PURO TEATRO

Demonios en el jardín

‘El arte de la entrevista’, de Juan Mayorga, atrapa con dosis de misterio, humor, nervio y fluidez La obra cuenta con dos fenomenales trabajos de Alicia Hermida y Luisa Martín

Luisa Martín, izquierda, y Alicia Hermida, en un momento de la representación.Marcos G.

Es muy difícil ver todo el teatro que sale de la pluma de Juan Mayorga, uno de nuestros autores más prolíficos, pero de entre sus últimas entregas creo atrapar un hilo (un hilo misterioso, de agua subterránea) que enlaza El chico de la última fila, Penumbra (escrita con Cavestany), El crítico y El arte de la entrevista, que ha estrenado en el María Guerrero. Me gustan esas cuatro piezas porque son imprevisibles y, sobre tod...

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Es muy difícil ver todo el teatro que sale de la pluma de Juan Mayorga, uno de nuestros autores más prolíficos, pero de entre sus últimas entregas creo atrapar un hilo (un hilo misterioso, de agua subterránea) que enlaza El chico de la última fila, Penumbra (escrita con Cavestany), El crítico y El arte de la entrevista, que ha estrenado en el María Guerrero. Me gustan esas cuatro piezas porque son imprevisibles y, sobre todo, de difícil resumen. Hay muchas obras (excelentes obras, a veces) centradas en una sola idea, una sola intriga, con estructura de cuentos “cerrados”, esos cuentos en los que todo encaja, todo queda resuelto y explicado. Y hay obras más cercanas a las novelas, obras que se abren como una cámara de ecos. El arte de la entrevista tiene, a mis ojos, un aire de ficción inglesa, con la sofisticación formal de Stoppard o Hare, aunque también me recordó (no hace falta cruzar siempre el charco) a las grandes películas de Gutiérrez Aragón. Maravillas, por ejemplo, o la que he elegido para titular esta crítica. ¿De qué “iban” Maravillas o Demonios en el jardín? No había un único tema, desde luego. El tema central de El arte de la entrevista podría ser, por ejemplo, la falibilidad del recuerdo, pero desde luego no es el único: lo que acaba predominando es el retrato, profundo y expansivo, de dos poderosos personajes femeninos, la abuela Rosa y la hija Paula.

La función está montada sobre un dispositivo considerablemente artificioso (es rarísimo que los personajes se pongan de pronto a hacerse entrevistas filmadas unos a otros), pero el talento de Mayorga y de los intérpretes hace que aparques tus alzamientos de ceja y que te gane la elegancia del fraseo, el nervio, el ritmo y el humor afilado del texto, y las preguntas, y el agua oscura. Es una obra que te atrapa desde el principio, una obra de una admirable fluidez, aunque no es fácil: hay que estar muy atento, como si Mayorga nos dijera: “Estad atentos: en cualquier momento va a saltar la liebre reveladora. O la liebre falsa”.

Tres mujeres en un jardín. Rosa, la abuela. Paula, la madre. Cecilia, la hija (y nieta, claro). Cuatro, contando a Concha, la gemela de Paula, que no aparece. Las tres mujeres que vemos parecen bañadas en el mismo río, un río que no acepta cauces. Dicho de otra manera: Paula y Rosa son tal para cual. Y apostaría a que Cecilia no va a ser muy distinta. “La vida está llena de plomo”, dice Cecilia, “pero yo me voy a salvar. Voy a bailar todo lo que pueda”. A bailar y, diría, a hacer bailar.

Se habla de hombres que no aparecen: el marido de Paula, que está esperando en un bar. El abuelo, del que Rosa dice mucho en una frase muy corta: “No dormíamos juntos, aunque dormíamos en la misma cama”. Hay un hombre, un joven terapeuta llamado Mauricio. Cosas que le gustan: “Hacer brillar los ojos de un viejo, eso es un triunfo. Ojos apagados que, de pronto, brillan”. Cosas que no le gustan: “Mucha gente cantando la misma canción”. A ratos me parece concebido para que las mujeres no se queden solas en escena. Otros, en cambio, le veo un perfil angélico: ha llegado a esa casa para sanar, para salvar. Tiene una extraña afición: junta y graba sonidos distintos buscando ecos, como el hermoso vínculo que anuda en la memoria de Rosa, en la escena final, los diálogos de Esplendor en la hierba dichos por el Gordo y el Flaco. A mi juicio, esa línea es brillante, pero demasiado cerebral: le falta más carne escénica. Y hay una historia de amor que apenas se insinúa. Me gustaría que este personaje tuviera más función, en el doble sentido del término. Quizá la tiene y a mí se me escapa. También hay salidas y retornos que huelen un poco a mecánica, como la llamada que hace volver a Paula a la casa.

Te atrapa desde el principio, es una obra de una admirable fluidez, aunque no es fácil: hay que estar atento

Vayamos al centro. Para un ejercicio escolar, Cecilia filma una entrevista con la abuela Rosa. Se lo ha sugerido Paula, lo que nos lleva a una pregunta capital: ¿hasta qué punto Paula estaba al corriente de lo que Rosa va a contar? En el último tercio de la obra tiene lugar una escena soberbia: el enfrentamiento entre Rosa y Paula. Una lucha de memorias, a caballo de una ambigüedad extrema. Antes he mencionado a Stoppard y Hare, pero cuando llegó ese momento fue inevitable pensar en Pinter, el Pinter de Tierra de nadie o Viejos tiempos: la intangibilidad del pasado, la memoria como arma arrojadiza. Puede que lo que cuenta Rosa sea verdad o ficción, o una mezcla de ambas, eso es obvio. Lo que no es tan obvia es su intención. ¿Lo cuenta porque ha brotado en el momento de la entrevista o hay un cierto cálculo previo, una voluntad de reabrir una herida, de hacer daño? ¿El recuerdo es hijo de la libertad que da la vejez y la cercanía de la muerte, un intento de fijarlo antes de que el alzhéimer borre todo?

Y puede que lo que responde Paula sea cierto (recordado plenamente o sepultado hasta entonces) o sea una ficción para vengarse. Lo sé: parece un galimatías, pero no lo es. Sucede que no puedo contar más y que esto es un aperitivo, un intento de despertarles el apetito. Hay que estar atentos, ya lo decía más arriba, y el autor, las actrices y el director nos guían.

El director es Juan José Afonso, que ya dirigió El crítico y aquí cuaja una formidable faena. Solo hay algo que no me convence: la línea de Elena Rivera, que interpreta a Cecilia. Creo que ese personaje es más hondo, y a la actriz le marca (o le consiente) un irritante perfil de mocita dicharachera de teleserie. Le vi a Elena Rivera más matices posibles y más fuerza como para reducirla a ese cliché. Ramón Esquinas está un poco gesticulante al principio, pero en seguida comunica muy bien la ética y la bondad de Mauricio. Las reinas indiscutibles de la función son Luisa Martín y Alicia Hermida. Hacía tiempo que no veía a Luisa Martín. Felicísimo regreso: le da verdad, vigor y flexibilidad a cada frase de Paula, y escucha como un animal de presa al acecho. Y es un placer enorme ver a Alicia Hermida con esa energía, esa capacidad de convicción, ese pisar fuerte desde que hace su entrada hasta que Rosa abraza la vida en su último gesto. ¡Qué regalo de personaje le ha hecho Mayorga, y qué regalo nos hace ella encarnándolo! Soberbia idea de reparto: tras la viejecita encantadora de Maribel y la extraña familia, interpreta aquí a una criatura casi durasiana, una mujer libre (o que soñó serlo con idéntico empeño). Grandes trabajos.

El arte de la entrevista. De Juan Mayorga. Dirección: Juan José Afonso. Intérpretes: Alicia Hermida, Luisa Martín, Elena Rivera, Ramón Esquinas. Teatro María Guerrero. Madrid. Hasta el 13 de abril.

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