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La paradoja de Nokia o a quién beneficia planificar el final de los combustibles fósiles

Los países más dependientes del petróleo, el gas y el carbón deberían ser los primeros en querer una transición justa de la que no salgan perdiendo

Un golpe seco se oye cada poco en la plaza de la República de Belém (Brasil), la ciudad en la desembocadura del Amazonas en la que se ha celebrado la cumbre del clima de este año. Tras el golpe, cualquier paseante se acerc...

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Un golpe seco se oye cada poco en la plaza de la República de Belém (Brasil), la ciudad en la desembocadura del Amazonas en la que se ha celebrado la cumbre del clima de este año. Tras el golpe, cualquier paseante se acerca tranquilo, se agacha, coge del suelo un fruto anaranjado, lo huele y se lo guarda para comérselo luego. Son mangas, muy parecidas al mango, y caen del cielo.

En esa misma plaza repleta de mangueiras se levanta majestuoso el Teatro de la Paz. Recuerda mucho al Teatro Amazonas, ubicado aguas arriba en la también brasileña ciudad de Manaos. Ambos son de la misma época, se construyeron durante la Fiebre del Caucho de finales del XIX y principios del XX que trajo dinero a paladas gracias a las exportaciones de esa resina.

La Amazonia tenía el monopolio de ese látex, ya que solo aquí estaba la variedad de árboles de la que se extrae. Pero la falta de visión empresarial y gubernamental para emplear todos esos ingresos y diversificar su desarrollo hizo que aquel esplendor quedase en nada. Primero, cuando las semillas de aquellos milagrosos árboles se plantaron en otras zonas tropicales del Pacífico y el Índico, y luego cuando apareció una alternativa más competitiva: el plástico sintético. De aquella época queda un reguero de bonitos y abandonados edificios con fachadas de azulejos en la zona de las Docas de Belém, al pie del Amazonas.

Precisamente, otro cambio de modelo, impulsado por la tecnología y por la conciencia medioambiental, ha centrado la cumbre del clima de Belém, la COP30. El debate más acalorado y en el que se ha puesto el gran foco ha sido la necesidad de impulsar una hoja de ruta para dejar atrás los combustibles fósiles, los principales responsables del cambio climático.

Finalmente, no se consiguió, como tampoco ninguna mención directa a los combustibles fósiles en la declaración final. El bloqueo de los países petroleros, con Arabia Saudí a la cabeza, y la falta de músculo de las naciones que sí quieren impulsar esa hoja de ruta hizo que la cumbre se cerrara sin acordar este punto central.

El hecho de que el foco haya estado sobre cómo dejar atrás esa dependencia es un tanto para los activistas climáticos. Pero, ¿a quién beneficia más una hoja de ruta así? En primer lugar, a la Humanidad y al planeta, que se ven amenazados por el avance del calentamiento global que están causando los gases de efecto invernadero que provienen, principalmente, de los combustibles fósiles.

Pero en un lugar destacado de los que saldrían ganadores, si se establece una hoja de ruta clara y acordada internacionalmente para esa transición, están precisamente los que más producen y exportan esos combustibles.

Piense que usted es el CEO de Nokia allá por los años noventa del siglo pasado. Está en la cresta de la ola, su empresa finlandesa es el mayor fabricante de teléfonos móviles del mundo porque los hacen realmente bien. Pero alguien del futuro viene y le explica lo que va a ocurrir en los próximos 10, 15 o 20 años con la revolución de la telefonía. Quizás aquel CEO, Jorma Ollila se llamaba, hubiera cambiado el rumbo de su compañía y habría empleado todos aquellos ingresos descomunales para apostar por los móviles que servían para algo más que llamar y mandar un sms. Pero no ocurrió, y Nokia se hundió.

Una hoja de ruta para abandonar los combustibles fósiles en el seno de la ONU es eso, es alguien que viene del futuro para decirle a los que ahora viven de los combustibles que el mundo va a cambiar y cómo va a ser ese cambio. Es hacer la transición, que ya está en marcha —solo hay que mirar a China y su apuesta por las renovables y el coche eléctrico— también más justa para los que dependen ahora tanto del petróleo, el gas y el carbón. Por eso, esos países petroleros que han bloqueado activamente las menciones a los combustibles y a la hoja de ruta deberían ser los primeros en apoyarla.

De hecho, entre el grupo de 80 países que sí han respaldado la iniciativa, dos destacan sobremanera: Colombia y Brasil. Ambos son productores de petróleo y carbón. Ambos apoyan la hoja de ruta. Porque la necesitan. Necesitan que esa transición sea justa para que su economía no se desequilibre aún más cuando dejen de tener esos ingresos porque el avance de las renovables y el coche eléctrico haga que ya no se pueda quemar su carbón, su petróleo y su gas.

Una hoja de ruta es, para los productores de combustibles fósiles, la alternativa a quedarse esperando simplemente en el parque a que las mangas sigan cayendo del cielo. Porque, al final, los árboles en los que crecen se acabarán achicharrando por el calentamiento y muriendo.

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