¿Tiene sentido hablar de monogamia en la naturaleza?

Tener una única pareja, lejos de ser un menú cerrado, es una carta con variedad de platos a elegir

Una hembra de tití lleva a su cría a la espalda.Chris White (Getty Images/iStockphoto)

Muchas relaciones de pareja se consideran monógamas, especialmente en las sociedades occidentales, pero no todas ellas se sienten identificadas con este término. Etimológicamente, ¨monogamia” es una palabra griega que hace referencia al acto de casarse solo una vez en la vida, pero lo cierto es que, en la práctica, existe bastante confusión en torno a lo que implica su significado y cuándo este término se usa con propiedad. Incluso en el ámbito científico en el que se estudia el comportamiento social de los animales, se ...

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Muchas relaciones de pareja se consideran monógamas, especialmente en las sociedades occidentales, pero no todas ellas se sienten identificadas con este término. Etimológicamente, ¨monogamia” es una palabra griega que hace referencia al acto de casarse solo una vez en la vida, pero lo cierto es que, en la práctica, existe bastante confusión en torno a lo que implica su significado y cuándo este término se usa con propiedad. Incluso en el ámbito científico en el que se estudia el comportamiento social de los animales, se han estado mezclando peras con manzanas al tratar este asunto.

Pongamos dos topillos que conviven toda su vida unidos por un vínculo emocional, pero que mantienen relaciones sexuales fuera de la pareja. O dos peces solitarios que se reproducen solo una vez en su vida y solo con el mismo individuo. ¿Podríamos considerar a estos animales monógamos? ¿Cuáles son los requisitos exactos para entrar en el club?

Durante buena parte del siglo XX, la comunidad científica asumió que la mayoría de las aves eran monógamas, ya que el 90% de las especies formaban parejas. Se daba por hecho que las hembras eran fieles y solo se documentaban casos puntuales de cópulas forzosas en las que otro macho visitaba el nido de una hembra emparejada y la forzaba a tener relaciones sexuales. Este comportamiento encajaba muy bien con una hipótesis bastante aceptada: la de la inversión parental. Según sus defensores, las hembras son más selectivas que los machos a la hora de copular porque tienen que invertir más energía para reproducirse. Así, se entendía que las hembras eran pasivas y les tocaba a los machos buscar sexo activamente.

Estas ideas iban en sintonía con el concepto de mujer que se tenía por entonces. Por ejemplo, Desmond Morris publicó en 1967 su influyente libro El mono desnudo, en el que retrata a la mujer de las sociedades de cazadores recolectores como un ser monógamo que esperaba feliz a que su hombre volviese de la caza para satisfacerle sexualmente. De hecho, según Morris, el orgasmo femenino había surgido por primera vez en los humanos para fortalecer los vínculos de pareja.

No tardaron en surgir voces discrepantes que cuestionaban la idea de la mujer sumisa y monógama, sobre todo entre científicas feministas como Sara Hardy y Patricia Gowaty. Esta última se dedicaba a estudiar los azulejos (Sialia sialis), unos pájaros considerados monógamos. En una entrevista, Gowaty cuenta cómo al principio de su carrera, en los años 80, se dio cuenta de que las hembras eran activamente infieles. “Se levantaban a mitad de la noche y se iban a una milla de distancia”, cuenta. Cuando informó a sus compañeros, se negaron a aceptarlo porque así no era como se debía comportar una hembra. No obstante, consiguió que se reconociera la evidencia de sus investigaciones y, en 1984, publicó el primer artículo que cuestionaba la pasividad sexual de las hembras.

Hoy en día se conoce muy bien que la infidelidad es el día a día en las parejas de aves, tanto por parte de los machos como de las hembras. En concreto, el 11% de las crías son bastardas. Existen varias hipótesis que intentan explicar las ventajas evolutivas de que una hembra se reproduzca con un macho que no es su pareja. Por ejemplo, con este comportamiento, la hembra maximiza la diversidad genética entre sus crías o aprovecha la oportunidad de copular con un macho que puede estar mejor dotado que su pareja. Sea cual sea el motivo, la exclusividad sexual en los animales es tan rara que finalmente los científicos han optado por especificar que se trata de monogamia social, que no tiene por qué implicar una monogamia sexual.

Aun así, no es tan sencillo como diferenciar entre social y sexual. Si hay tanta confusión al respecto, es porque la monogamia está lejos de ser una sola característica, y, más que un menú cerrado, se trata de una carta con variedad de platos a elegir. En algunas especies la pareja se involucra por igual en el cuidado de la descendencia, mientras que en otras es desigual, unas conviven siempre juntas y otras intermitentemente. Las hay que se emparejan de por vida, pero otras lo hacen solo durante una estación, unas muestran celos y otras no, la mayoría tienen muestras de cariño, pero otras solo procrean…

Incluso dentro de los primates encontramos casos totalmente opuestos. El lémur de orejas ahorquilladas de Masoala (Phaner furcifer) es un primate nocturno de Madagascar que forma parejas que conviven en una misma área. Los machos defienden activamente el territorio y las parejas son bastante estables, ya que duran normalmente más de tres años. Sin embargo, el macho y la hembra se encuentran en contadas ocasiones y, cuando lo hacen, muestran muy poco interés o, lo que es peor, no son encuentros amigables. Las hembras son las dominantes y suelen pelear por la comida, así que los machos evitan el conflicto. Su relación se limita a vocalizaciones distantes y encuentros sexuales. Por lo tanto, es un tipo de pareja en la que no existe un vínculo emocional.

Esto no tiene nada que ver con la monogamia de los monos tití, en el que el vínculo afectivo es tan fuerte que han sido propuestos como modelo para estudiar los lazos sentimentales de los humanos. Suelen estar juntos para comer y desplazarse, agreden a otros individuos que puedan poner en peligro su vínculo, sufren estrés cuando se separan, se guardan exclusividad sexual, crían juntos a su descendencia y hasta se sientan con las colas entrelazadas. Esta es una de las poquísimas especies que cumplen todos los platos de la carta.

Entre los humanos que se emparejan, la variabilidad es tan amplia como la que encontramos en los animales. Algunas personas construyen su vida juntas, pero no se guardan exclusividad sexual. Otras tienen todos sus hijos con el mismo individuo, pero se enamoran de más de una persona a la vez. Los hay que crían juntos a su descendencia, pero no tienen un vínculo romántico. ¿En qué caso podemos hablar entonces de monogamia? Quizá, para evitar confusiones, es más útil hablar de convivencia, exclusividad sexual, crianza cooperativa o amor.

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