La ceguera facial y la memoria que cala los huesos
La prosopagnosia sucede cuando se pierde el mundo como representación y dejamos de reconocer los rostros de nuestros familiares y gente cercana
Solemos reconocer a la gente por su cara, no por sus rodillas, afirma la antropóloga forense Sue Black en su libro Escrito en los huesos, recién editado por Capitan Swing.
A partir del rostro podemos reconocer con facilidad a las personas con las que hemos tenido un trato permanente durante algún tiempo. Pero cuando no ocurre así, cuando dejamos...
Solemos reconocer a la gente por su cara, no por sus rodillas, afirma la antropóloga forense Sue Black en su libro Escrito en los huesos, recién editado por Capitan Swing.
A partir del rostro podemos reconocer con facilidad a las personas con las que hemos tenido un trato permanente durante algún tiempo. Pero cuando no ocurre así, cuando dejamos de identificar los rostros de nuestra gente más cercana, entonces estamos hablando de ceguera facial o prosopagnosia, una dolencia neurológica cuyo caso más conocido es el que da título a un libro del neurólogo británico Oliver Sacks. Se trata de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (Anagrama) y donde Sacks nos cuenta la historia de un músico que llegó a su consulta pensando que su problema no era neurológico, sino que seguía siendo de visión aunque el oftalmólogo le hubiese derivado hasta el neurólogo.
Al finalizar la visita, cuando va a ponerse el sombrero, el músico “coge a su esposa por la cabeza intentando ponérsela”, dice Sacks. Con esto, días después, es el neurólogo el que va a visitar al músico a su casa. Una vez dentro, Sacks se queda sorprendido con los cuadros pintados por su paciente. La evolución de los mismos llama la atención, pues han ido de lo concreto a lo abstracto.
De un primer periodo naturalista y realista ha habido un desarrollo hasta el cubismo para convertirse, al final, en un absurdo. “Aquella serie de cuadros era una exposición trágica que no pertenecía al arte, sino a la patología”, señala Oliver Sacks, para luego ponerse a profundizar en la esencia de la creación cuando esta viene acompañada por un desequilibrio mental.
A su modo de ver, las relaciones entre patología y creación son relaciones de retroalimentación o tensión, atributos que de alguna manera vienen a confabularse para originar el chispazo creativo. Pero la cuestión no era esa, la cuestión era que aquel hombre había perdido el mundo como representación aunque el mundo para él siguiese existiendo como música o voluntad, a decir de Schopenhauer cuando definió la música como voluntad pura.
Aquel hombre sufría de “prosopagnosia”, una enfermedad cuyo término fue acuñado por el neurólogo alemán Joachim Bodamer tras la Segunda Guerra Mundial, cuando describió el caso de un joven de 24 años con una herida de bala en la cabeza que le incapacitó para reconocer a sus familiares y hasta su propio rostro al mirarse en el espejo.
Volviendo al trabajo de la antropóloga forense al que hacíamos alusión al principio, Sue Black nos enseña que nuestros huesos, al igual que nuestros pensamientos, son un misterio que permanece oculto y envuelto en nuestro cuerpo. Nuestros huesos son los testigos que revelan la historia de nuestra vida y que la ciencia forense interpreta hasta descifrar todos sus secretos; un trabajo minucioso que recoge el testimonio profesional de Sue Black y lo lleva al campo de la ciencia para detallarnos los misterios que esconden los huesos y cómo se puede reconstruir la historia de un asesinato a partir de ellos.
El libro de Sue Black es un ejemplo de libro que contiene en su interior muchos otros libros, un libro científico que traspasa las fronteras de la ciencia forense, llevándote hasta el extremo del estante donde queda el famoso libro de Oliver Sacks editado en su día por Mario Muchnik.
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