Los microbios patógenos pueden viajar a miles de kilómetros de distancia por la atmósfera
Un estudio muestra que cientos de tipos de bacterias y hongos sobreviven pese a la radiación ultravioleta o la falta de humedad
Durante la pandemia de la covid, se tomó conciencia de que los virus pueden viajar por el aire, al menos lo suficiente como para que un estornudo en una punta de una habitación contagie a alguien en el otro extremo. También se ha vinculado el viaje de larga distancia de hongos y bacterias transportados en partículas de polvo desde África con daños en corales y plantas en el Caribe, y se han relacionado tormentas de polvo con brotes de meningitis provocadas por la...
Durante la pandemia de la covid, se tomó conciencia de que los virus pueden viajar por el aire, al menos lo suficiente como para que un estornudo en una punta de una habitación contagie a alguien en el otro extremo. También se ha vinculado el viaje de larga distancia de hongos y bacterias transportados en partículas de polvo desde África con daños en corales y plantas en el Caribe, y se han relacionado tormentas de polvo con brotes de meningitis provocadas por la bacteria Neisseria meningitidis. Sin embargo, resulta difícil confirmar la conexión causal entre estos fenómenos y, pese a su posible relevancia para la salud humana, falta conocimiento sobre sus mecanismos. Hoy, la revista PNAS publica los resultados de un estudio en el que se comprueba que cientos de microorganismos, algunos causantes de enfermedades en humanos, pueden sobrevivir a viajes en la atmósfera de más de 2.000 kilómetros.
Los autores del estudio, liderados por Xavier Rodó, investigador ICREA en ISGlobal, en Barcelona, sabían que en un punto de la troposfera conocido como capa límite planetaria, aislada de la superficie y con menor fricción, algunos materiales se pueden desplazar a largas distancias, pero dudaban de que allí pudiese haber también organismos vivos. Para averiguarlo, realizaron 10 vuelos en avioneta a la altitud de esa capa, a entre 1.000 y 3.000 metros, por encima de una región de Japón cercana a Tokio. En sus vuelos, los investigadores siguieron unas corrientes de aire conocidas como puentes troposféricos que conectan regiones distantes del mundo y en este caso se elevan en China y descienden sobre la capital japonesa. La secuenciación de ADN de las muestras recogidas identificó más de 266 géneros de hongos y 305 géneros de bacterias, entre las que había algunas que nos hacen enfermar, como Clostridium Difficile, Escherichia coli o varias especies de Staphylococcus.
Según comenta Rodó, aunque dentro de las muestras seleccionadas para la secuenciación, “entre el 35 y el 40% son especies potencialmente patógenas, siempre hablamos de dosis subclínicas que, salvo en individuos susceptibles o inmunodeprimidos, no deberían producir enfermedad”. No obstante, el investigador advierte que no se conocen con exactitud cuáles son las dosis peligrosas para los organismos que han encontrado en sus muestras, “y en algunos casos, una sola célula puede provocar enfermedad”.
Durante mucho tiempo, se pensó que la capa límite planetaria era inerte. Expuestos a la radiación ultravioleta y a la falta de nutrientes y humedad, los microorganismos no podían sobrevivir. Sin embargo, se ha visto que, quizá protegidos por los aerosoles a los que se enganchan para salir volando, mantienen su viabilidad en un ambiente hostil. En algunos casos, el medio de transporte de bacterias y hongos pueden ser las tormentas de polvo que producen la calima en muchas regiones del mundo. En el caso del estudio publicado hoy, los vientos que barren los anchos campos de cereales chinos levantan aerosoles en los que viajan los microbios junto con partículas de fertilizantes y pesticidas que también se encontraron en las muestras y revelan su origen agrícola.
Además de mostrar que los microorganismos viajan a largas distancias y se mantienen vivos (aunque no se sabe si completamente activos), la secuenciación de las bacterias desveló que muchas de ellas eran resistentes a muchos antibióticos. “Hemos detectado genes de resistencia naturales, que han aparecido en ambientes en los que hay una presión evolutiva, que puede ser de origen humano, como el uso excesivo de antibióticos en alimentación animal”, explica Rodó. “Tenemos que cuantificar el impacto que pueda tener en la dispersión de genes de resistencia, pero sería una nueva forma de sembrar este tipo de genes en zonas que en principio no los generan”, añade.
La ecóloga de la Universidad de Granada Isabel Reche, que también ha estudiado los microorganismos que viajan por el cielo, considera “importante que sepamos que existe ese transporte, que las bacterias son viables y que transportan algunas resistentes a antibióticos”. Sin embargo, recuerda que “las bacterias que producen enfermedades son un porcentaje pequeño de lo que se transporta, la mayoría son necesarias para el funcionamiento de los ecosistemas y, aunque el cambio climático puede producir variaciones en las cantidades, es algo que lleva sucediendo desde siempre”.
Aunque, en principio, los microorganismos que viajan a través de los puentes troposféricos no tienen concentraciones suficientes para provocar problemas de salud a la mayor parte de la gente, Rodó plantea que estos descubrimientos apoyan el interés de incluir “el monitoreo de las masas de aire en las redes de salud pública”. “Igual que se analiza el polen para seguir las alergias, se podría incluir un muestreo más rutinario de este tipo de componente microbiano que pueden producir brotes de enfermedades respiratorias”, concluye.
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