Zócalos frente a burbujas

La arquitectura de las nuevas escuelas busca una ventana al entorno

Escuela de Pamplona de los arquitectos Carlos Pereda y Óscar Pérez. Pedro Pegenaute

Entre medianeras y bajo tierra. Es imposible que los alumnos de esta escuela de Pamplona salgan de clase pensando que el mundo es monocromo y que todas las vidas, las calles y las personas se parecen. A pesar de parecer parcialmente soterrada, esta escuela de Carlos Pereda y Óscar Pérez abre una ventana al mundo. A varios mundos: el pulcro, sutil y magníficamente iluminado de su colegio —que elige la discreción, la responsabilidad energética y el servicio como herramientas de convivencia— y el abigarrado, caótico y coloreado que ofrecen las vistas sobre las traseras de varios bloques de vivien...

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Entre medianeras y bajo tierra. Es imposible que los alumnos de esta escuela de Pamplona salgan de clase pensando que el mundo es monocromo y que todas las vidas, las calles y las personas se parecen. A pesar de parecer parcialmente soterrada, esta escuela de Carlos Pereda y Óscar Pérez abre una ventana al mundo. A varios mundos: el pulcro, sutil y magníficamente iluminado de su colegio —que elige la discreción, la responsabilidad energética y el servicio como herramientas de convivencia— y el abigarrado, caótico y coloreado que ofrecen las vistas sobre las traseras de varios bloques de viviendas. En esos balcones y galerías traseras las vistas son densas y tropiezan con el movimiento de la ropa tendida delante de los rincones donde se acumulan los trastos.

Los bloques de pisos protegen así las espaldas del colegio. Su fachada de la escuela se abre a la plaza de acceso, en el lado sur del edificio. ¿Cómo se enfrenta un inmueble a una trama urbana tan abigarrada? ¿Ignorándola? ¿Camuflándola? ¿Ocultándola? Los arquitectos de este colegio optaron por dejarle aire a lo existente indicando, sin embargo, otros caminos con su intervención.

Ellos lo explican a partir de la luz. Para captar la luz sin distraerse con las vistas, el edificio debía dar prioridad a las entradas indirectas. Con ese objetivo “no tenía sentido meterse en exuberancias”, explica Carlos Pereda, y sí tender un zócalo de hormigón que recoge el colegio y permite calcular bien las pautas para iluminar y ventilar. La rotundidad del hormigón exterior contrasta con el orden desordenado, variable, permeable y amable del interior.

Los chavales tienen las mejores vistas: las despejadas a la plaza de acceso. A partir de esas aulas, el edificio crece dejando libres los dos costados, como patios de recreo, también soleados. Así, patios y lucernarios garantizan la iluminación y la ventilación del inmueble. En ocasiones, los lucernarios se solapan y crecen en altura para, además de aportar luz, retrasar el enfrentamiento con las vistas sobre la medianera. Pero no es solo un mensaje de respeto, protección, convivencia y paso atrás el que ofrece el colegio.

Construido con elementos prefabricados de hormigón, el edificio tiene 16 pozos geotérmicos, de 100 metros de profundidad, de los que obtiene el 75 % de la energía que consume. Es decir, el inmueble emplea geotermia como energía limpia, sin emisiones, y por eso sostenible. Más allá del subsuelo, con su cubierta ajardinada no solo mejora el comportamiento térmico del edificio, también ofrece a los vecinos de los abigarrados bloques de viviendas el descanso visual que sus terrazas traseras no les proporcionan. Así, con edificios que prefieren cuidar los cimientos antes de hincharse de vanidad, los niños aprenden. Y los vecinos, también.

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