia, inteligencia, alma y conectando con el espectador, aunque no precisamente por su condición de talent show, sino por diferenciars...

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En este espacio que algún loco me concedió, un servidor escribió en septiembre, llevado por la euforia columnista, un texto titulado Operación ¿triunfo?, donde cuestionaba la vigencia del formato y preveía el fracaso de un espacio “repetido, innecesario y poco novedoso”. Pues bien, me equivoqué. OT ha regresado cual fenómeno. Se ha revitalizado con gracia, inteligencia, alma y conectando con el espectador, aunque no precisamente por su condición de talent show, sino por diferenciarse de las decenas de copias que plagan la pantalla. Un acierto que utiliza las mejores armas de la televisión: protagonistas carismáticos y una historia que contar.

Porque en Operación Triunfo lo importante no es la melodía o tener una voz majestuosa. Lo que nos hace sucumbir es cómo sus protagonistas resuelven cada actuación. Sea cantando por La La Land o La Bikina. No enganchan los coaches ni jurados, sus peleas o descalificativos. Aquí solo cuentan esos jóvenes a quienes les brillan los ojos con cada oportunidad, que evolucionan semana a semana y aprenden en cada clase.

Y, cuidado, la línea de granhermanizarlo puede ser muy fina pero, más allá de las parejas que imaginan los espectadores, por suerte no importan tanto los líos de cama y malos rollos como los pases de micro y el aprendizaje. Cómo profesores brillantes como los Javis enseñan esas bambalinas donde nacen estrellas y lo convierten en otro espectáculo.

Esa narración es de lo que precisamente adolece La Voz o Got Talent. Sus galas a veces se vuelven frías. No importa el destino de sus artistas. Pero en OT, cada expulsión es un drama nacional. Al menos en Twitter. Porque redes y YouTube son las herramientas para acercarse y conquistar al nuevo espectador y, de paso, comprobar el éxito paralelo a la clásica gala.

Lo que podía ser un espacio añejo rendido a la nostalgia rompe sin esperarlo los mimbres de la televisión pública, que por fin da voz a la generación Z, sus debates, su diversidad y a la igualdad. Ver una pareja besándose, sea cual sea su identidad sexual, o una charla sobre el sida se vuelve refrescante en esta necesaria ventana abierta para TVE. OT, ¿somos amigos?

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