Molokai, un caso de evolución exprés: los grillos que aprendieron a ronronear para sobrevivir
Durante décadas el sonido de los machos ha evolucionado para atraer a las hembras y evitar a sus depredadores, que se guiaban por su cri-cri
Criii-criii-criii. El sonido de los grillos es inconfundible. De alguna manera, su sonido enfatiza el silencio, evoca noches tranquilas lejos de las ruidosas urbes. En algunos lugares sus cacofónicos conciertos se asocian a la lluvia inminente, en otros se analizan para predecir la temperatura –con calor producen un sonido vigoroso y acelerado, el frío da lugar a un canto más lento y espaciado–, mientras que en Barbados pueden llegar a interpretarse como presagio de enfermedad o muerte. Las ilustraciones infantiles los representan como insectos tocando diminutos violines bajo cielos estrellado...
Criii-criii-criii. El sonido de los grillos es inconfundible. De alguna manera, su sonido enfatiza el silencio, evoca noches tranquilas lejos de las ruidosas urbes. En algunos lugares sus cacofónicos conciertos se asocian a la lluvia inminente, en otros se analizan para predecir la temperatura –con calor producen un sonido vigoroso y acelerado, el frío da lugar a un canto más lento y espaciado–, mientras que en Barbados pueden llegar a interpretarse como presagio de enfermedad o muerte. Las ilustraciones infantiles los representan como insectos tocando diminutos violines bajo cielos estrellados, en realidad, el sonido que escuchamos lo producen al frotar sus alas delanteras: el extremo posterior de una de ellas fricciona contra la superficie dentada de la otra.
Es fácil hacerse a la idea del mecanismo si se coge un peine y se desliza rápidamente un dedo sobre sus dientes, lo que se obtiene es un sonido de tono agudo y rugoso no muy distinto al de los grillos machos, esta manera de producir sonidos se conoce como estridulación. Salvo en unas pocas especies, las hembras carecen de estas estructuras, son ellos los que cantan en un intento, como no, de atraer a las hembras, pudiendo llegar a desplegar un complejo repertorio para ello, con cantos que funcionan en las largas distancias, otros en corto, para acabar de seducir a la hembra, y, en ocasiones, con cantos específicos tras aparearse para intimidar al resto de machos. Para ello, cada especie tiene unas estructuras características que definen su timbre.
Aun así, si pensamos en un campo lleno de grillos lo que nos viene a la cabeza es criii-criii-criii, sin embargo, en una remota isla de Hawái el paisaje sonoro es otro: allí el campo ronronea. Los científicos que han estudiado los grillos de la isla Molokai han descrito su canto como un “ronroneo felino”, así que imagino que pasear entre sus dos volcanes debe ser algo así como apoyar la cabeza sobre un gato enorme ronroneando. Lo fascinante no es que los grillos ronroneen, sino las circunstancias que los ha llevado a hacerlo.
Los grillos que hoy ronronean en la isla Molokai no son de una especie nativa de Hawái, sino de una originaria de toda Oceanía que, posiblemente, fue introducida en el archipiélago hawaiano en 1877 por barcos comerciales provenientes de Australia. Como en sus lugares de origen, durante décadas, la especie (Teleogryllus oceanicus) ejecutó en las islas hawaianas su canto de cuatro pulsos similares seguidos de un trino de tres pulsos, hasta que todo cambió en 1989. Ese año, o unos pocos antes, se introdujo, esta vez desde Norteamérica, otro insecto en el archipiélago, una pequeña mosca parasitoide. Un díptero que reúne las características de Predator y Aliens. Están dotados con un oído direccional excepcionalmente fino que utilizan para localizar a los machos grillos cuando cantan, vuelan hasta ellos y les depositan encima o cerca una larva que es capaz de perforar el exoesqueleto de los grillos y acomodarse en su interior, alimentarse del huésped hasta que lo matan al completar su desarrollo y salir. Un grillo detectado por estas moscas es un grillo muerto.
La presión selectiva ejercida por la llegada de la mosca parasitoide al archipiélago fue tal, que al cabo de una década, los grillos empezaron a enmudecer. En la isla Kauai apareció una mutación ligada al sexo que feminiza a los machos, reduciendo o eliminando las estructuras rugosas con las que producen sonido. Unos años más tarde, en la isla de Oahu surgió otra mutación que producía machos similares, machos silenciosos, en un interesante ejemplo de evolución exprés convergente. Las islas se estaban quedando mudas.
Más tarde, en la isla de Molokai se describió el mismo fenómeno, con una diferencia: pasado un tiempo los grillos parecían estar recuperando su voz, pero con un canto distinto que no fuese reconocible para las moscas. Ahí conviven machos silenciosos con machos que ronronean como gatos, su tono es tan bajo que las moscas no parecen detectarlo, sin embargo, las hembras sí se sienten atraídas por esta curiosa llamada. Ser silencioso es efectivo para no acabar dando cobijo a una larva de mosca, pero resulta difícil atraer a una pareja. Si eres un macho que ronronea, tus posibilidades de éxito con las hembras aumentan sustancialmente.
La nueva señal es tan nueva, que existe una gran variedad de ronroneos, es una señal acústicamente desordenada, con gran variación de tonos entre los machos, algo poco común entre las señales de apareamiento. Una señal caótica no es una buena señal. Su mensaje no es claro. Es difícilmente identificable. Se sospecha que la nueva característica es tan reciente que la selección sexual aún no la ha acabado de moldear, con el tiempo, en el futuro, a medida que las hembras vayan mostrando preferencia por un tipo concreto de ronroneo, el canto de cortejo se irá refinando, homogeneizándose, y que con el tiempo las hembras acaben encontrando más atractivo el ronroneo que el sonido original, quien sabe si con el tiempo surja de ello una especie nueva, una especie de grillo que en lugar de criii-criii-criii haga rrr-rrr-rrr.
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