Evitar lo inevitable: ¿Las lluvias de la dana de Valencia se podrían producir en otras zonas?
Europa tiene el conocimiento, la tecnología y el personal para adaptarse a las consecuencias del cambio climático
Ante las imágenes apocalípticas de las consecuencias de la dana que afectó a Valencia el pasado 29 de octubre, es normal que surjan preguntas sobre si ese tipo de situaciones las podríamos vivir en el futuro a nuestro alrededor. Así que seamos valientes y aceptemos que el aprendizaje de estos días no puede culminarse sin una respuesta a esas preguntas básicas: ...
Ante las imágenes apocalípticas de las consecuencias de la dana que afectó a Valencia el pasado 29 de octubre, es normal que surjan preguntas sobre si ese tipo de situaciones las podríamos vivir en el futuro a nuestro alrededor. Así que seamos valientes y aceptemos que el aprendizaje de estos días no puede culminarse sin una respuesta a esas preguntas básicas: ¿Podría producirse un episodio de lluvias similar en Cataluña, Andalucía, Murcia, Baleares, Côte d’Azur, Liguria...? Sin duda, sí. ¿Serían los daños causados tan catastróficos? Dependería de la zona donde se localizasen los máximos de lluvia, pero hay zonas, por ejemplo en Cataluña, en que los daños podrían ser similares.
Por supuesto, mis respuestas están simplificadas al extremo y saltan por encima de las consideraciones académicas sobre incertidumbre, probabilidades, estudios de atribución climática… Pero me he permitido abusar de la confianza de quien me lee en mi capacidad técnica y mi conocimiento para evitar quedarnos atrapados e ir directos a la pregunta que hoy es la más crucial. (Véanse las discusiones que ya están apareciendo de los expertos internacionales, la confirmación de que 2024 es ya el año en el que el calentamiento global es el mayor de todos los tiempos, superando el umbral de los Acuerdos de París de 1,5°C sobre la media de referencia, o escuchar lo que se va a decir esta semana en la COP29).
Porque hoy lo esencial es reconocer que esta pasada dana (con las múltiples inundaciones encadenadas en pocos días desde Andalucía, Albacete, Valencia, Castellón, Tarragona, Barcelona, Girona...) es la constatación de que los efectos del cambio climático ya nos están afectando, que ya no hay freno de mano para pararlo. Y que ya no podemos hacer nada para impedir que en las próximas décadas tengamos que enfrentarnos a los efectos de un calentamiento global por encima de los 2°C. Lo único que nos queda es redoblar esfuerzos para impedir que aún sea peor, y sobre todo aceptar que hemos de empezar a adaptarnos de forma urgente.
¿Y qué significa adaptarnos al cambio climático? Esencialmente, cambiar nuestros hábitos, nuestra forma de poblar y utilizar el territorio, nuestra forma de concebir las actividades económicas para ser capaces de minimizar los impactos y los daños. Comprender que no podemos actuar como lo hemos hecho hasta ahora porque la nueva normalidad ya no se va a parecer a la de nuestros padres o nuestros abuelos. Y eso vale no solo para las lluvias torrenciales y sus efectos, sino también para las olas de calor, los incendios, las sequías, las explotaciones agrícolas, la crisis ecológica de los hábitats, las playas, la invasión de nuevas especies, nuevas enfermedades y, cómo no, las migraciones climáticas.
¿Y qué podemos hacer para reducir los impactos y los daños? Lo primero, comprender que nadie va a venir a salvarnos el día que pase, porque la magnitud de los fenómenos va a exceder la capacidad de respuesta de cualquier servicio de rescate. Y eso ha de llevar a asumir a escala local la corresponsabilidad, a conjugar sin miedos el concepto de autoprotección y a actuar antes de que sea tarde. Porque de ello va a depender nuestra capacidad para minimizar los daños cuando nos toque.
¿Estamos preparados a nivel local para eso? Hoy, no. Lo hemos visto en Valencia. Pero podemos estarlo si damos los pasos adecuados. Porque sabemos qué hay que hacer, y tenemos los medios y la tecnología para saber cuáles son las zonas más vulnerables y cómo dar soporte a la adaptación local y a la autoprotección. Pero también hemos de saber que vamos a necesitar una transformación copernicana de los servicios de planificación de los riesgos y de los servicios de emergencias que, en algunos casos, siguen manteniendo protocolos propios del siglo pasado.
Y, sobre todo, vamos a tener que explicar muy bien a la sociedad que sin que asumamos todos el cambio de hábitos y costumbres que necesitamos y sin aceptar los costes logísticos y de oportunidad que tiene minimizar los daños, nada de lo que se intente puede tener éxito.
Por el camino habrá que entender que, como afirma el subdirector de Protección Civil de Cataluña, Sergio Delgado, la mancha en el mapa de la lluvia máxima no es la misma que la del impacto máximo y que las alertas meteorológicas las hemos de convertir en alertas de impactos en segundos. Y que esos impactos se han de poder ligar de forma automática a las zonas inundables (los edificios con probabilidad de verse afectados) y a los puntos vulnerables a escala municipal, para que podamos tener, en minutos, escenarios de riesgo que puedan activar planes de autoprotección local prediseñados, calle a calle (y repetirlo para todos los riesgos, no solo para las inundaciones).
Todo esto sin olvidar involucrar a la ciudadanía que vive en esas zonas vulnerables para que conozcan cuáles son los riesgos que les afectan (edificio a edificio) y sientan como suyos los planes, para que, llegado el día, puedan asumir que las alertas solo podrán servir para guiarles a reaccionar y autoprotegerse.
Igual que estamos acostumbrados a tener y mantener un extintor en cada planta para un fuego que esperamos que nunca llegue, hemos de aprender a tener a mano el “extintor” adecuado para cada riesgo que nos pueda afectar, sabiendo que esperamos no tener que utilizarlos. La suerte que tenemos es que cuando se explica bien, a nivel colectivo somos capaces de reaccionar de forma ejemplar: como lo vimos en la covid, como lo hemos visto en la respuesta ciudadana estos días en Valencia.
Y un secreto, actualmente tenemos todos los ingredientes para liderar la adaptación al cambio climático, no en España, sino en Europa. Tenemos el conocimiento, la tecnología y el personal técnico para hacerlo. Y tenemos también una sociedad civil con los recursos para convertir la conciencia de lo que significa enfrentarse a las catástrofes en acciones para reducir sus impactos. ¿Nos atrevemos?