Danzig y Lucinda Williams: extremos bajo un paraguas

Propuestas tan dispares como las de Danzig y Lucinda Williams mantienen el listón ante unos descafeinados Hellacopters y Blackberry Smoke en la primera jornada del Azkena

Lucinda Williams en su concierto en el Azkena Rock.Jordi Vidal (Redferns)

Muchos de los fieles del Azkena Rock Festival recordarán uno de los momentos más emocionantes de la historia del festival: el concierto de Chris Isaak en la edición de 2010, con la lluvia castigando duramente a un público que, conectado al 100% con el concierto, ni sentía ni padecía. Lo que ocurría sobre el escenario era tan mágico, que nada de lo demás importaba demasiado.

Lo de anoche en la jornada inaugural del Azkena Rock Festival de este año fue parecido, pero sin la magia. Es decir, lluvia y lluvia durante horas, y ningún estímulo suficientemente poderoso como para hacernos olvida...

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Muchos de los fieles del Azkena Rock Festival recordarán uno de los momentos más emocionantes de la historia del festival: el concierto de Chris Isaak en la edición de 2010, con la lluvia castigando duramente a un público que, conectado al 100% con el concierto, ni sentía ni padecía. Lo que ocurría sobre el escenario era tan mágico, que nada de lo demás importaba demasiado.

Lo de anoche en la jornada inaugural del Azkena Rock Festival de este año fue parecido, pero sin la magia. Es decir, lluvia y lluvia durante horas, y ningún estímulo suficientemente poderoso como para hacernos olvidar la climatología.

Algunas carpas desperdigadas por el recinto se volvieron auténticos oasis desde primera hora de la tarde, pero resultaban más una alternativa que una herramienta para ver los conciertos: si el usuario quería escuchar música en directo debía zambullirse en la lluvia sin mirar atrás.

Vintage Trouble hicieron lo que pudieron, y lo hicieron bien, sin prestar demasiada atención a las circunstancias. Sonaron estupendamente y Ty Taylor se dejó la piel, como siempre, dos detalles importantes de su éxito en directo. Puede que no tengan grandes canciones y que su propuesta sea más efectista que efectiva, pero quien no les ha visto nunca siempre sale encantado de sus conciertos, y en Vitoria no fue diferente.

Lucinda Williams, nombre muy cotizado entre gran parte del público azkenero, se enfrentó a la papeleta de comenzar su gira europea con la insistente lluvia diezmando de forma escandalosa su público potencial. Puede que por eso se lo tomase con calma, o porque, simplemente, tanto ella como su banda estaban fríos —y el ambiente del festival, dadas las circunstancias, no estaba caldeado, precisamente—, pero la cuestión es que el arranque de su concierto fue muy decepcionante, a pesar de comenzar con dos temas del voltaje de I Need Protection y Real Live Bleeding Fingers. Acompañada por su fiel sección rítmica (formada por David Sutton y Butch Norton) y el ex-guitarrista de Wallflowers Stuart Mathis, la cantautora intentó remontar con su clásico Drunken Angel y el tema que abre su último disco, Dust, pero no fue hasta Foolishness que la cosa empezó a funcionar. La banda cogió un discurso más propio de un gran escenario encarrilando Essence y un antológico Unsuffer Me, antes de rematar con la traca de Honey Bee, Joy y un glorioso Rockin’ In The Free World del que Neil Young se hubiera sentido orgulloso. En condiciones propicias, un concierto de Lucinda Williams no tendría muchos rivales en el Azkena, pero el de ayer quedó tocado por un entorno que se prestaba poco a conectar al público con la artista. Y aún así, lo hizo.

Para cuando empezaron Blackberry Smoke la lluvia había cesado de una vez, y el público asistió encantado al show revivalista de los sureños. La banda lo tiene todo: suena bien, su líder Charlie Starr toca y canta estupendamente, tienen estética, actitud y conectan con los fans de todas las ramificaciones del rock clásico americano; solo les falta la personalidad. Lo mismo suenan a Eagles que a los Black Crowes, te hacen un poco del Three Little Birds de Bob Marley sin motivo aparente, o te devanas los sesos intentando recordar de qué banda es la versión que están tocando, para caer en que es One Horse Town y que es de ellos, aunque tú jurarías que la escuchaste por primera vez hace décadas. En directo funcionan, claro, pero quieren sonar a tantas cosas que acaban pareciendo la emisora que escuchan en la guarida de los Sons of Anarchy. Por otro lado, un concierto suyo no es como escuchar a Lynyrd Skynyrd en 1969, pero es bastante mejor que escuchar a Lynyrd Skynyrd en 2016, que ya es algo.

El cantante neoyorquino Ty Taylor.Jordi Vidal (Getty Images)

Si los Hellacopters de 2016 sonarían a los Hellacopters de 1998 era lo que muchos nos preguntábamos, y su concierto en el Azkena resolvió las dudas: no. Su incorporación al cartel fue un acierto muy aplaudido pero, a la hora de la verdad, desde el primer tema vimos que el que los suecos se hubieran reunido para celebrar el veinte aniversario de su fantástico debut Supershitty To The Max! no quería decir que siguiesen siendo una banda. Una banda cohesionada, que toca habitualmente y suena como tal. Los temas estaban ahí, sí, y el reencuentro de Nicke Andersson con Dregen resulta de lo más estimulante, pero entre la falta de decibelios en el sonido general y que para cuando sonó la lánguida My Mephistophelean Creed la cosa parecía imposible de levantar, uno no podía evitar pensar que tal vez merezca más la pena, a día de hoy, ver a Imperial State Electric o Backyard Babies que a sus respectivos líderes reunidos. Afortunadamente, como había ocurrido con Lucinda Williams, temas como Such A Blast, Bore Me, Tab o su primer single 1995 hicieron que el concierto remontara el vuelo en su segunda parte, aunque para cuando cerraron con el fabuloso (Gotta Get Some Action) Now! la sensación general era de decepción. Tal vez fuera por las expectativas generadas.

Precisamente las expectativas, pero las negativas, fueron la mejor baza de Glenn Danzig. El escurridizo fundador de Misfits venía precedido por dos hechos: por un lado, que con la banda Danzig grabó un puñado de discos gloriosos a finales de los ochenta y primeros de los noventa; por otro, que ya hace décadas de eso, y el vocalista lleva tiempo sin estar en su mejor momento. Independientemente de eso, verlo en directo en España es realmente difícil y su concierto en Vitoria era el único de una gira europea de una sola fecha, motivo suficiente para no perdérselo.

Los primeros minutos de su actuación fueron tan extraños y delirantes, que era difícil saber que pensar. Danzig apareció en escena con aire decadente, cantando entre la falta de afinación y la ausencia de voz, dando un espectáculo que resultaba tan grotesco como atractivo. Enseguida sonaron los clásicos Until You Call On The Dark y Am I Demon y todo empezó a tener sentido.

Flanqueado por sus fieles Steve Zing, Johnny Kelly (ex-Type O Negative) y el guitarrista Tommy Victor (fundador de Prong), el vocalista tiró de su mayor fuerte —su repertorio— para sustentar un concierto que exigía estar dentro del mismo. Dicho de otra forma, puede que el espectador casual que no hubiese oído hablar de Danzig antes de anoche se sintiera ante un espectáculo aberrante, pero la esencia de la banda y de su líder fue lanzada y esparcida entre el público como tenía que ser: de forma violenta, cruda y descarada. A Glenn Danzig no parecía importarle que no se le escuchase a veces, o que no le diese la voz; porque no importaba. No para alguien que entiende el punk y el rock como algo sin adulterar, todo alma y actitud, sin preocuparse por la forma. La banda pasaba de temas apabullantes como How The Gods Kill o Not Of This World a momentos realmente lamentables como Black Hell o su versión del N.I.B. de Black Sabbath, en un concierto que fue como la vida misma: en algunos momentos genial, y en otros patético.

Pero cuando sonaron para finalizar Twist Of Cain y Mother, seguidas del triple bis formado por She Rides, Dirty Black Summer y Long Way Back From Hell, estuvimos ante el mejor —tal vez el único— momento realmente rockero del día. Ningún concierto de rock que escuchamos en la primera jornada del Azkena de este año sonó tan mal como el de Danzig. Pero ninguno fue tampoco, ni de lejos, tan auténtico y personal.

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