El silogismo de Perera

Pamplona vio torear, con toros de jandilla, a Sebastián Castella, Miguel Ángel Perera (dos orejas y salió a hombros) y a Iván Fandiño (una oreja)

Miguel Angel Perera sale a hombros de la plaza de Pamplona al cortar dos orejas.Luis Azanza

A Miguel Ángel Perera se le ve feliz, seguro, sobrado, confiado, dominador, poderoso… Las dos puertas grandes de Madrid le han concedido un pasaporte para la suficiencia torera. Ayer, pasó por Pamplona como ha pasado por otras plazas desde los triunfos del mes de mayo, espectacular, arrollador y con un estilo emocionado y cálido que transmite la sensación de que es un torero de una pieza.

He aquí la primera proposición del silogismo.

La segunda es que los toros de Jandilla que le tocaron en suerte plantearon excesivas dificultades para lo que es habitual en el toreo moderno. De m...

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A Miguel Ángel Perera se le ve feliz, seguro, sobrado, confiado, dominador, poderoso… Las dos puertas grandes de Madrid le han concedido un pasaporte para la suficiencia torera. Ayer, pasó por Pamplona como ha pasado por otras plazas desde los triunfos del mes de mayo, espectacular, arrollador y con un estilo emocionado y cálido que transmite la sensación de que es un torero de una pieza.

He aquí la primera proposición del silogismo.

JANDILLA / CASTELLA PERERA, FANDIÑO

Toros de Jandilla, muy bien presentados y mansos; nobles, primero y cuarto; encastados, segundo, tercero y quinto, y soso el sexto.

Sebastián Castella: bajonazo y bajonazo (silencio); bajonazo (silencio).

Miguel Ángel Perera: —aviso— estocada (oreja); pinchazo y estocada (oreja). Salió a hombros.

Iván Fandiño: pinchazo y media estocada (silencio); estocada (oreja).

Plaza de toros de Pamplona: 11 de julio. Quinta corrida de feria. Lleno.

La segunda es que los toros de Jandilla que le tocaron en suerte plantearon excesivas dificultades para lo que es habitual en el toreo moderno. De muy seria estampa, con mucho cuajo, y bien armados, pasaron por los caballos como un puro trámite, y llegaron al tercio final codiciosos y encastados; pero, ay, tanto una como otra condición nada tiene que ver con la comodidad del toro actual. El encastado no se deja, plantea dificultades, no es bobalicón, y exige una muleta cargada de poderío, y aun así no es fácil dominarlo. El toro encastado, con un ramalazo de genio como fueron los suyos, vende muy cara su vida, no suele permitir el toreo al uso, y obliga a que el torero se la juegue de verdad a cara a o cruz. Sencillamente, es el toro emocionante y exigente.

Y la tercera proposición que bien pudiera deducirse de las dos anteriores: hubo tablas en la dura pelea de un gran torero con los dos toros de Jandilla, que dejaron en buen lugar a su estirpe y devolvieron la esperanza en el toro que pelea hasta el final.

Sudor y lágrimas le costó al valiente Perera meter en la muleta a su primero; sobre todo, sudor, porque tuvo que alargar la faena hasta la eternidad para tener la sensación de que era el dueño de la situación. Solo entonces, allá por la tanda séptima, trazó un circular completo, seguido de otro y se le notó en la cara que entonces, solo entonces, tenía motivos para sentirse satisfecho. Mientras tanto, se mostró seguro, eso sí, pero su labor fue movida, deshilvanada y carente de reposo. Quizá, es que el toro no se lo permitía, pero así son las cosas. Después, la presidenta le concedió una sola oreja, bien concedida por cierto, pero quedaba de relieve que los presidentes de esta plaza necesitan un cursillo urgente, con el alcalde a la cabeza, para unificar criterios. Con muchos menos méritos que Perera se han otorgado orejas en esta feria que ha producido rubor ajeno.

La faena al quinto fue un calco de la película anterior. Un toro dificultoso y un torero grande, frente a frente, de poder a poder, y no está claro quién ganó la pelea. El toreo de Perera careció de fondo, no dijo nada, aunque su actuación, otra vez, estuviera presidida por el valor y el riesgo.

He aquí, pues, el silogismo: un gran torero, dos toros encastados y tablas para los tres, embadurnadas por la emoción de la fiesta verdadera.

Quiso competir con Perera su compañero Fandiño, pero no lo consiguió. Puso toda la carne en el asador, pero el plato resultante quedó algo crudo. Poca clase demostró su primero, pero iba y venía, y el torero no acabó nunca de cogerle el aire. Lo intentó por ambos lados, con valentía y compromiso, y toda su labor pecó de irregularidad y destemplanza. Brindó al público el sexto, que hizo cosas de toro noble, si bien le pudo la sosería, y los intentos del torero fueron vanos. Se tiró a matar como un valiente y sintió en sus carnes la punta de unos astifinos pitones.

Abrió plaza Sebastián Castella, y cuando se marchó al hotel llevaba en el esportón tres bajonazos de aquí te espero; también es mala suerte, pero esa es la realidad. Dos le recetó a su primero y otro al segundo; y los tres en el mismo sitio. Vaya puntería… Sus dos toros fueron los más nobles de la corrida, y destacó por su calidad el primero. Pero el problema es que Castella no luce con el toro noble, porque sus formas dicen muy poco. Vamos, ayer no dijo nada, y la gente, claro, se aburre. En el cuarto, entre la merienda —aquí se come de verdad y nada de tapeo sevillano—, y el toreo inconsistente de Castella, el silencio parecía maestrante; pero solo el silencio, claro está…

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