Mínimos comunes para avanzar en educación
El caso de Uruguay nos demuestra que se puede innovar y mejorar la educación pública a un costo accesible, pero que exige una visión conciliadora, bastante diferente al debate político habitual en Chile
Se ha vuelto usual sentirnos incómodos ante el estancamiento del debate público. Los múltiples pendientes que enfrenta nuestro sistema educativo son especialmente dolorosos, porque sabemos que es en esa cancha donde nos jugamos el partido del desarrollo como país y, sobre todo, el de generar las condiciones para que las personas puedan desarrollar sus proyectos de vida y ser felices.
Llevamos demasiados años sin ponernos de acuerdo en temas fundamentales, postergando lo que ocurre en el corazón del proceso educativo, el aula, mientras las nuevas tecnologías transforman el mundo a un ritmo vertiginoso, sin esperar a nadie.
Tenemos que ponernos de acuerdo. Y para eso, quizás sea buena idea mirar hacia otras latitudes, entendiendo qué decisiones les han permitido a otros países impactar realmente sobre el aprendizaje.
Cuando pensamos en qué tipo de sistema educativo nos gustaría imitar, frecuentemente mencionamos Singapur, Finlandia u otros países nórdicos, tan distintos a nuestra idiosincrasia. Al constatar las enormes brechas de realidades, la aplicabilidad de esos ejemplos se vuelve un ejercicio poco practicable.
¿Y si reducimos el radio para mirar lo que está pasando en países de la región?
Observemos el caso de Uruguay. Un país que este año superará levemente a Chile en su ingreso per cápita, y que en ciertos indicadores están por debajo nuestro. Su jornada escolar promedio, por ejemplo, es de solo cuatro horas.
Pero en Uruguay entendieron que algunos temas trascendentales, como la educación, requieren cierta transversalidad de voluntades. No en todas las dimensiones que abarca un sistema tan complejo como el educativo, pero sí al menos encontrar algún mínimo común que adquiera la inercia suficiente para trascender a los ciclos políticos.
Los uruguayos encontraron este mínimo común en la innovación.
Hace 17 años se creó el Centro de Innovación Educativa con Tecnologías Digitales del Estado uruguayo, Ceibal, dando un paso revolucionario para llevar la innovación a la sala de clases. Lo que partió entonces como un programa para entregar computadores personales a todos los estudiantes del país, se ha convertido hoy en un ejemplo mundial de innovación educativa, con actualización tecnológica a los profesores incluida.
Hace unos días visitamos el Ceibal. Pudimos ver a estudiantes de segundo básico programando robots con diferentes sensores, discutiendo planes de sostenibilidad ambiental, y diseñando sus aprendizajes con sus docentes. Algo impensado en la mayoría de las salas de clases de nuestro país.
Volvimos de Uruguay con cinco lecciones principales.
Primero, que para llevar la innovación a las salas de clases, tecnología y desarrollo docente van de la mano. El Ceibal entrega equipos a todos los colegios, pero también profesionaliza a sus profesores en metodologías activas para aprovechar ese equipamiento.
Segundo, el acompañamiento en terreno es elemental para asegurar la aplicabilidad. Cada establecimiento educacional de la red cuenta con mentores que guían a los directivos y docentes en la “puesta en práctica” de las tecnologías y programas.
Tercero, lo valioso de tener un pie en el diseño y otro en la escuela. Ceibal es capaz de crear programas pertinentes porque buena parte de sus ‘diseñadores’ están también en la escuela, por lo que conocen de primera mano las necesidades de esas comunidades.
Cuarto, la importancia de contar con una buena institucionalidad, que en este caso es una estructura ágil de financiamiento público y administración privada. La filosofía de Ceibal es hacer, por lo que ha reducido al mínimo su burocracia, entregando altos grados de autonomía a los equipos internos, que ganan en rango de movimientos y resultados.
Quinto, el rol del Estado. Ceibal es uno de los pilares de la educación pública de Uruguay, porque el Estado y la sociedad uruguaya lo decidieron así. De hecho, en su directorio figuran el ministro de Educación, la directora de Educación Pública y la contadora general de la Nación, equivalente a nuestro ministro de Hacienda.
Ceibal cuesta aproximadamente 100 dólares anuales por estudiante, un poco más que una subvención mensual promedio en Chile. Es una ruta distinta y posible que proponemos mirar con más detención. Un ejemplo cercano que nos demuestra que se puede innovar y mejorar la educación pública a un costo accesible, pero que exige voluntad y una visión conciliadora, bastante diferente al debate político habitual en Chile.
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