Recalibrando el canon del jazz vocal

No se han cumplido aún 10 años desde que Cécile McLorin Salvant comenzó sus estudios de jazz en el sur de Francia, donde, bajo la tutela del saxofonista Jean-François Bonnel, lanzó su carrera profesional y su primer disco en 2010, el mismo año en que ganó la prestigiosa Thelonious Monk Competition.

Desde entonces, su meteórica trayectoria se ha alimentado únicamente de un talento como el jazz vocal no ha visto en décadas. Su cuarto registro como líder confirma que la joven de Florida aspira firmemente a compartir el olimpo d...

No se han cumplido aún 10 años desde que Cécile McLorin Salvant comenzó sus estudios de jazz en el sur de Francia, donde, bajo la tutela del saxofonista Jean-François Bonnel, lanzó su carrera profesional y su primer disco en 2010, el mismo año en que ganó la prestigiosa Thelonious Monk Competition.

Desde entonces, su meteórica trayectoria se ha alimentado únicamente de un talento como el jazz vocal no ha visto en décadas. Su cuarto registro como líder confirma que la joven de Florida aspira firmemente a compartir el olimpo del género con algunas de sus principales influencias, como Bessie Smith, Sarah Vaughan y, especialmente, Betty Carter.

El triunfo de McLorin Salvant es el del talento puro sobre lo superficial, sobre la mercadotecnia y la amable tibieza con la que se envuelve el jazz vocal en los despachos de las multinacionales. La vocalista es un huracán artístico que no deja un solo aspecto de su carrera sin cubrir de forma brillante, empezando por su exquisito repertorio, que no cae en obviedades y que denota la riqueza del sustrato sobre el que se asienta su formación, pasando de Bob Dorough a Kurt Weill, resucitando viejos blues de Ida Cox o Spencer Williams, y varias gemas, algunas muy inesperadas, de George Gershwin, Rodgers & Hart o Irving Berlin.

Aparte de esto, mantiene un compromiso total con sus acompañantes de los últimos años, un sólido trío que interactúa con la cantante de forma casi simbiótica. Ojo: capitanea el grupo el fabuloso Aaron Diehl, uno de los más asombrosos pianistas neotradicionalistas de los últimos años, que aquí brilla con luz propia. Para redondear la firmeza con la que McLorin Salvant controla su obra, ella misma es responsable también de la dirección artística, caligrafía e ilustraciones que contiene el disco.

Estos detalles son una auténtica declaración de intenciones de una artista global que trasciende la figura del vocalista de jazz: McLorin Salvant no solo canta, sino que interpreta las canciones como quien cuenta una historia personal, con una sofisticación y una capacidad narrativa que evoca la de cumbres del genero como Frank Sinatra o Billie Holiday. Casi no improvisa con scat, porque es en su relectura musical de las letras donde su genio eleva el vuelo, vampirizando las canciones, volviéndolas únicas y, ante todo, propias. Jazz vocal puro, genuino, sin cortar.

Su nuevo disco nos muestra a una artista de madurez precoz que tiene muy claro lo que quiere hacer, y que lo hace como nadie. Al mismo tiempo, bajo esta excelencia se intuye la posibilidad de que, afortunadamente, por ahora solo estemos rascando la superficie de lo que es capaz de hacer en el futuro.

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