Los restos de la relación sexual más antigua del mundo: espermatozoides gigantes de hace 100 millones de años
Las pruebas del apareamiento fueron encontradas en el interior de una hembra de un minúsculo crustáceo llamado ostrácodo, atrapada en el ámbar en Myanmar
Los restos más antiguos de espermatozoides animales de los que se tiene evidencia datan de hace 100 millones de años, cuando la Tierra estaba en el periodo Cretácico medio, el clima era muy cálido y muy húmedo, había selvas hasta en el Polo Sur y los dinosaurios se reproducían sin parar, según revela un estudio publicado esta semana en la revista Proceedings of the Royal Society B.
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Los restos más antiguos de espermatozoides animales de los que se tiene evidencia datan de hace 100 millones de años, cuando la Tierra estaba en el periodo Cretácico medio, el clima era muy cálido y muy húmedo, había selvas hasta en el Polo Sur y los dinosaurios se reproducían sin parar, según revela un estudio publicado esta semana en la revista Proceedings of the Royal Society B.
El trabajo, realizado por investigadores del Instituto de Geología y Paleontología de Nanjing de la Academia de Ciencias de China, muestra que las pruebas del encuentro sexual fueron encontradas en el interior de una hembra de un minúsculo crustáceo llamado ostrácodo, atrapada en el ámbar de Myanmar.
Este descubrimiento es aproximadamente 50 millones de años anterior a los registros fósiles más antiguos de esperma animal de los que se tenía evidencia, registrados hace 50 millones de años en los espermatozoides de una especie de gusano antártico.
Según los científicos Wang He y Wang Bo, autores del estudio, este tipo de ostrácodo pertenece a una especie hasta ahora desconocida, nombrada como Myanmarcypris hui. El conjunto de estos crustáceos hallados en el ámbar y analizados durante la investigación se compone de 39 individuos e incluye machos, hembras y jóvenes.
Los investigadores utilizaron un método de rayos X computarizado para obtener imágenes tridimensionales de alta resolución de las partes blandas de los ostrácodos. Estos análisis proporcionaron evidencia directa de óvulos y receptáculos seminales femeninos que contienen espermatozoides gigantes. De acuerdo con los científicos, la longitud de estos espermatozoides es al menos un tercio de la longitud del cuerpo del ostrácodo.
Los investigadores afirman que la hembra donde apareció el esperma debió de haberse apareado poco antes de quedar atrapada en el ámbar. Las imágenes de rayos X también revelaron las bombas de semen y un par de pequeños de penes que los ostrácodos machos insertan en las hembras para su reproducción.
La investigación muestra, además, que el comportamiento sexual de esta especie se ha mantenido sin cambios sustanciales durante al menos 100 millones de años. “La aparición de un mecanismo reproductivo complejo que involucra espermatozoides gigantes mejoró el éxito del apareamiento y puede haber sido un contribuyente importante para la conservación de gran mayoría de especies de ostrácodos no marinos”, se lee en el estudio.
Ámbar de Myanmar, una infinita fuente de descubrimientos
En lo que hoy es el norte de Myanmar se han encontrado minas de ámbar que conservan con detalle y exactitud la anatomía de más de 1.000 especies distintas atrapadas hace 100 millones de años, 320 de ellas descubiertas solo en 2018, según la revista Science.
En marzo de este año, un equipo internacional de científicos de universidades chinas y norteamericanas publicó en la revista Nature el hallazgo de los restos de un dinosaurio carnívoro más pequeño que un colibrí. El Oculudentavis khaungraae, como se le ha bautizado, estaba conservado en ámbar de Myanmar, y era parecido a un ave y con ojos similares a los de un lagarto.
En 2019, científicos del Museo de Investigación Zoológica Alexander Koenig de Alemania descubrieron un milpiés de 99 millones de años también en el ámbar birmano. El diminuto organismo mide 8,2 milímetros de longitud y fue catalogado como el primer milpiés fósil de la orden Callipodida, y también el más pequeño entre sus parientes contemporáneos.
En 2018, investigadores del Departamento de Biología Integrativa de la Universidad Estatal de Oregón (Estados Unidos), publicaron un artículo en la revista Historical Biology que revela que los microorganismos que causan la malaria y la leishmaniasis se encontraron en insectos fosilizados en esta resina vegetal de Myanmar.
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