Los compartimentos del Temple

La compañía zaragozana cumple su 20 aniversario con una puesta en escena que contrapone pasado y presente

Madrid -
El director escénico del teatro del Temple, Carlos Martín. Álvaro García

Unieron a Dalí, Lorca y Buñuel mucho después de que se hubieran marchado; volvieron a habitar Nunca Jamás; arriesgaron en un Macbeth muy visual; sacudieron el esperpento de Valle Inclán y sus trenes llegaron al mar. Para hacer nacer esos, y otras decenas, de mundos, el Teatro del Temple lleva desde 1994 dividiéndose, expandiéndose y obligándose a una metamorfosis continua para poder seguir juntos. “Desde siempre hemos estado muy atentos a l...

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Unieron a Dalí, Lorca y Buñuel mucho después de que se hubieran marchado; volvieron a habitar Nunca Jamás; arriesgaron en un Macbeth muy visual; sacudieron el esperpento de Valle Inclán y sus trenes llegaron al mar. Para hacer nacer esos, y otras decenas, de mundos, el Teatro del Temple lleva desde 1994 dividiéndose, expandiéndose y obligándose a una metamorfosis continua para poder seguir juntos. “Desde siempre hemos estado muy atentos a la distribución de tareas con una coordinación muy colectiva que nos permite seguir abriendo vías. Abrir mercado, trabajar sobre el terreno, relacionarnos con otros colectivos o poder desarrollar un trabajo más personal”, relata, a un ritmo vibrante, Carlos Martín (1962, Zaragoza), el director escénico de la compañía aragonesa.

Era 1980 cuando Martín se enroló en Akratea Anemosa, “un teatro revolucionario”. 1988 cuando cerró una maleta y la puerta de su casa. Necesitaba más de lo que podía encontrar en Zaragoza. “Me marché a Italia, y allí pasé casi diez años; aunque me iba con la idea de estar uno. Estar fuera siempre te da una visión más amplia y periférica de las cosas. Es entonces cuando ocurren esos algos que te hacen estar preparado para el viaje”. Pasó seis años en Milán, en la Escuela Paolo Grassi, la misma que pisó, junto a otros maestros, Peter Brook. Y después, “después empecé a girar con los centros dramáticos de Roma, Venecia, Torino, Brescia…”. Entonces el cierzo comenzó a soplar y apareció la morriña.

Un momento de la obra 'Arte de las putas'.

Aquel año fue 1994. Martín estaba trabajando con su compañía Calígula Producciones, y como profesor en la escuela italiana. Mientras, en su tierra, Alfonso Plou estaba con Directa Producciones. Pepe Tricas, el que se convertiría en el primer productor del Temple (después llegaría, para quedarse, María López Insausti), los unió. La proposición de fusionar las compañías de Plou y Martín les pareció bien a ambos. “Desde entonces no hemos parado de trabajar”. Dos caminos distintos pero simbióticos que han crecido paralelos desde entonces. “Trabajos contemporáneos y revisión de los clásicos”.

Esa doble senda se refleja ahora en la celebración de su 20 aniversario: Luces de bohemia y Arte de las putas. El clásico de Valle Inclán ha estado en la Sala Fernando de Rojas del Círculo de Bellas Artes de Madrid hasta el pasado 19 de enero; y la pieza inspirada en el poema de Moratín estará hasta el próximo 8 de febrero en el Teatro Fernán Gómez. “Con el esperpento hicimos una gira histórica e ininterrumpida de ocho años, es una obra añeja a la que han dado vida varios actores y a la que le tenemos un cariño muy especial. Es un hijo ya mayor”, bromea Martín.

El Teatro del Temple trabaja dos líneas paralelas: revisión de clásicos y proyectos contemporáneos

La otra, “el recién nacido”, tiene dramaturgia e interpretación de José Luis Esteban y el germen en Nicolás Fernández de Moratín. Una semilla modificada pero que sigue hablando de una historia de amor llena de salpicaduras de ironía y arrebato; también de la celebración inevitable de la mujer. Alejada del machismo, la subordinación femenina y su consideración como objeto que, al parecer inevitablemente, Moratín vivió y plasmó en aquel lejano siglo. “José Luis Esteban nos propuso asumir Arte de las putas. Nos pareció bien, y pusimos a su disposición toda la estructura organizativa, de producción y distribución”, explica Carlos Martín. Con el texto de Moratín —y la ayuda de Tomás de Iriarte, Félix de Samaniego y Leandro Fernández de Moratín— crearon una pieza nueva con un personaje que no aparece en ningún texto: Elías Cañabate, chulo y enamorado irremediable y eternamente de Dorisa, la prostituta del poema de 1780. Él se pone al servicio de todas las putas del mundo, en su defensa, comenzando por la de su propia madre. Y coloca su vida sobre las tablas, con endecasílabos, furia y ternura.

Tal y como nació esta última obra, han surgido otras piezas. Siguiendo otra de esas líneas a las que el Temple se ha ido abriendo. “La compañía fue dando pasos de apertura, convirtiéndose y transitando hasta convertirse también en una productora de espectáculos, incluidos los audiovisuales. Sin perder nada, pero añadiendo espacios. Seguimos teniendo cinco o seis espectáculos propios girando y a la misma vez coproducimos y colaboramos con otras empresas, teatros o instituciones”, apunta el director.

Han colaborado con Jota Producciones para Arte de las putas, tienen pendiente un proyecto con Teatro del Barrio e ideas con Seda Producciones. Desde hace dos años cogestionan Teatro de las Esquinas en Zaragoza con la compañía Che y Moche para convertirlo en un espacio de experiencias más allá del teatro. Y ahora quieren abrir oficina en Madrid. “Esta progresión armónica y laboriosa debe, sobre todo, no devorarnos, pero dejarnos crecer”. Ellos, los esporádicos y los permanentes, actores, técnicos, administrativos, llevan veinte años trabajando a la manera de su última creación, a la manera de Moratín: “Siempre a tu lado, pero nunca encima”.

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