La sonda ‘OSIRIS-REx’ toca el asteroide Bennu para recoger muestras y traerlas a la Tierra
El estudio de los restos permitirá indagar en los orígenes del Sistema Solar
Tras un viaje de cuatro años (y dos más por delante hasta que regrese a la Tierra), la sonda bautizada con el faraónico nombre de OSIRIS-REx ha tocado, pasada la medianoche, hora peninsular, al remoto asteroide Bennu para recoger unos gramos de muestras que pueden remontarse a los mismos orígenes del Sistema Solar.
La NASA tiene una especial habilidad para bautizar a sus naves con acrónimos cada vez más sofisticados. En este caso, OSIRIS-REx son las iniciales de los objetivos: O...
Tras un viaje de cuatro años (y dos más por delante hasta que regrese a la Tierra), la sonda bautizada con el faraónico nombre de OSIRIS-REx ha tocado, pasada la medianoche, hora peninsular, al remoto asteroide Bennu para recoger unos gramos de muestras que pueden remontarse a los mismos orígenes del Sistema Solar.
La NASA tiene una especial habilidad para bautizar a sus naves con acrónimos cada vez más sofisticados. En este caso, OSIRIS-REx son las iniciales de los objetivos: Origins, Spectral Interpretation, Resource Identification, Security-Regolith Explorer.
Bennu es un asteroide con una forma que recuerda a la de un diamante, mide menos de 500 metros de diámetro y gira sobre sí mismo una vez cada cuatro horas. Tan rápido que de vez en cuando algunos guijarros en su ecuador salen despedidos por la propia fuerza centrífuga y pueden entrar en órbita a su alrededor, como diminutos satélites.
El nombre de Bennu fue propuesto por Michael Puzio, un niño de nueve años que ciertamente demostró unos sorprendentes conocimientos de mitología egipcia. Hace referencia a un pájaro del Egipto faraónico, más o menos equivalente al ave Fénix griega. Según su opinión, el brazo robótico con el que deberá recoger una muestra recuerda a la pata extendida de una zancuda.
Cartografía precisa
Seguramente Bennu es el cuerpo celeste mejor cartografiado en toda la historia. Las cámaras de la sonda han permitido explorar toda su superficie con un detalle inferior a los 20 centímetros. Aproximándose algunas veces hasta menos de dos kilómetros. El resultado es un mapa tridimensional en el que figuran incluso los pedruscos del tamaño de un puño.
Y es que Bennu es poco más de un montón de escombros apena sujetos por su propia gravedad. En los polos, esta es de escasamente nueve millonésimas de la fuerza de la terrestre; en el ecuador, debido a su rápida rotación, tres veces inferior. En esas condiciones es imposible imaginar que una sonda pudiera posarse en él y permanecer allí aparcada. Y mucho menos pensar en emplear una cuchara excavadora para recoger muestras. Al primer contacto con el suelo el mero roce bastaría para lanzar el vehículo de vuelta al espacio.
Difícil maniobra
Por eso, OSIRIS-REx ha utilizado un sistema neumático con el que ha obtenido unas decenas de gramos de polvo: ha descendido muy lentamente en una zona casi despejada de rocas, extendiendo al frente un delgado brazo robótico con una cazoleta en su extremo. En el momento de hacer contacto con el suelo ha disparado un chorro de nitrógeno suficiente para levantar una nube de escombros, algunos de los cuales han quedado atrapados en el recipiente. Algo así como una aspiradora pero al revés: Soplar en vez de absorber.
No era seguro que el procedimiento funcionara a la primera. La sonda podía haberse acercado con demasiada velocidad; o entrado en un ángulo incorrecto; o simplemente haberse apoyado sobre alguna roca que disperse el gas de lado sin llegar a levantar suficiente material... Para tratar de garantizar el éxito, las cámaras de a bordo monitorizaron el descenso, centímetro a centímetro, comparando las rocas del terreno con un mapa previamente almacenado en la memoria del ordenador.
Material inalterado
¿Qué interés puede tener estudiar semejantes montañas de escombros espaciales que probablemente ni siquiera tienen la consistencia de un cuerpo macizo? Esencialmente, porque ese es un material prístino, representativo de cómo era el Sistema Solar durante su formación, mucho antes de que la propia Tierra existiese. Ningún análisis remoto, ni tan solo el análisis de los meteoritos que caen en nuestro planeta pueden compararse con las oportunidades que proporciona el tener en las manos un trozo de un material que ha permanecido inalterado durante eones.
No es la primera vez que se visita un asteroide ni que se obtienen muestras. La primera correspondió a una sonda japonesa llamada Hayabusa 1, que hace diez años consiguió regresar con unos pocos gramos de polvo recogido en el asteroide Itokawa. Fue una verdadera odisea en la que los técnicos tuvieron que luchar contra infinidad de problemas, incluyendo fallos de comunicación, errores de navegación y hasta la congelación del combustible en los conductos de alimentación.
Ahora, la segunda Hayabusa ha repetido la exploración, esta vez en otro asteroide conocido como Ryugu, más o menos, el doble que Bennu. Está en camino de regreso a la Tierra, donde a finales de año deberá dejar caer una cápsula con las muestras recogidas allí. El retorno de OSIRIS-REx deberá esperar hasta septiembre del 2023.
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