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La tristeza no da tregua a Mario Mejías, torturado tras desafiar a Pinochet ante Juan Pablo ll en 1987

La justicia chilena indemniza al poblador 37 años después de su secuestro, en represalia por denunciar los asesinatos en la dictadura. Pero un dolor sigue latente: la muerte por atropello de su hijo en 1990, sin responsables hasta hoy

Mario Mejías
Mario Mejías en Santiago, Chile, el 14 de noviembre de 2024.Cristobal Venegas
Ana María Sanhueza

La madrugada del 1 de mayo de 1987, Mario Mejías (Santiago, 75 años) estaba en su casa en Lo Hermida, en el municipio de Peñalolén, al suroriente de la capital chilena, junto a su esposa María Donoso y sus hijos, cuando durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1970) irrumpió una decena de agentes: lo llevaron a un sitio eriazo, donde lo torturaron por varias horas y luego lo abandonaron creyendo que estaba muerto. Un mes antes, el 2 de abril, la imagen de Mejías dio vueltas al mundo, cuando en el escenario montado en la población La Bandera, en un acto con miles de asistentes en la visita del Papa Juan Pablo ll a Chile, leyó un discurso que había sido acuciosamente revisado por las autoridades de la época. Pero se salió del libreto y dijo ante el micrófono, desafiando al régimen: “Le agradecemos su visita a Chile en este momento tan difícil. Creemos que usted tendrá un mensaje para que los poderosos dejen el orgullo y el egoísmo y...nos dejen de matar en las poblaciones”.

La ovación se sintió fuerte en La Bandera, una población emblemática de la oposición a Pinochet, tal como Lo Hermida. María, la esposa de Mario, en medio del tumulto, quedó congelada, mientras Mejías, cuenta, no tomó el peso a sus palabras. Creyó que, como representaba a la Iglesia —a la capilla Nuestra Señora de la Esperanza de su población—, y había sido elegido especialmente para hablar ante Juan Pablo ll, no correría riesgos. Pero no fue así. A 37 años de su discurso, y después de sufrir una segunda detención en 1989 por parte de Carabineros que duró 34 días, a mediados de noviembre la jueza chilena Rocío Pérez condenó al Estado a pagarle una indemnización de 50 millones de pesos (unos 51 mil dólares) por daño moral. Consideró que en su contra hubo “sendos actos ilegales y arbitrarios (...) que se encuadran en el concepto de delito de lesa humanidad”, señala el fallo, emitido tras una demanda por daño moral en contra del Estado, representado por los abogados Hugo Gutiérrez y Yolanda Milanca.

Mario se recuerda moribundo, en el piso, golpeado a patadas, amenazado. Y que los hombres lo obligaban a admitir públicamente que lo que vociferó ante el Papa no fue idea suya, sino del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), un movimiento que tomó la armas en la dictadura, el que lo presionó para hablar.

Recortes de periódicos de la epoca, el poblador de Lo Hermida Mario Mejias, denunció ante el Papa Juan Pablo II las torturas de la dictadura en 1987, en La Bandera, Santiago.
Recortes de periódicos de la epoca, el poblador de Lo Hermida Mario Mejias, denunció ante el Papa Juan Pablo II las torturas de la dictadura en 1987, en La Bandera, Santiago.Cristobal Venegas

“Di lo que diga tu corazón”

Para contar la historia de Mejías hay que retroceder varios años a ese 2 de abril de 1987. Dice que no era “apegado a la Iglesia católica”, hasta que se acercó obligado pues su hija mayor quería hacer la primera comunión. “Yo era reacio. No estaba ni ahí”, recuerda, pero de a poco se encontró con una iglesia social —una parte de ella cumplió un papel clave durante la dictadura en el mundo popular— e, incluso, se convirtió en catequista junto a su esposa.

Cuenta Mejias que, en ese entonces, “había una Iglesia totalmente distinta, que era de nosotros, donde podíamos hablar de nuestros problemas. Eso me llevó al compromiso y de lucha y justo en dictadura. Y como soy un poquito del lado izquierdo, me apasionó mucho más porque en la capilla le dábamos espacio a las organizaciones sociales”.

Fue en esa capilla donde conoció a la monja irlandesa Maeve O’Driscoll, quien lo eligió para hablar ante el Papa. “Sentí mucha alegría, que era un premio a mi compromiso. Me emocioné”, dice. En ese tiempo también era parte del Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo, una organización de defensa a los derechos humanos, que marchaba pacíficamente, pero sufría represión. “Ahí yo perdí el miedo”, dice.

Mejías relata que el discurso lo preparó por dos meses, pero que “después pasaba por el cedazo y lo iban cambiando”. “Cada vez lo cortaban más”, agrega María. Cuando subió al escenario, recuerda, bajo la tarima estaba Mariano Puga, conocido en Chile como el cura obrero y una figura emblemática de la Iglesia popular. “Di lo que diga tu corazón”, le susurró con un palmoteo en la espalda. Entonces, aunque temblaba de nervios, se envalentonó. “Es que mi discurso daba pena, no tenía ninguna queja. Eran puras flores para saludar al Santo Padre y decirle que estábamos muy contentos con la unidad y qué sé yo. Pero yo me salí para agregarle algo de denuncia. Sentí que tenía que hacer algo”.

María cuenta que se sorprendió con las palabras de su marido, y que cuando lo escuchó hablar frente al Papa, no durmió por un mes. Su pálpito se hizo realidad el 1 de mayo. Pero el dolor de los Mejías Donoso no quedó allí. La madrugada del 18 marzo de 1990, una semana después que asumió Patricio Aylwin, el primer presidente tras la recuperación de la democracia, Mario, uno de sus cuatro hijos, de 16 años, cuando regresaba de una fiesta, murió atropellado por un vehículo, sin patente, que huyó. Es un caso que nunca se resolvió y Mario Mejías está convencido que está relacionado con sus palabras ante el Papa. Por eso no puede celebrar el triunfo legal que acaba de obtener. “Hasta hoy no se ha hecho justicia. Es el momento más terrible que he vivido, el momento en que sentí que se me fue la vida”, dice que la voz quebrada.

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Sobre la firma

Ana María Sanhueza
Es periodista de EL PAÍS en Chile, especializada en justicia y derechos humanos. Ha trabajado en los principales medios locales, entre ellos revista 'Qué Pasa', 'La Tercera' y 'The Clinic', donde fue editora. Es coautora del libro 'Spiniak y los demonios de la Plaza de Armas' y de 'Los archivos del cardenal', 1 y 2.
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