El hombre que fue jueves

Dos albañiles cabalgan

De estos dos me creo todo lo que me cuenten. Ernesto Collado: rastreador de milagros y maravillas. Ojos incendiados, ojos que han visto muchos horizontes. Recorrió el oeste americano tras las huellas del utopista Montaldo. Lleva desde los diecisiete años saltando de un caballo a otro. Tiene y sigue un gran lema: “Lo que a menudo consideramos fundamental acaba siendo una funda mental”. Cada vez que me entero de que Collado está in da city, corro a verle. Esta vez cabalga en compañía de Piero Steiner, otra fiera teatral. Milanés, salió de su casa a los quince y desde entonces vive en la...

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De estos dos me creo todo lo que me cuenten. Ernesto Collado: rastreador de milagros y maravillas. Ojos incendiados, ojos que han visto muchos horizontes. Recorrió el oeste americano tras las huellas del utopista Montaldo. Lleva desde los diecisiete años saltando de un caballo a otro. Tiene y sigue un gran lema: “Lo que a menudo consideramos fundamental acaba siendo una funda mental”. Cada vez que me entero de que Collado está in da city, corro a verle. Esta vez cabalga en compañía de Piero Steiner, otra fiera teatral. Milanés, salió de su casa a los quince y desde entonces vive en la strada, es decir, yendo de un circo a otro. Tiene la mirada de Landa en Los santos inocentes. Y la ternura, y la fiereza.

Entre mil aventuras, Collado fue groom del príncipe Carlos. Siempre le digo que un día ha de contar todas esas historias. Y Steiner las suyas. Dos grandes narradores. Y dos poetas. Ahora, en Constructivo, han acompasado sus pasos.

Encarnan a Rafael y Luigi, dos albañiles itinerantes, un Quijote y un Sancho (y viceversa) que hablan de la pasión por su oficio. Del orgullo de ser artesanos. De aquel colega que solo con olfatear la mezcla del mortero sabía si faltaba cal. De la esterilidad de la arquitectura moderna y las casas “que no cobijan”. Rafael y Luigi son una alegre brigada de demolición, pero también sueñan con construir “edificios edificantes”. Trabajan, hablan, se divierten. Evocan sus historias familiares. Luego, los dos levantan una pietà recibida con risas y poco a poco con un silencio conmovido. No, no es un chiste: a Pasolini le hubiera encantado.

Esta función me ha hecho descubrir muchas cosas. Como, por ejemplo, que la construcción de un hotel en el puerto de Barcelona acabó con una raza autóctona, humilde y meditativa: los pescadores de espigón. Quizás en su memoria levantan la casita final, iluminada con jugo de luciérnagas en mitad de la noche, en mitad del desierto, como la carpa de los gitanos en Días del cielo, hace tanto tiempo, cuando Terrence Malick todavía no era pomposo. Curioso: las siluetas de Rafael y Luigi, con los cascos de su oficio, hacen pensar en dos extraterrestres recién caídos en nuestro planeta. O una raza muy sabia y muy antigua, que vuelve. En Uruguay les tomaron, regalo supremo, por una pareja de obreros que hacían teatro.

Ahora han armado su carpa los fines de semana en un nuevo local barcelonés, la estupenda sala Hiroshima, muy cerca del Apolo. Constructivo: un espectáculo poético, divertido, cabreado, lleno de verdad, que debería girar por toda España. Luigi y Rafael, por cierto, volverán en Demoledor, una road movie que Collado y Steiner están preparando ya.

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