La mala fama de la OMS

El organismo recomienda test masivos para aislar a los portadores sanos que siguen trasmitiendo el coronavirus

El jefe de Expertos Covid-19 de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Bruce Aylward, durante una visita al hospital provisional de Ifema.COMUNIDAD DE MADRID (Europa Press)

La prioridad actual de la investigación biomédica es encontrar antivirales y vacunas que puedan controlar, paliar o resolver la crisis pandémica. Por extraño que suene, sin embargo, hay cuestiones más urgentes ahora mismo, y la principal es hacer pruebas a una fracción sustancial de la humanidad. Lo más parecido a una autoridad internacional que tenemos es la Organización Mundial de la Salud (OMS), un organismo de Naciones Unidas que suele llevarse todos los leñazos de algunos sectores de la sociedad. Y no hablo solo de los anti...

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La prioridad actual de la investigación biomédica es encontrar antivirales y vacunas que puedan controlar, paliar o resolver la crisis pandémica. Por extraño que suene, sin embargo, hay cuestiones más urgentes ahora mismo, y la principal es hacer pruebas a una fracción sustancial de la humanidad. Lo más parecido a una autoridad internacional que tenemos es la Organización Mundial de la Salud (OMS), un organismo de Naciones Unidas que suele llevarse todos los leñazos de algunos sectores de la sociedad. Y no hablo solo de los antivacunas.

Durante la gripe A (influenza A subtipo H1N1, en la jerga) que crispó al mundo en 2009, la entonces directora general de la OMS, Margaret Chan, recibió la del pulpo por haber declarado el estado de pandemia, y los Gobiernos que hicieron caso a sus recomendaciones atesorando fármacos antigripales de manera preventiva fueron acusados de derrochar el dinero público durante años. El caso es que la gripe A tenía muy mala pinta en los comienzos de su brote en México y los virólogos y epidemiólogos de medio planeta se pusieron en guardia. Una semana o dos después los datos permitieron calcular que ni su mortalidad era tan alta, ni su tasa de contagio tan eficaz, ni los genes del virus llevaban los marcadores del peligro que los científicos habían descubierto en las anteriores pandemias de gripe. Solo entonces se desbordaron los ataques facilones.

Ahora nos vemos en la situación exactamente contraria: la OMS no ha reaccionado a tiempo, declaró el estado de pandemia demasiado tarde y su colusión con la Big Pharma, la gran industria farmacéutica, resulta sospechosa por definición o como ataque preventivo, e invalida a la institución como una fuente informativa fiable. Estas críticas son necesarias, pero en general van desencaminadas.

La declaración pandémica de la OMS ha seguido el mismo criterio en la gripe A y en el coronavirus, uno que no se basa en la letalidad del agente, sino en su propagación por el planeta. Ahora es muy fácil ver que en 2009 generó una alarma excesiva y hoy se ha quedado corto. No hace falta ser Sherlock Holmes. Si hay que cambiar el criterio, las decenas de países que lo suscribieron tendrán que discutirlo y modificarlo si es necesario. Lo que no vale es apuntarse al caballo ganador y pretender ser el nuevo Nostradamus. Ese futurismo retrospectivo no nos sirve para nada y nos podríamos pasar muy bien sin él.

Cuando la OMS aconseja a los países hacer millones de test serológicos, no lo hace para beneficiar a las empresas que los pueden producir, sino para seguir la recomendación de la mejor ciencia disponible. Debemos hacer esos test masivos para conocer el verdadero alcance de la pandemia —del que no tenemos ni idea por el momento—, aislar a los portadores sanos que siguen trasmitiendo el coronavirus y saber cuánta inmunidad tenemos. Eso es lo más urgente.

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