¿Por qué cuando volamos en avión sentimos como si no nos estuviésemos moviendo?
La misma sensación que tenemos al volar la intuyó Dante, a lomos de Gerión, antes de descender al octavo círculo del Infierno
El escritor sudafricano J. M. Coetzee cuenta que, durante sus años universitarios, se sintió atraído por la pureza de las matemáticas, así como por los símbolos arcanos que expresan.
Con todo, la normativa académica no permitía estudiar matemáticas puras “de manera exclusiva”, sino que las matemáticas se tenían que combinar con la física. Entonces la cosa se le complicaba a Coetzee, pues, como bien asegura en sus memorias, carecía de sensibilidad para captar el peso y la medida del mundo real.
Nunca llegaría a entender el porqué de ciertos fenómenos. Por ejemplo, nunca llegaría a entender por qué una pelota que bota deja de botar llegado el momento. Luego estaban los términos que tanto tienen que ver con la energía cinética y que se convierten en hipótesis analíticas para poder ser expresadas con símbolos de origen griego. Todas esas cosas le resultaban demasiado antipáticas a Coetzee. Lo suyo era otra cosa; lo que sucede es que era muy joven y aún no estaba lo suficientemente armado para darse cuenta de que la física es mucho más que una serie de fórmulas que expresan la realidad del mundo. Suele pasar.
Para percibir la grandeza de la física no solo hay que sumergirse en el mundo de la realidad, sino que hay que descubrir lo que la mueve, es decir, las leyes y principios que rigen el comportamiento de la materia. Pasa igual que en las obras de ficción, donde los personajes y sus conflictos, así como la trama, vienen condicionados por distintas causas. Lo más importante sigue siendo lo que no se ve.
Sin ir más lejos, en el Infierno de La Divina Comedia, al descender Dante al octavo círculo a lomos de Gerión, este se adelanta a la Ley de invariancia galileana, tal y como apuntó en su momento el físico Leonardo Rizzi, de la Universidad de Trento, en un artículo académico publicado en la revista Nature el 7 de abril del 2005.
Todo ocurre cuando Dante está montando en Gerión dispuesto a descender al octavo círculo. Siente pánico, pero Virgilio lo abraza para calmar su pavor en este rito de paso. Y es aquí, en el Canto XVII, versos 115 a 117, donde aparece la intuición de Dante, cuando dice: “El monstruo navegaba, lento, lento; unas veces subía, otras bajaba, pero solo lo percibo cuando me azota el viento”.
Sin lugar a dudas, tal y como apunta Leonardo Rizzi, tenemos que darnos cuenta de que Dante se adelantó tres siglos a lo que se denomina relatividad de Galileo, un principio que viene a decir que la percepción y la medida de las magnitudes físicas varían en función al sistema de referencia escogido. Por ello, cuando volamos en avión nos sentimos como si no nos estuviésemos moviendo. Galileo lo expresó desde el mar, con el ejemplo de un barco, pero Dante lo recitó volando a lomos de una bestia, acompañado de Virgilio, antes de descender al octavo círculo, donde solo percibió el movimiento cuando las corrientes de aire azotaron su cara. Sin duda, de haber sabido Coetzee estás cosas, hubiese visto la física con otros ojos.
Nota: Las memorias de J. M. Coetzee han sido publicadas en castellano por Random House Mondadori con el título de Escenas de una vida de provincias.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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