EL PAÍS DE MÚSICA

Ingenieros y músicos de estudio: todos para uno

Entre las sombras de los estudios de grabación se mueve una cuadrilla de personajes Ponen toda su sabiduría al servicio de la figura de turno

Un estudio de grabación. ULY MARTÍN

Exactamente así, como aquellos novelescos mosqueteros de Dumas que cruzaban los filos de sus floretes y ponían su destreza al servicio de un ideal único como una sola persona, en la profesión discográfica, como en todos los lances cuyo objetivo es la defensa de una figura destacada, ya sea el rey de Francia o una princesa del pop, se hace necesaria la participación de un batallón de trabajadores fiables y dedicados que con su labor en la sombra arrope a la estrella para potenciar todas sus capacidades.

Y entre las sombras de los estudios de grabación (y entre sus luces; tampoco vamos a ...

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Exactamente así, como aquellos novelescos mosqueteros de Dumas que cruzaban los filos de sus floretes y ponían su destreza al servicio de un ideal único como una sola persona, en la profesión discográfica, como en todos los lances cuyo objetivo es la defensa de una figura destacada, ya sea el rey de Francia o una princesa del pop, se hace necesaria la participación de un batallón de trabajadores fiables y dedicados que con su labor en la sombra arrope a la estrella para potenciar todas sus capacidades.

Y entre las sombras de los estudios de grabación (y entre sus luces; tampoco vamos a ponernos tan tremendos…) se mueven una cuadrilla de personajes (artífices, artesanos, artistas de la música) que ponen toda su sabiduría al servicio de la figura de turno. Músicos, cantantes y técnicos que dedican horas y horas a realizar un trabajo minucioso y duro que, no por ser menos reconocido por el gran público, es menos satisfactorio para ellos. Cuando un productor, un arreglista, un artista o una banda necesitan meter una cuerda aquí, una percusión allá o un coro acullá, recurren a estos profesionales que tienen tantas horas de vuelo que se sienten en los estudios como en su casa. Son los llamados “músicos de sesión” (me encanta esta expresión) o “músicos de estudio”.

Carlos Narea, que ha producido algunos de los discos que han hecho historia de la música pop española con Miguel Ríos, Nacha Pop, Rosendo, Luz Casal y otros, y sabe mucho de las horas que se pasan en los estudios, comenta cómo eran los músicos de sesión cuando una tecnología todavía rudimentaria no permitía darse el lujo de perder el tiempo en las grabaciones. “El músico de sesión ha ido variando con los años, paralelamente a cómo ha ido evolucionando tecnológicamente la música. Al principio los discos se grababan con todos los músicos tocando al mismo tiempo e incluso se cantaba a la vez. Por eso la gente que grababa en el estudio tenía que ser muy precisa, muy buena, leer a la primera porque no se podía estar en el estudio horas y horas haciendo una canción mil veces. Normalmente se hacían dos o tres tomas. Y era importante que fueran muy versátiles, porque grababan discos con artistas muy distintos. Luego la cosa cambió”.

La cosa cambió en gran medida gracias a la nueva tecnología, que permitía convocar a los músicos por separado y grabar cada una de sus intervenciones en solitario para luego mezclarlas a conveniencia. “Antes hacías un disco como el que iba a la guerra. Adiós, que me voy. Ya volveré. Me voy en enero y volveré en mayo… Y en mayo volvías con el disco grabado. Tenías que tirarte en el estudio tres meses”. Quien así habla, con su característico humor socarrón, no es otro que Pancho Varona, un veterano curtido en el estudio y en el directo y más conocido por su prolongada e intensa colaboración con Joaquín Sabina.

Antonio García de Diego, compositor, músico, productor y tercera pata del banco sabinista, resume así ese cambio: “A partir de los ochenta la gente quiere escuchar algo más que una música bien ejecutada. A partir de entonces se empieza a llamar al músico que te puede aportar su creatividad, su sonoridad particular”.

Narea: “Ahora un músico de sesión tiene que tener personalidad, sonido. Cualquier ingeniero de sonido te dirá que un buen músico hace que su instrumento suene sin necesidad de empezar a ecualizar. Y además tiene que ser generoso, aportar ideas”.

Varona: “Actualmente muchos productores te dicen: ‘Toca’, y el músico se inventa más o menos lo que va a tocar. Antes te decían exactamente lo que tenías que hacer. Por eso ahora están más valorados los músicos brillantes, talentosos, con imaginación”.

¡Todos para uno!

Y por eso ahora nombres como Luis Fornés (teclista), John Parsons (guitarrista), José Antonio Romero (guitarrista), Fernando Illán (bajista), Billy Villegas (bajista), Paco Bastante (bajista), Ñete (batería), Tino Di Geraldo (batería), el tristemente fallecido Sergio Castillo (batería) y muchos otros se pronuncian con respeto y hasta con veneración entre los profesionales.

Un párrafo aparte se merecen los cantantes de sesión, los chicos y chicas de los coros, a los que se les puede aplicar todo lo dicho anteriormente. Emilio Cuervo, Doris Cales, Juan Cánovas, Cristina Narea, Susana de las Heras, Candela Palazón, Andrea Bronston, Olga Román… Artistas tan generosos que prestan su instrumento más personal, su garganta, para dar aún más brillo al trabajo de las figuras. Desdehace años se ha ido poniendo de moda que artistas de primera fila hagan los coros en las grabaciones de sus amigos: una ocasión para lucir todas sus dotes interpretativas, como llevan años demostrando los profesionales de esto.

Y al otro lado del cristal, como comandantes de una nave espacial que gobiernan desde un tablero de mandos tan intrincado que solo ellos pueden entender y controlar, los ingenieros de sonido. Esos profesionales del kilohercio, desde el desaparecido Pepe Loeches a las nuevas generaciones que puede representar Salomé Limón, han pasado de ser unos “tocabotones” (el término no es mío; pero voy a ahorrarme la cita) que trabajaban enfundados en su bata blanca como empleados de un laboratorio y se limitaban a conseguir que la grabación sonara decentemente a implicarse en el proceso creativo como una pieza más de su engranaje. El último mosquetero. “Es tu brazo derecho”, dice Carlos Narea, “porque es el que traduce las ideas. No todos dominamos un idioma técnico. Hablamos en imágenes. Un artista te dice: ‘Quiero que mi voz suene como entre nubes brillantes’, y el ingeniero sabe en qué botón están esas nubes brillantes… Por eso, como con los músicos, acabas creando sociedades con ingenieros con los que te entiendes”.

Para acabar, me pregunto si ese permanente trabajo en segundo plano les produce alguna frustración como artistas que son. Pancho Varona me saca de dudas. “Depende de la vocación que tengas. Yo tengo mucha vocación de ser segundo de Joaquín; no tengo vocación de estar en el centro del escenario. Por eso a mí me encanta mi trabajo, lo disfruto muchísimo. Creo que hay gente que tiene la vocación de hacer una labor más oscura. Tu satisfacción es el trabajo bien hecho. Y ya nos conoce la gente que nos interesa que nos conozca”.

Todos ellos son la tropa, los trabajadores de la música, los que sustentan la estructura de la industria del disco desde la base. Y, para mí, que se merecen un monumento como aquellos que se les hacía a los obreros en la Unión Soviética. Bien grande y heroico.

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